Gatos, ratones y elefantes en la guerra total

Berlin Acuarium, Alligatorenhalle (1913). Stiftung Stadtmuseum Berlin (Europeana)

En agosto de 1914, las multitudes atestaron plazas y avenidas de las ciudades francesas y alemanas, y muchos vitorearon y corearon consignas: ¡A Berlín! o ¡A París!. Nadie sabía lo que se le venía encima. En septiembre de 1939 nadie salió a la calle a batir palmas. En Londres mucha gente tenía tres acciones en la lista de prioridades: enviar a los niños fuera de la ciudad, colocar las cortinas de obscurecimiento anti-bombardeos aéreos y matar al gato. Esto último fue el resultado de una campaña masiva de las autoridades británicas. En tan solo una semana, la primera de la guerra, en la llamada Masacre de las Mascotas (Pet Massacre) más de la cuarta parte de los perros y gatos de Londres fueron sacrificados. El argumento del gobierno es que, si no podían ser enviados al más benévolo medio ambiente del mundo rural, las mascotas no tenían nada que hacer en la gran ciudad en el mundo de la guerra total, salvo competir por el alimento con sus dueños. En total, parece ser que la mortandad de mascotas ascendió a 750.000. Esta tremenda medida preventiva despertó la reacción de las potentes sociedades británicas de protección de los animales, que consiguieron rescatar y proteger algunos cientos de miles de mascotas (1).

No solamente gatos, perros y otros animales de compañía fueron alineados (en esta caso casi exterminados) con la práctica de la guerra total. Los roedores también se llevaron su merecido. La misma semana de la Masacre de las Mascotas entró en acción el equipo de control de roedores (conejos, ratas, ratones, topillos y otras plagas del campo similares) capitaneado por C.S. Elton, uno de los padres de la ambientología desde que publicó, a los 27 años, Animal Ecology (1927), y una autoridad en la dinámica de poblaciones animales, que demostró en su obra Voles, Mices and Lemmings : Problems in Population Dynamics, publicada en 1942 y que analizaba seriamente el problema de las bruscas fluctuaciones de animales gregarios como los lemmings, cuya imagen lanzándose en un suicidio masivo por un acantilado ha sido utilizada tantas veces para simbolizar la burricie colectiva de la humanidad, tan bien expresada en la práctica de la guerra. Los investigadores del Bureau of Animal Population fundado por Elton en 1932 en la Universidad de Oxford reclutados por el Ministry of Agriculture, Forestry and Fisheries recorrieron todo el país en busca de los mejores métodos para exterminar a las plagas del campo. Tras una ardua tarea en lugares tan dispares como un vertedero de basuras, la Biblioteca Bodleiana, un gallinero en Bristol, almacenes de tiendas de ultramarinos en Market Street de Londres y otros muchos lugares, se pudo trazar una adecuada pauta de exterminio sabiendo ya qué cebos eran más aceptados por los animales (las ratas son muy tímidas para morder cebos que no conocen) y qué sustancias venenosas más letales, como el compuesto de cianuro usado para aniquilar conejos en sus madrigueras (2).

Los zoológicos planteaban un problema especial en la guerra total. En este caso se trataba de valiosas colecciones de animales salvajes que había que preservar por el bien de la imagen del estado propietario. Paradójicamente, las colecciones de animales salvajes eran uno de los últimos reductos de la civilización en la marea de la guerra del antropoceno. El Zoo de Londres participó de la psicosis de bombardeo que inundaba Gran Bretaña en aquel tiempo. El mismo 3 de septiembre fue cerrado, los animales venenosos sacrificados, el acuario vaciado y muchas de sus especies muertas, y algunos valiosos especímenes evacuados. El zoo de Londres sufrió algunos daños en el Blitz, pero en general salió bien parado. El zoo de Berlín compartió el destino de la ciudad. Fue bombardeado en repetidas ocasiones y casi destruido la noche de 22 de noviembre de 1943, en los comienzos de la “Batalla de Berlín” desencadenada por el Mando de Bombardeo británico. El hallazgo por los transeúntes de cuatro cocodrilos muertos en Budapester Strasse, extramuros del zoo, desencadenó toda clase de rumores de fieras escapadas del zoo recorriendo Berlín sedientas de sangre, una nota macabra sobre el horror general desencadenado por el bombardeo. Muy pocos animales huyeron, sin embargo, aunque muchos fueron víctimas del bombardeo, como casi todos los habitantes de la casa de los elefantes. El acuario sufrió un impacto directo en otro bombardeo y el zoo fue desangrándose poco a poco al mismo ritmo que la ciudad, aunque no cerró sus puertas hasta abril de 1945. El zoo de París en el bosque de Vincennes pasó grandes calamidades, pero no por los bombardeos, sino por la falta de recursos. Fue posible alimentar a los carnívoros comprando en los mataderos carne semiputrefacta o procedente de animales enfermos, nutrir a los monos con avena germinada o a las jirafas con paja mezclada con melaza, pero los invernaderos tropicales hubo que cerrarlos, por falta de carbón para la calefacción (3).

(1) The little-told story of the massive WWII pet cull
(2) C. S. Elton: The first 30 years of the Bureau of Animal Population. The Elton Archive, transcribed & edited by Caroline M. Pond 2014
(3) Thierry Antoine Borrell: Achille Urbain, le premier directeur du Parc Zoologique de Paris. (Mémoire présenté le jeudi 23 octobre 2014) Bull. Acad. Vét. France — 2014 – Tome 167 – N°4 www.academie-veterinaire-defrance.org/ 335

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