Ocho años después, la profecía de Stanley Baldwin se cumple con exactitud. Un bombardero Heinkel He 111 volando sobre la Isle of Dogs, en el East End de Londres, al comienzo de los ataques nocturnos de la Luftwaffe el 7 de septiembre de 1940, el primer día del Blitz. Imperial War Museum.
Stanley Baldwin tenía 65 años y era Lord Presidente del Consejo (un cargo no muy fácil de explicar, pero muy arriba de la jerarquía política británica) y, gracias a la mala salud de Ramsay McDonald, Primer Ministro de facto. En la primera mitad de la década de 1930 los temas relacionados con el desarme, las armas modernas y los bombardeos aniquiladores estaban muy presentes en la opinión pública, zarandeada por toda clase de propuestas contradictorias, desde el pacifismo absoluto al ejercicio del terror mediante armas avanzadas (entre las que ocupaba el primer lugar el bombardero capaz de soltar gases tóxicos sobre una ciudad). La sensación general era de miedo al bombardeo aniquilador, como años después se extendió el pánico al bombardeo atómico. El mismo día en que Baldwin soltó su speech ante la Cámara de los Comunes (10 de noviembre de 1932), la Conferencia de Desarme de Ginebra había debatido sobre los ataques aéreos químicos.
Baldwin puso los pelos como escarpias a sus oyentes al describir un nuevo miedo que atenaza a los combatientes modernos: que su mujer y sus hijos sean muertos en un ataque aéreo, a miles de kilómetros del frente de batalla. Yendo a lo práctico, el Lord Presidente describió el ataque aéreo en los términos más ominosos: máquinas volando a toda velocidad y a gran altura sobre las ciudades inglesas, cargadas con toda clase de material letal, indetectables entre las nubes y la niebla.
Así que, en la versión británica de atarse los machos, Baldwin soltó su agorera sentencia: “No hay poder en la tierra que pueda proteger [al hombre de la calle] de ser bombardeado… el bombardero siempre se abrirá camino (the bomber will always get through). Para apoyar su afirmación, Baldwin se extendió en consideraciones de defensa aérea (imposible en su opinión, en un espacio tridimensional de 20.000 pies de altura, cientos de millas cúbicas cubiertas con nubes y niebla) y remató con una premonición de la doctrina MAD (destrucción mutua asegurada) que regiría la guerra nuclear en décadas venideras: “la única defensa es la ofensiva, lo que quiere decir que tienes que matar más mujeres y niños y más rápido que el enemigo (to kill more women and children more quickly than the enemy) si quieres salvarte”. (1)
El Lord Presidente del Consejo era un pacifista seriamente preocupado por lo que se avecinaba. La prensa internacional informó en estos breves términos de su discurso: “El señor Baldwin hizo resaltar el peligro de una amenaza de guerra aérea, a cuyo fin se mostró partidario de una intervención en la aviación civil y [de la] abolición de los aparatos de bombardeo” (2).
1- Hansard 1803–2005, 10 November 1932, Commons Sitting – International Affairs. HC Deb, vol 270 cc525-641.
2- La Vanguardia, 12 de noviembre de 1932
Ecosistemas: 1923-1945 Nacionalismo aéreo, 1939-1945 Segunda Guerra Mundial
Asuntos: Bombardeos
Tochos: Los aviones del terror