El largo fracaso de la Conferencia que habría cambiado el mundo: Ginebra, 1932

Bombarderos japoneses sobre los tejados de Shanghái, febrero de 1932.  Fotograma de un noticiero: «Japanese bombs create havoc in Shanghai». U.S. National Archives (hallado en YouTube).

Los primeros días de febrero de 1932, diplomáticos y expertos de todo el mundo confluyeron en Ginebra para participar en la primera conferencia mundial de desarme (técnicamente Conferencia Internacional de la Sociedad de Naciones para la Reducción y Limitación de Armamentos). Aquello debía haber sido portada de los periódicos y noticiarios, pero no fue así. Los medios estaban ocupados narrando la destrucción de Chapei, el populoso distrito de Shanghái (act. Zhabei) por la aviación naval japonesa.

El emotivo discurso de inauguración de Arthur Henderson, presidente de la Conferencia –”El mundo quiere el desarme. El mundo necesita el desarme. Tenemos en nuestras manos la posibilidad de cambiar la historia…(1)” fue ahogado por el estruendo de las explosiones en Shanghái, donde los aviones japoneses machacaban metódicamente la resistencia china. Para más escarnio, la prensa publicó una fotografía de la delegación japonesa en la Conferencia, que lejos de mostrarse contrita posó enfundada en pantalones bombachos a cuadros y tocada con gorras anchas, echando una partidita en el Golf Club de Ginebra (2). Tras este shock inicial (3), la Conferencia se arrastró cinco años más, hasta que los delegados tiraron definitivamente la toalla en 1937.

La Conferencia Internacional de Desarme fue un largo fracaso, pero fue también la más auspiciosa de todas. Cuando comenzó, era la más grande de la historia por el número de países participantes: 64 (4). Que la ceremonia inaugural coincidiera exactamente con el bombardeo de Shanghái y con el comienzo de la guerra en el este de Asia hizo que la guerra se solapara con la Conferencia desde el principio y envenenara sus trabajos. A pesar de todo, el esfuerzo técnico y político fue considerable. Innumerables comités técnicos intentaron definir con exactitud parámetros objetivos y aplicables a todos los países que permitieran comparar sus poder militar, pero eso era muy difícil. Lo era especialmente por lo que respecta a sus fuerzas aéreas y dentro de estas a los bombarderos.

A partir del número de aviones, se intentó diseñar un conjunto de indicadores de potencia, capacidad de carga, radio de acción, etc., todos ellos parámetros fundamentales del poder ofensivo de una flota de bombarderos, pero no fue posible llegar a un acuerdo. Las potencias querían que se tomaran en consideración únicamente los aviones en servicio, y no los disponibles en reserva, aunque fueran del mismo tipo y potencial bélico. Para más confusión, era evidente que las flotas aéreas civiles podían convertirse fácilmente en activos militares (4). Desde 1919, era patente la facilidad de conversión de un bombardero en un avión de pasajeros, y viceversa.

Salvador de Madariaga, presidente de la delegación española, apoyó la abolición total de la aviación militar y la internacionalización de la aviación civil (especialmente la de largo radio), propuesta sensata y compartida por muchos expertos que evidentemente no llegó a buen puerto. Las propuestas iban desde poner bajo el control de la Sociedad de Naciones todas las armas ofensivas (artillería pesada, tanques y aviones) a la total supresión de todos los tanques y los aviones de bombardeo, lanzada en junio de 1932 por Herbert Hoover, presidente de los Estados Unidos de 1929 a 1933. Su recién elegido sucesor, Roosevelt, lanzó un mensaje en mayo de 1933 pidiendo la prohibición de todas las armas ofensivas (es decir, los bombarderos y sus habituales compinches). Se consideraba, tanto a los submarinos como a los bombarderos, como arteras armas anti-civiles. Hay que tener en cuenta que en esos años Estados Unidos no era todavía una superpotencia militar.

El nudo gordiano de la conferencia fue tal vez la imposibilidad de decidir si el desarme garantizaba la seguridad de los estados o si era la seguridad previa (es decir, armada) la condición previa y necesaria del desarme (3), un bucle lógico de difícil resolución. Los delegados franceses se negaban a cualquier iniciativa que mermara su capacidad de defensa frente a Alemania, la cual exigía un trato igualitario con las demás potencias y por ende levantar las restricciones de Versalles (que por entonces le negaban el derecho a tener aviación militar; en realidad el desarme alemán después de la Gran Guerra fue propuesto como modelo del desarme mundial). Gran Bretaña rechazaba cualquier reducción de su aviación militar que implicara reducir su capacidad de meter en cintura a los nativos de su extenso imperio, aunque no le parecía mal la prohibición de los bombarderos estratégicos (4), con el recuerdo de los bombardeos alemanes de Londres en 1917 muy presente.

En Alemania todo cambió el 30 de enero de 1933, cuando el presidente Hindenburg nombró a Hitler canciller. El ministro de instrucción pública y propaganda, Joseph Goebbels, fue enviado a Ginebra. Se conservan fotos de un sonriente Goebbels atendiendo a las sesiones de la Conferencia de Desarme en Ginebra, rodeado de delegados de otros países en un escena edificante de paz universal. Pero en octubre de 1933, diez meses después de la toma del poder por los nazis, el gobierno alemán decidió que ni la Sociedad de Naciones ni la Conferencia eran de ningún interés para el Reich y se retiró de ambos organismos. Al mismo tiempo, la construcción de una potente aviación militar abandonó la clandestinidad de los tiempos de Weimar y comenzó a cobrar impulso.

Parte fundamental de este poder militar aéreo eran los bombarderos, y comenzaron a cruzarse las especificaciones de la todavía discreta Luftwaffe (no aparecería a la luz pública hasta 1935) con los nuevos y avanzados modelos de grandes aviones diseñados por los principales constructores alemanes, por fin liberados de las restricciones de Versalles. El resultado final, pocos años más tarde, fue una arma de presión formidable en manos del ahora llamado Tercer Imperio Alemán. A partir de 1936, la aparición de densas formaciones de bombarderos alemanes sobre las capitales europeas fue la pesadilla cotidiana de los gobernantes de sus países, y esta amenaza aérea determinó o influyó mucho en decisiones importantes, como el acuerdo de Múnich que entregó Checoslovaquia (empezando por la región de minoría alemana de los Sudetes) al Imperio alemán.

La Conferencia encalló y, aunque estuvo vigente oficialmente hasta 1937, no consiguió ningún resultado, quedando para la historia como un doloroso fracaso del principio expresado por Cicerón dos mil años atrás, cedant arma togae, que se puede interpretar como la preeminencia de la ley civil sobre el poder militar. Precisamente en 1932 se publicó el respetado manual de derecho internacional de Hersch Lauterpatch The Function of Law in the International Community, que daba por sentado que los bombardeos aéreos indiscriminados constituyen “un crimen de guerra”. El ocaso de la Conferencia de desarme coincidió con el comienzo de una frenética carrera de armamentos que, a partir sobre todo de 1934, uno de los annus mirabilibis de la aviación, fue la edad del hierro del bombardero.

1- Opening Speech by Arthur Henderson, President of the Disarmament Conference (en United Nations Library – Geneva -https://libraryresources.unog.ch/)
2- ABC, 4 de febrero de 1932
3- H. Arthur Steiner: The Geneva Disarmament Conference of 1932. The Annals of the American Academy of Political and Social Science. Vol. 168, American Policy in the Pacific (Jul., 1933)
4- Geneva Conference 1932-1934, en GlobalSecurity.org https://www.globalsecurity.org/military/world/naval-arms-control-1932.htm
5- La actuación de las pequeñas potencias ibéricas en la Conferencia del Desarme 1932-1934. Jesús Manuel Bermejo Roldán (UNED) APORTES, nº97, año XXXIII (2/2018)
6- E. Bjorklund: El desarme internacional, ¿una ilusión?

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