Centrales nucleares: los imperecederos monumentos del franquismo

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Nacionalcatolicismo y electricidad nuclear. Una vista aérea de la central nuclear de Almonacid de Zorita, la primera que funcionó en España, cuando las ambiciones nucleares de la industria eléctrica nacional eran ilimitadas. Crónica de un año de España, julio de 1968-julio de 1969. Servicio informativo español (1969).

El dictador (F. Franco) no estuvo nunca muy interesado en verse representado en monumentos, aunque se realizaron unos cuantos, el más impresionante el que dominaba la plaza de España de Ferrol, con seis metros de altura y ocho toneladas de bronce, erigido en 1967. El Generalísimo sólo estuvo apasionadamente (sic) implicado en el supermonumento de su régimen, el Valle de los Caídos. Con el tiempo, la mayoría de estas estatuas han sido retiradas a lugares más discretos y por fin relegadas a almacenes municipales, cubiertas por una lona. El catálogo completo de los vestigios franquistas abarca muchos millares de objetos, desde el enorme complejo de Cuelgamuros, seguido del Arco de la Victoria de Moncloa, ambos en Madrid, a infinidad de placas con el símbolo de la Falange anunciando que “Esta casa está acogida a los beneficios de la ley de 15 de julio de 1954”.

Las instalaciones nucleares son otro tipo de vestigios del franquismo, mucho más difíciles de desmontar y de meter en un almacén municipal. El Régimen apostó por la energía nuclear con tal entusiasmo que, de no haber discurrido la historia por otro camino, hoy habría en España cerca de 30 centrales nucleares, que producirían las tres cuartas partes de la electricidad del país, sumadas a un reactor experimental-militar con capacidad para producir bombas atómicas. Es decir, un modelo bastante parecido al francés.

La opción nuclear francesa fue una consecuencia directa del gaullismo y su obsesión por la grandeur del país, sumada a una sobrerreacción a la crisis petrolera de 1973. Italia, al contrario, con un ecosistema industrial mucho más avanzado que el español, nunca demostró mucho interés por el asunto nuclear, a pesar de sus excelentes centros de investigación en Roma y Milán, a donde fueron enviados ya en 1948 los primeros estudiantes españoles de Física Nuclear. Tampoco Portugal hizo nada, fuera de algún reactor experimental, ni Grecia, siendo España el único país de los llamados PIGS que se tomó en serio la era atómica.

La del diario Imperio (Zamora) del 7 de agosto de 1945 fue una clásica portada de periódico del franquismo inferior. Destacado, a tres columnas, la asistencia del Caudillo a una carrera de caballos en Riazor (el Concurso Hípico Nacional). A dos columnas, el bombardeo atómico de Hiroshima. Entre ambas noticias, un suelto informa de manera casi mística: “Llueve en Oviedo”, pero no torrencialmente o de mala manera, sino con tanta dulzura y acierto que “se ha asegurado la cosecha de patatas, maíz y manzana” y por si fuera poco “Es también enorme la cantidad de frutos existentes y la ciruela se ha cotizado en el mercado de Grado a 10 céntimos el kilo”. La única reacción oficial al dramático comienzo de la era atómica fue incautar y poner bajo control todas las existencias de mineral de uranio de España.

En abril de 1948 una delegación de científicos italianos visitó España, ostensiblemente para intercambiar datos y experiencias sobre óptica. En realidad pertenecían al embrión de la institución de investigación nuclear italiana, el Centro Informazioni Studi ed Esperienze (CISE). Italia tenía una interesante tradición en investigaciones atómicas, truncada cuando Enrico Fermi fue obligado a exiliarse en Estados Unidos en 1939, huyendo de las leyes racistas del fascismo. Los italianos carecían de uranio para experimentar, y querían un poco del que se suponía que España tenía en cierta abundancia. España carecía de experiencia en la tecnología atómica. El trato se hizo y varios estudiantes se dirigieron a Roma y Milán para iniciarse en los misterios de la física nuclear (1). Lógicamente, como institución de un país enemigo y derrotado, el CISE no podía abastecerse (todavía) de uranio en Estados Unidos.

Viendo que la cosa iba en serio, la Superioridad mandó crear una ultrasecreta Junta de Investigaciones Atómicas (JIA) en septiembre de 1948, tres años después de las masacres de Hiroshima y Nagasaki. Era un asunto militar, bajo el control del capitán de navío Luis Carrero Blanco, la mano derecha del dictador (técnicamente subsecretario de la Presidencia, el presidente era el propio Franco), y dirigido por marinos de guerra y algún general, con unos cuantos catedráticos e ingenieros en el plantel. Poco a poco, las actividades de la JIA se fueron complicando y fue necesario legalizarla y sacarla a la luz pública.

En octubre de 1951, el programa atómico español salió a la luz a la manera clásica, con la publicación del correspondiente Decreto-ley en el Boletín Oficial del Estado creando la Junta de Energía Nuclear, la JEN. Para entonces el panorama político estaba cambiando con rapidez, y la guerra fría convirtió a un estado pseudofascista como España en una avanzadilla del Mundo Libre.

Poco a poco, el grandioso proyecto fue cogiendo forma. El discurso de Eisenhower “Átomos para la Paz” (1953) y la participación en de científicos españoles en algunos grandes congresos internacionales sobre la energía nuclear dejaron claro ya a mediados de la década de 1950 el objetivo: construir una red nacional de centrales nucleares. Aquello, en términos de tecnología, complicación logística y política y coste en pesetas, dejaba a la altura del betún incluso al megaproyecto de la década de 1940, la fabricación sintética de gasolina, el programa del carburante nacional. En realidad, hay derecho a pensar que el programa nuclear español fue una especie de revancha del gran fiasco de este programa.

El franquismo y la energía nuclear tuvieron un flechazo extraordinario, y de igual manera que los flechados por Cupido piensan que se conocen desde siempre aunque lleven unos minutos de conocimiento, así la energía atómica y el Régimen funcionaron con un acople perfecto desde el principio. El cuento de la lechera atómico nacionalista español funcionaba más o menos así: la energía nuclear era de origen militar y podía tener interesantes derivaciones militares, bombas atómicas, justo lo que necesitaba una dictadura poco presentable internacionalmente para hacerse invulnerable, un esquema que años después siguió Corea del Norte. Por el lado civil, permitiría una autarquía energética perfecta, gracias a los grandes yacimientos de uranio del país, que proporcionarían la mítica “energía abundante y barata”, poder en estado puro. Una tecnología tan avanzada colocaría instantáneamente a España en el selecto club de las naciones serias y civilizadas. La producción de energía (aparentemente ilimitada) se haría en enormes complejos distribuidos por todo el país, fáciles de controlar desde Madrid. Y además, todo se podía hacer a base de ordeno y mando, sin tener que perder energías en convencer a ningún tipo de oposición organizada (que es cierto que fue fácilmente toreada, en los restantes países europeos de régimen parlamentario que se lanzaron al asunto nuclear).

La JEN consiguió amplios terrenos en la Ciudad Universitaria de Madrid, muy cerca del Cerro de los Locos, a cuatro kilómetros en línea recta de la Puerta del Sol, y comenzó la construcción de un gran complejo de edificios ultramodernos. Parece ser que a nadie le pareció raro colocar un complejo atómico en medio mitad de la ciudad de Madrid (2). También hizo acopio de toda clase de artefactos misteriosos y nunca vistos en España, como aceleradores de partículas y calculadores digitales eléctrónicos- Más adelante llegaría la pieza clave: un reactor nuclear experimental, que serviría para facilitar el paso siguiente: diseñar y fabricar en España un reactor nuclear que sería alimentado con uranio nacional. Esta era la labor principal de la JEN.

La segunda tarea principal de la JEN era la prospección sin descanso de minerales de uranio aprovechables por todo el territorio nacional. Se llegaron a prospectar las cuatro quintas partes del territorio peninsular, unos 400.000 km cuadrados. Se enviaron equipos a pie, en moto, en todo terreno y en avión, provistos de un material bastante rudimentario al principio, más adelante de contadores Geiger que ya fabricaba la propia JEN. Las muestras se llevaban a la sede central en Madrid, donde se analizaban y se calibraba la riqueza potencial de los yacimientos. Poco a poco se vio que la supuesta riqueza en uranio del país no era tan grande –se llegó a decir que España era el tercer o cuarto país del mundo en existencias de uranio– y era en realidad bastante modesta, insuficiente para abastecer un parque mediano de centrales nucleares. Además, el proceso de conseguir algo parecido a un combustible a partir de los minerales uraníferos se reveló como una ardua tarea.

Se construyeron plantas experimentales de tratamiento de mineral (una de ellas en la propia sede de la JEN). La minería y fabricación de concentrados de uranio es una actividad ponzoñosa que requiere extraer, triturar y tratar por violentos procedimientos físicos y químicos cientos de miles de toneladas de materia prima para obtener al final unos pocos kilos de combustible de uranio. Las pulcras pastillas de uranio, listas para colocar en las vasijas de los reactores nucleares, eran una parte del objetivo. La otra parte era la construcción y puesta en marcha de la central nuclear misma.

En 1956 tres prohombres de la industria, la energía y el asunto nuclear se reunieron en Olabeaga, un barrio en la margen izquierda de la Ría, a un tiro de piedra de Bilbao, home de los astilleros Euskalduna. Eran Oriol Urquijo, gran jefe de las eléctricas, el mismo que consiguió en 1944 la aprobación del Generalísimo para la creación de UNESA, Torrontegui Ibarra, quintaesencial industrial bilbaíno, director de la Babcock & Wilcox y Otero Navascués, vicepresidente de la JEN. En este llamado “Pacto de Olabeaga” se dejó todo muy claro. La industria eléctrica y la de maquinaria diversa se unían al grandioso proyecto de electrificación nuclear, bien respaldados por los capitales vascos y de otras procedencias. Se crearon varias empresas ad hoc de nombres sugerentes (NUCLENOR, para las centrales del Norte, CENUSA, para las centrales del Sur y TECNATOM, para los asuntos técnicos) y se trazaron planes de localización y construcción de centrales y de su alimentación con combustible nuclear. Todavía se pensaba que todo ello, a ser posible, debía ser de fabricación 100% nacional.

Una exposición, “El átomo y sus aplicaciones pacíficas” atrajo a medio millón de visitantes, según sus organizadores, entre mayo y junio de 1958 en el recinto de la Feria del Campo, de Madrid (3). Y por fin llegó el gran momento. El 9 de octubre de 1958, el reactor fabricado por General Electric, de 3 MW de potencia, alcanzó el estado crítico en las instalaciones de la JEN de la Moncloa. El llamado oficialmente reactor experimental JEN-1 era la atracción principal del complejo, con su profunda piscina y barandilla perimetral, por donde discurrían los visitantes, entre ellos colegios enteros. Se suponía que en el fondo de la piscina, donde el agua parecía tener un brillo azulado, la energía atómica funcionaba sin descanso prometiendo un futuro de energía y prosperidad ilimitadas.

Pocos días después, con el reactor ya bien caliente, se inauguró el gran complejo de la JEN en la Moncloa, oficialmente el Centro Nacional de Energía Nuclear Juan Vigón. Un montón de adustos militares capitaneados por el Caudillo entraron en el complejo y revisaron las instalaciones, incluyendo un ciclotrón de lo más aparente, esa máquina a base de barras y bolas que aparece en todas las películas de ciencia ficción. El ministro de industria, Planell, habló como cosa hecha del futuro programa de centrales nucleares. El cuento de la lechera nuclear español (combustible e instalaciones de fabricación nacional) parecía posible todavía. Justo cuando todo el mundo se marchaba, apareció el embajador de los Estados Unidos con un cheque-regalo de 350.000 dólares del Gobierno USA para el programa nuclear español (4).

La Fábrica de Uranio de Andújar ya comenzaba a estar operativa. Situada a orillas del Guadalquivir, se encargaba de procesar el mineral recogido en diversos enclaves del Oeste de la península y convertirlo en una sustancia con elevada concentración de combustible de uranio. Por entonces la JEN solicitó propuestas para un reactor nuclear prototipo de uso múltiple, y eligió la oferta de Atomics International como la más interesante. Sería una central alimentada con uranio natural y su construcción incluiría una nutrida representación de técnicos e investigadores españoles. Sería la semilla del futuro parque nuclear español autosuficiente, pero el proyecto nunca llegó a buen puerto y se hundió definitivamente a mediados de la década de 1960 (5).

Naturalmente Barcelona y Bilbao exigieron sus respectivos reactores experimentales, celosos de la instalación del JEN-1 de Madrid. En Bilbao, Otero Navascués, ya presidente de la JEN, asistió a la colocación de la primera piedra del reactor en la Escuela de Ingenieros. A una pregunta impertinente de un periodista, tuvo que responder «Baracaldo es un sitio absurdo para construir una central nuclear. Hay cientos de miles de habitantes alrededor» (6). La idea nuclear estaba en el aire. Algunos periódicos encabezaron la sección de curiosidades técnicas con el titulillo “Noticias de la Era Atómica”. Se publicaban anuncios a toda página de refrigeradores eléctricos Westinghouse, y Manuel Cortines, vicepresidente ejecutivo de NUCLENOR, pudo afirmar en una entrevista …»gracias [a la energía nuclear] las amas de casa van a poder electrificar sus hogares» (7). En realidad, Westinghouse iba a suministrar los electrodomésticos y la electricidad (nuclear) para alimentarlos.

Es entonces cuando cambió completamente el rumbo del programa nuclear español. En 1959, de manera oficial, la Superioridad abandonó la idea de autarquía que había dirigido la economía española en los 20 años precedentes. En 1964, a bombo y platillo, se proclamó el Primer Plan de Desarrollo Económico y Social. Entre estos dos hitos, la industria eléctrica (más conocida como Las Eléctricas) tomó posiciones. José María de Oriol y Urquijo,hombre fuerte de UNESA, escribió una carta a José María Otero Navascués. presidente de la JEN, poniéndose muy serio. Era abril de 1961. Oriol estaba inquieto por la hostilidad del Instituto Nacional de Industria (es decir Suanzes) a la iniciativa privada y su rancia obsesión por una industria patriótica y 100% nacional. Oriol dejó claro que querían lo mismo que habían obtenido con los grandes embalses hidroeléctricos:

«Nos hace falta tener la garantía de que lo mismo que se obtienen concesiones en los ríos españoles, a construir en determinadas condiciones y con proyectos aprobados por Organismos de la Administración responsable, nosotros obtendremos autorizaciones de centrales cuyo origen térmico sea nuclear”

El año siguiente Gregorio López Bravo fue nombrado ministro de industria y todo quedó meridianamente claro. El asunto nuclear quedaba a partir de ahora en manos de las eléctricas. La idea de una industria atómica completamente española se evaporó como el agua de refrigeración de un reactor.

El problema estaba en el enriquecimiento del uranio a usar como combustible. Era un proceso tan extraordinariamente costoso en términos de consumo de energía y tan complejo que no se podía pensar en hacerlo en España. La opción nacionalista era usar uranio “natural” (más o menos lo que salía de la fábrica de Andújar), proceso que sí se podía hacer en el país, pero que limitaba la potencia de las centrales alimentadas con él, amén de otros inconvenientes técnicos.

Eran los años de la Gran Intensificación. En 1961 se calculaba con absoluta verosimilitud un crecimiento anual de la demanda de energía superior al 8%, ergo había que multiplicar por cuatro la producción de electricidad en solo 18 años (1962-1980). Con la hidráulica al límite de sus posibilidades, la solución era la construcción de centrales nucleares a cascoporro. Estas centrales, por cuestiones de rentabilidad, tenían que ser muy grandes.

La industria eléctrica empezó a hacer su lista de la compra de centrales nucleares. Los emplazamientos dependían de dos factores principales: la cercanía, pero no excesiva, a la gran ciudad o núcleo industrial a abastecer y la existencia de agua abundante para la refrigeración. Por ejemplo, el emplazamiento Sevilla-Guadalquivir estaba localizado en la ribera de Guadalquivir, en el límite este del actual parque nacional de Doñana. Madrid-Tajo sería la primera de todas, Zorita. Bilbao-Ebro sería Santa María de Garoña, la segunda central nuclear en entrar en funcionamiento. (8)

Naturalmente, las centrales a construir fueron consideradas como regalos de la Superioridad a comarcas deprimidas. «Guadalajara ha recibido con la natural satisfacción la feliz noticia de la proyectada instalación de una central nuclear» (en el término municipal de Zorita de los Canes) publicó el diario local Flores y Abejas, el 24 de abril de 1962. En 1964, año cumbre del franquismo, comenzó la construcción de la primera central nuclear española, la de Zorita de los Canes (en el término municipal de Almonacid de Zorita), en Guadalajara, destinada a abastecer Madrid.

El 9 de julio de 1965 el ministro de industria en persona (Gregorio López Bravo) pulsó un interruptor y vió como la dinamita hacía saltar la tierra de la ribera del Tajo, en un emplazamiento previamente talado y arrasado. A un lado estaba Laureano López Rodó, el zar del Plan de Desarrollo, viendo el Desarrollo en la práctica. El embajador de los Estados Unidos no podía faltar en la comitiva, a esas alturas era tan imprescindible en las inauguraciones nucleares como el obispo de la diócesis correspondiente.

Alguna gente en la comarca no estaba satisfecha ni feliz con la instalación, y corrían toda clase de rumores que la prensa tuvo que desmentir, dejando así constancia de los mismos. Tras dejar claro la imposibilidad de una explosión atómica, un artículo de Nueva Alcarria (9) asevera: «No se producirán tampoco otros daños que la fantasía popular ha hecho correr por la comarca. No se envenenarán las tierras, ni habrá por culpa de la central malas cosechas; nadie enfermará misteriosamente, ni se provocará la esterilidad ni nacerán monstruos». En realidad, la central era considerada como un serio recurso turístico, «Habrá una caseta de información con propaganda y amenidades para atraer al visitante, que podrá ver la central de Zorita como parte de su jira por la ruta de los Lagos.» Y siempre quedaba el argumento tal vez más importante, «España se incorpora a una reducida relación integrada por los países más desarrollados», y a toda velocidad además: «hace tan solo nueve años no funcionaba en el mundo ninguna central nuclear industrial». Efectivamente, Calder Hall (UK) es de 1956, aunque los soviéticos ya tenían alguna funcionando dos años antes.

Era relativamente fácil aplanar la tierra, excavar lo necesario, y reunir hormigón y acero por miles de toneladas, pero había un inconveniente que dio muchos dolores de cabeza a los constructores de Zorita: toda la tecnología era importada, se trataba de piezas enormes en algunos casos y Zorita estaba en mitad de lo que se llamó muchos años después la España Vaciada, a cientos de kilómetros de distancia del puerto de mar más próximo y a más de 50 km de la estación de ferrocarril más cercana. Lo que habría sido laborioso pero factible en países civilizados como los de arriba de los Pirineos se convirtió en un reto considerable en la bravía geografía de España. Las tres piezas fabricadas por Westinghouse eran la vasija del reactor (el corazón de la central, donde tiene lugar la fisión del combustible y se genera el calor), el generador de vapor, donde el calor se convierte en vapor para accionar las turbinas (la pieza más pesada) y el alternador para producir la corriente eléctrica destinada a Madrid. Eran estructuras de decenas de metros de largo, 4 metros de diámetro y un peso de cientos de toneladas.

Los problemas comenzarían con la descarga de las piezas en el puerto de destino. No había en España ninguna grúa capaz de alzar 300 toneladas, así que hubo que alquilar una enorme grúa flotante.

Se desechó la opción más corta, desde Alicante a Zorita por carretera (unos 300 km) porque habría requerido más de 80 obras de rectificación del tortuoso trazado. La ingeniería de mediados del siglo XIX fue en auxilio de la tecnología de la era atómica. El ferrocarril Cartagena-Madrid, que se inauguró en 1863, fue construido por la compañía MZA (Madrid-Zaragoza-Alicante) con la mayor amplitud (gálibo) de todas las del país. En 1963 se hizo el recorrido experimental con una maqueta a escala real de las piezas desde Cartagena a Tarancón, un trayecto de 463 kilómetros. Funcionó, en algunos tramos con una holgura de pocos milímetros, y permitió dar luz verde a la construcción de la central, un caso como pocos de la importancia de la geografía en la tecnología. El resto de la ruta era sencillo, 56 kilómetros por carretera, que hubo que reacondicionar in extenso, en un camión que arrastraba un remolque gigantesco. Las piezas tardaron algo más de una semana en llegar a su destino, a una velocidad comercial de 4 km/h, la de un hombre caminando a paso tranquilo. Los buques Steel Scientist y Ocean Jet, cargados con las pesadas piezas, llegaron a Cartagena en agosto de 1966. El transformador principal, fabricado en Córdoba, se unió poco después al gigantesco mecano que se estaba montando en Zorita (10).

Por fin, a las 11:30 de la mañana del 12 de diciembre de 1968, comenzó en España la era atómica (industrial). Ese fue el momento en que el Generalísimo descorrió una cortinilla sobre la placa conmemorativa correspondiente, en el vestíbulo de la central nuclear José Cabrera, a tres kilómetros de Zorita de los Canes, Guadalajara, a 96 kilómetros de distancia de Madrid. Esta vez no hubo que apretar ningún botón para poner en marcha la instalación, que funcionaba desde el mes de julio y lo haría casi ininterrumpidamente durante 38 años, hasta 2006.

Al final todo el asunto resultó bastante decepcionante, desde el punto de vista de la soberanía energética o nacionalismo atómico. Prácticamente lo único español del complejo, aparte del hormigón y el agua del Tajo, era el combustible nuclear, extraído de minas en el oeste del país, procesado en la fábrica de uranio de Andújar (Córdoba) hasta convertirlo en uranio casi puro de vivo color amarillo, pero luego enviado a Estados Unidos. Allí la pasta amarilla fue convertida en hexafluoruro de uranio, que a continuación fue filtrado una y otra vez hasta que su proporción de U235 (el isótopo fisionable del uranio) llegó a nivel comercial. Por fin, el combustible se empaquetó pulcramente en varillas de zirconio en la fábrica de Westinghouse de Cheswick, Pennsylvania, desde donde fue cargado en un barco que lo dejó en Bilbao y desde ahí, tras un enrevesado recorrido por vía férrea y carretera, llegó a Zorita. Enviar el combustible nuclear tuvo mucho menos mérito que hacer llegar al emplazamiento de la central sus elementos fundamentales, la vasija del reactor y el generador de vapor, ambos fabricados en Estados Unidos por Westinghouse.

Eso estaba muy lejos del cuento de la lechera nuclear inicial del franquismo, que planteaba una especie de autarquía o soberanía energética muy avanzada basada en la energía nuclear, con combustible extraído y procesado en el país y quemado en centrales diseñadas y fabricadas en España. Se admitía que al principio habría que aceptar considerable injerencia extranjera, pero que ésta al final podría ser sustituida por know-how nacional. La relativa escasez de mineral de uranio fue el primer jarro de agua fría sobre el grandioso proyecto. Pronto se vió que era imposible plantear el enriquecimiento de uranio, parte esencial del proceso, dentro del país. La maquinaria también debía ser importada en buena parte, y la AIEA (Agencia Internacional de Energía Atómica) y los Estados Unidos se metían hasta la cocina.

El caso de Santa María de Garoña, la segunda central en entrar en operación, fue aún peor. En este caso la empresa constructora era General Electric (que también vendía electrodomésticos en España, como Westinghouse) y el uranio ni siquiera era nacional, sino de origen extranjero y procesado directamente por GE. Vandellós (inaugurada en 1972) fue el último suspiro del programa atómico autárquico. Utilizaba uranio natural y tecnología francesa, a base de grafito como moderador. Fue una muestra de independencia frente al dominio abrumador de los Estados Unidos, como lo fue comprar unos cuantos cazas Mirage a Francia tras años de aviones de guerra 100% norteamericanos. Pero incluso en este caso el uranio español era una parte menor del combustible, que procedía en su mayor parte de minas de las ex-colonias africanas de Francia (11). La tecnología de Vandellós tenía una ventaja añadida: la posibilidad de obtener plutonio de uso militar.

En 1971, España era el octavo país del mundo (el noveno en realidad, pues los datos de la IEA/OECD no incluían a la Unión Soviética) en producción eléctrica total generada en centrales nucleares y tenía un ratio de producción de megavatios nucleares por millón de habitantes similar al de Alemania y Japón (0,22-0,24 Mwh/Mhabs). Pero si se ponía en relación esa producción eléctrica nuclear con el tamaño de la economía (en términos de Mwh nucleares por millón de dólares del PIB) la cifra resultante (34 Mwh/M$) superaba a la de Japón y Alemania y se acercaba a la de Estados Unidos (39 Mwh/M$), siendo la sexta mayor del mundo (12). Todo esto en un país con una renta por habitante de unos 1.300 dólares al año, la mitad de la francesa y la cuarta parte de la alemana.

A finales de 1975, de los diez reactores nucleares que terminarían produciendo electricidad en España, tres ya funcionaban (Zorita, Santa María de Garoña y Vandellós 1), cinco estaban en construcción (Almaraz 1 y 2, Ascó 1 y 2 y Cofrentes) y dos ya contaban con autorización previa (Trillo) o la habían solicitado (Vandellós 2) (11). Ese año se publicó el Plan Energético Nacional (PEN-1975), que soplaba con fuerza en las velas de la energía atómica. Desde entonces hasta el 15 de junio de 1977, fecha de las primeras elecciones democráticas, el Gobierno y las eléctricas se apresuraron a colocar tachuelas nucleares por todo el país (12). Las previsiones de UNESA de porcentaje de electricidad nuclear eran de un 7% en 1976, un 30% en 1980 y un espectacular 54% en 1985. (12).

Las centrales nucleares tardan entre diez y quince años en funcionar desde que se inician los trabajos de diseño y construcción. La espoleta retardada del programa nuclear del franquismo explotó a lo largo de la década de 1980 y alcanzó su cumbre en 1989, con un 39% de la energía eléctrica de origen nuclear. Luego descendió paulatinamente, y actualmente ronda el 20%. Por el camino quedaron varios fósiles enormes, centrales que se construyeron pero que no llegaron a instalar la maquinaria, singularmente Lemóniz en la costa vasca y Valdecaballeros, cuyos edificios de hormigón gris parecen el castillo de Mordor cuando se mira hacia el oeste desde Castilblanco, en la Siberia extremeña.

Como estaba implícito desde el comienzo del programa nuclear de la dictadura, hubo un programa militar orientado a la construcción de bombas atómicas. De hecho, el Gobierno español no firmó el tratado de no proliferación nuclear de 1968 –no lo hizo hasta 1987. Se crearon comisiones de científicos y militares para estudiar de manera más bien teórica el asunto. En 1976 se dió un paso más peligroso cuando se planteó la creación del Centro Nuclear de Soria, en el mar de pinares que hay entre Almazán y la capital de la provincia. El Centro se dedicaría al manejo de plutonio, con evidentes fines militares. Tras años de secreto oficial y protestas populares, que sacudieron la pacífica provincia de Soria, el proyecto se trasmutó en Centro de Desarrollo de Energías Renovables. La fábrica de uranio de Andújar se cerró en 1981 y tras el desmantelamiento completo de las instalaciones, quedan diez hectáreas que cubren 1,2 millones de toneladas de residuos del procesamiento de uranio, sometidas a vigilancia radiactiva (11). Zorita y Vandellós están en diferentes fases de desmantelamiento, junto con otros restos fósiles del programa nuclear español.

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1- La creación de la Junta de Energía Nuclear: los cimientos de la industria nuclear española. Pablo Soler Ferrán, Nuclear España, junio de 2018.

2- La Junta de Energía Nuclear, un basurero radiactivo en el corazón de Madrid. Soledad Gallego-Díaz y Carlos Gómez. El País, 3 de febrero de 1987.

3- Átomos para la Paz… y para la Medicina: la popularización de las aplicaciones médicas de la energía nuclear en España. A. Menéndez Navarro. Departamento de Historia de la Ciencia. Universidad de Granada. España. Trabajo ganador del XXXVII Premio Fundación Uriach de Historia de la Medicina. Reproducido con permiso de la revista Medicina e Historia.

4-Imperio (Zamora), 28 de noviembre de 1958.

5- Poder político y poder tecnológico: el desarrollo nuclear español (1950-1975) Ana Romero de Pablos Revista CTS, nº 21, vol. 7, Agosto de 2012 (pág. 141-162).

6- Diario de Burgos, 16 de marzo de 1960.

7- Diario de Burgos, 29 de mayo de 1960.

8- La energía nuclear en España y su relación con la hidráulica. Francisco Javier Goicolea Zaba. Revista de Obras Públicas, junio de 1961.

9-Nueva Alcarria, 10 de julio de 1965.

10-Un transporte muy especial para la central nuclear de Zorita
Jaime Mac-Veigh Alfós y Enrique Ugedo Gudín. Revista de Obras Públicas, marzo de 1968.

11-Historia del uranio en España. De la minería a la fabricación del combustible nuclear, c. 1900-1986. Esther M. Sánchez y Santiago M. López. Sociedad Nuclear Española. 2020.

12- El estado y el desarrollo de la energía nuclear en España, c. 1950‐1985. Joseba De la Torre y M.d.Mar Rubio. DT‐Asociación Española de Historia Económica Nº1403. www.aehe.net. Febrero 2014.

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