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Londres, 1917: la aviación alemana bombardea los barrios populares

Un grupo de civiles se refugia en la estación de metro de Elephant and Castle durante un bombardeo aéreo. Óleo de sobre lienzo de Walter Bayes (1918). Imperial War Museum, London.

El 25 de mayo de 1917, ocho años después de la histórica travesía de Louis Blériot desde Calais a Dover, 23 bombarderos alemanes Gotha despegaron desde Nieuwmunster, en la costa de Bélgica cerca de Ostende, con intención de llegar a Londres. Blériot había tenido 40 km de arriesgado vuelo sobre el mar. Los aviones de la Luftstreitkräfte recorrieron cien kilómetros sobre el Canal de la Mancha hasta que en la orilla británica, sobre Folkestone, decidieron que ya habían tenido bastante y soltaron las bombas. Hubo 95 muertos, el récord de bajas hasta entonces. El ataque, en pleno día y sin ninguna respuesta por parte de la defensa aérea, levantó una oleada de indignación en todo el país.

Los bombarderos alemanes regresaron el 23 de junio de 1917 y esta vez llegaron a Londres, a 200 km de su base en Bélgica. Una flota de 14 aviones Gotha voló sobre la ciudad, dejó caer siete toneladas de bombas y mató a 162 personas. Las bombas cayeron sobre la estación de ferrocarril de Liverpool Street y 18 niños de muy corta edad murieron en el Upper North Street School de la calle Poplar, cerca de los muelles del Canary Wharf y de la Isle of Dogs, que eran el supuesto objetivo militar (1). El funeral colectivo fue el más impresionante visto nunca en el East End de Londres.

La visión de la formación de aviones alemanes sobre la ciudad en pleno día despertó la furia de los londinenses contra el gobierno. Se sentían completamente indefensos. La peor de las pesadillas, el bombardeo aéreo de la gran ciudad, tras décadas de novelas más o menos sensacionalistas, se había hecho realidad. El desastre fue mayor por la falta de aviso de raid aéreo por parte de las autoridades. La ciudad no estaba preparada de ninguna manera para aquello, y esta vez no se trataba de algún zeppelin solitario en vuelo nocturno, sino de una sólida formación de bombarderos aparentemente capaces, a diferencia del bombardeo esporádico y aleatorio del dirigible, de elegir su blanco y machacarlo. Con todo, no hubo motines y el orden se mantuvo en general. «Hubo algunos saqueadores y alborotadores que fueron pronto detenidos, pero no hubo el desplome de la moral que predijeron Dohuet y otros (1)». Los bombardeos continuaron.

En el verano de 1917 se informó de que “…mucha gente se abre camino a los distritos del oeste de Londres para pasar la noche, y esta práctica provoca incomodidad (embarrassment) en los lugares donde pernoctan” (2). Cuando el káiser Guillermo II autorizó por fin, tras mucha indecisión, los bombardeos de la capital del Imperio británico, lo hizo bajo la promesa de que el área noble del Londres, el oeste de la ciudad, sería respetada. Guillermo II (Willy en la intimidad) tenía a muchos parientes viviendo allí, incluyendo a su primo el rey de Inglaterra, Jorge V, inquilino del palacio de Buckingham, 10 km. al oeste de la Isle of Dogs. Eso dejó al este de Londres y los docks como lo que se llamaría años después “zona de fuego libre”.

A finales de septiembre, según un informe, “una multitud estimada en alrededor de 100.000 personas se apresura a refugiarse en el metro. Las noches siguientes, haya o no bombardeos, esta cifra crece hasta las 300.000. Al llegar la oscuridad, se preparan para acampar hasta que el peligro haya pasado…bloquean los andenes y las escaleras… miran con cara de pocos amigos a los funcionarios del ferrocarril subterráneo”.

Tras un ataque en Hull en marzo de 1916, oficiales del RFC (Royal Flying Corps, la aviación del Ejército) fueron acosados por una multitud resentida que les increpaba por no haber hecho nada para impedir el bombardeo. En Hythe (mayo de 1917) se informó de un ataque al aeródromo local que incluyó un intento de destruir los hangares.

El 17 de agosto de 1917 se terminó el Informe del general Jan Smuts sobre la dirección de las operaciones aéreas. El primer ministro (Davis Lloyd George) había traído al general de Sudáfrica, donde se aburría en persecución de las escurridizas fuerzas enemigas en el África Oriental Alemana, aproximadamente la actual Tanzania, para que formara parte del Gabinete Imperial de Guerra. Smuts tenía fama de hombre de excepcional agudeza, así que resultó natural que pusieran en sus manos la solución (al menos teórica) del principal problema que tenía en aquellos días Gran Bretaña. El informe fue redactado bajo la fuerte impresión que causó el ataque aéreo alemán del 11 de julio y propone, además de reunir en un solo puño los dispersos servicios aéreos del Ejército y la Marina, dos conceptos importantes, orientado uno hacia las naciones tribales y el segundo hacia las naciones civilizadas: que la fuerza aérea podía reemplazar a la marina en el control del Imperio colonial, y que una fuerza aérea poderosa es fundamental para llevar la devastación y la destrucción a las potencias enemigas, a sus tierras, industrias y ciudades. Ambas direcciones de trabajo de la que sería la RAF (desde el 1 de abril de 1918) se llevaron a rajatabla con su aviación colonial y su aviación estratégica. El informe Smuts remarcó la necesidad de contar con un tipo de avión en el que se tenía poca experiencia, el bombardero estratégico.

Los bombardeos del 3 y 4 de septiembre de 1917 en Londres provocaron una gran agitación y un clamor por nuevos y más efectivos métodos de defensa aérea. La prensa se mostró muy combativa, rechazando el argumento oficial de la imposibilidad de prevenir los raids. En la reunión del gabinete ministerial de 1 de octubre se argumentó que el pánico de la población se veía alimentado por los artículos ilustrados detallando los daños causados por los bombardeos, y se planteó como solución que el primer ministro debería pedir a los editores de los principales periódicos cesar la publicación de descripciones gráficas de los daños causados por las incursiones aéreas.

En octubre de 1917 Winston Churchill (por entonces ministro de municiones) produjo un informe sobre la guerra aérea. Churchill, un entusiasta del bombardeo desde que en 1912, como Primer Lord del Almirantazgo, había impulsado el uso de aviones en la Marina, saca sus conclusiones y esboza una visión de los bombardeos aéreos a largo plazo, “que no se vean como un hecho insólito”. Churchill no usa el término “nueva normalidad” pero lo deja claro: las ciudades deben acostumbrarse a los ataques aéreos, “con un buen sistema de refugios y subterráneos, y con un control militar y policial fuerte”. Las nuevas máquinas, los bombarderos urbanos, terminarían por modificar el paisaje de las ciudades y modular la vida de sus habitantes.

El 23 de octubre de 1917 una Orden del Consejo municipal de Londres instruyó a los propietarios para que erigieran vallas (de las usadas para colocar carteles publicitarios) delante de las casas dañadas por los bombardeos. Eso se hizo teniendo en cuenta la advertencia del Comisionado de la Policía de que los edificios dañados no deberían permanecer al alcance de la vista de los viandantes, a riesgo de recordarles los peligros de los ataques aéreos.

La noche del 28 de enero de 1918 catorce personas murieron en una estampida para ocupar un lugar en un refugio antiaéreo, en un caso de “sheer and undisciplined panic”. Los expertos alegaron que el pánico o la pérdida de moral era rara en la población, y que cuando se producía era en general debido a la influencia de la población extranjera (alien or semialien), la cual, “con pocas excepciones, se conducía de manera tanto despreciable (despicable) como peligrosa”. “Jews and aliens” resumía el mito del populacho del East End, pronto a la revuelta bajo los bombardeos aéreos.

El comandante Rawlinson, que mandaba una unidad móvil antiaérea en Londres, narró así su experiencia en los distritos más pobres de la ciudad: “A menudo he visto a pobres mujeres con los ojos bañados en lágrimas, levantando a sus hijos para que vieran los cañones cuando pasaban, lo que nos permite darnos cuenta del alivio que debió suponer para esta pobre gente indefensa ver que, de alguna manera, se les proporcionaba algún tipo de protección».

El último ataque aéreo sobre Londres fue el 19 de mayo de 1918. En total, cayeron sobre Londres unas 30 tm de bombas, en todo Reino Unido unas 1.400 personas murieron en ataques aéreos.

1- Alexander and Malcolm Swanston: Atlas de la guerra aérea, Libsa, 2011
2- Civilian Morale Under Aerial Bombarment, Hilton P. Gossm dec. 1948 (US Air University Documentary Research Study) Documentary Research Division – Air University Libraries – Air university – Maxwell Air Force Base, Alabama. 

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