Cuando los labradores optaron por los nacionales

ahoramadrid30jul1936insertFragmento de un reportaje sobre la recogida de la cosecha de Ahora (Madrid), 30 de julio de 1936. (Clic en la imagen para verlo completo).

 

LABRADOR. Si no necesitas Máquina segadora, no pienses en ella;
si la necesitas acuérdate de la marca “EL CIERVO”

El Día palentino, 17 de mayo de 1938

 

Como dice el labrador al trigo, en julio te espero, amigo, y la mayor parte de la cosecha se hacía en este mes, con algunas siegas tempranas en las tierras bajas del sur en junio y otras muy tardías a mediados de agosto en las tierras altas del norte. Pero para la Virgen de Agosto todo tenía que haber terminado. La fecha del Alzamiento cayó justo en mitad de la temporada de la siegas, dejando comarcas ya recogidas, otras a medio cosechar y otras que ni siquiera habían empezado. El problema afectó también a la zona republicana, pero fue la zona nacional a la que afectó más de lleno, pues la sublevación militar consiguió dominar desde los primeros días la mayor parte de las tierras donde se cogía el trigo, “las tierras de pan llevar”, o lo que es lo mismo el país de los labradores.

El problema estaba en que la mano de obra necesaria para recoger la cosecha, muy numerosa por la escasez de cosechadoras mecánicas, estaba siendo movilizada con rapidez para ser enviada a los frentes. Los Gobernadores militares y civiles publicaron circulares dirigidas a los ayuntamientos, para que los alcaldes organizaran a los vecinos en cuadrillas para recoger las cosechas de los ausentes. Cuando llegó la Virgen de Agosto, que marcaba el comienzo de las fiestas de la cosecha, no había nada que celebrar en muchos pueblos, que suspendieron las fiestas con diversas fórmulas, desde “en atención a las circunstancias actuales” (Herreros) a “en vista de las circunstancias en que se halla nuestra querida España” (Matamala). La cosecha fue bastante buena, dadas las circunstancias.

La tierra de los labradores era muy extensa: ocupaba buena parte de Castilla Nueva y Vieja, León, Aragón y parte del norte de Extremadura. Se debía considerar como una extraña broma de la naturaleza. A diferencia de las zonas de montaña, poseía una característica principal de las buenas tierras agrícolas –las pendientes más o menos suaves–, pero ninguna más, con el defecto añadido con respecto a estas últimas de una disponibilidad natural de agua más limitada. Allá estaba la mayor parte de España: tierras pardas sin un árbol y los pueblos tan pardos como la tierra, ciudades literarias y en general un paisaje y un tipo humano cuyo mejor momento había estado aproximadamente en el siglo XV. No habiendo levantado la cabeza desde entonces, se convirtió repentinamente en la sustancia principal de la España nacional.

Los labradores, entre los que entraban propietarios bastante ricos y otros que malvivían con un pegujal,  hablaban una lengua comercial como el castellano y no eran primitivos como los montañeses, porque habían estado estrechamente sometidos a un sistema de ciudades desde tiempo inmemorial, pero era creencia general que estaban presos del atraso, la incultura, la rutina y la ignorancia. Sus parsimoniosas prácticas agrícolas estaban petrificadas en un refranero capaz de dar respuestas a todos los problemas prácticos mes a mes, santo a santo, cultivo a cultivo  y comarca a comarca. Consistían principalmente (en apariencia al menos) en cultivar trigo y criar ovejas, pero eran incapaces de sostener más de una cabeza lanar por hectárea de pasto o de cosechar más de ocho quintales de trigo por hectárea de cultivo.

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Labor (Soria) 2 de septiembre de 1937

 

El peso del país de los labradores en la España de 1936 era muy grande. Tal vez una quinta parte de la población total vivía allí, y la mayoría del pan que se comía en el país venía de estas tierras. El caso es que sus atrasadas prácticas agrícolas conseguían no obstante producir muchos años notables excedentes de trigo, que se podía almacenar, transportar, acumular, y especular con él, pues no en vano era algo así como el petróleo de la época, la sustancia que producía pan y por ende hacía correr la vida por las venas de la nación. Cuánto trigo se podía obtener, a qué precio se podía vender, si se podía o no exportar o bien admitir importaciones de trigo barato de Ucrania o Estados Unidos, la altura de las barreras arancelarias ad hoc, etc. fue hasta 1959 el asunto más importante de la economía política española. Y todo eso estaba sustentado en unos 15 millones de hectáreas de suelo pobre, cultivado por el procedimiento de año y vez, al tercio, al cuarto o incluso  una sola vez cada cinco años, arado con yuntas de mulas, abonado con estiércol y regado por los caprichos del clima o la voluntad divina, apropiadamente orientada por las rogativas.

Valladolid no era solamente la plaza fuerte del fascismo español, sino también la capital de los intereses trigueros, y el trigo fue el producto y recurso principal de España hasta que fue sustituído por el petróleo en este importante papel. El trigo se contaba y medía provincia a provincia con aparente exactitud, aunque todo el mundo sabía que las cifras oficiales eran meras aproximaciones, y los entendidos solían utilizar las estimaciones de El Norte de Castilla, el periódico de Valladolid portavoz de los productores de trigo.

Las cifras del trigo eran impresionantes: cuatro millones de hectáreas de cultivo (siete u ocho contando con los barbechos), el 15% de la extensión total del país y casi un tercio del terreno cultivado, y tres o cuatro millones de toneladas de producción, lo que daba, contando con las importaciones necesarias en los años malos, casi 200 kilos de grano por persona y año, es decir, entre un tercio y la mitad de las calorías y las proteínas que necesitaba la gente para subsistir.

Para muchos historiadores, el trigo era llave de todo el sistema. Cuando los enormes cargueros de cereales comenzaron a traer trigo barato desde Rusia y USA, el margen de cultivo retrocedió en Europa en general y «hubiera reducido el número de los cultivadores españoles de trigo al de aquellos cuya productividad fuera lo bastante alta como para permitirles vender a un precio igual o menor que el de los productores rusos y americanos» Muchas tierras de labranza se habrían reconvertido a otras cosas, como hortalizas o prados para el ganado… se habría producido un éxodo masivo de gente del campo hacia las ciudades y el extranjero… Con los elevados aranceles del trigo, los gobiernos construyeron «una formidable barrera al proceso de cambio» … en realidad, el arancel era «la palanca por medio de la cual el Estado habría podido regular el proceso de cambio económico y social», aunque prefirió mantenerla perpetuamente colocada en posición «máximo[37]”.

Estos intereses de los productores de trigo tenían pues un peso desproporcionado en la política nacional. Algunos trigueros eran grandes terratenientes y ponían en el mercado grandes producciones, pero había muchos millares de pequeños propietarios, los labradores, que sólo podían vender cada año apenas mil kilos de cereal, y a veces menos.

Conocida la supuesta magnitud de la cosecha de trigo del año, el gobierno manipulaba los precios con el doble objetivo de mantener alimentada a la población (es decir, de que no subiera en exceso el precio del pan) y de mantener contentos a los productores trigueros (manteniendo lo más altos posibles los precios). Así pues, sólo se podía importar trigo del extranjero cuando el precio subía por encima de un cierto nivel: entonces, las importaciones de trigo barato contenían los precios. La fijación de este precio límite era una importante tarea de los gobiernos.

En opinión de algunos comentaristas, el sistema funcionaba tan afinadamente protegiendo a los trigueros que los años malos de escasa cosecha el pan era caro, y los años de abundancia también. Pero hay que recordar que los trigueros no eran únicamente tres o cuatro terratenientes sin escrúpulos, sino muchos millares de labradores apenas acomodados. El sistema estaba tan viciado que las magníficas cosechas de trigo de los cinco primeros años de la República (1931-1935), cuando la media fue de 4,5 millones de toneladas frente a las 3,8 de los cinco años anteriores, contribuyeron decisivamente, en opinión de algunos historiadores, a su caída.

Los problemas comenzaron en 1932, cuando se consiguió por primera vez en la historia superar los cinco millones de toneladas de cosecha de trigo, y se redoblaron en 1934, cuando se alcanzaron las 5,1 Mtm. La torpe política del gobierno, que llegó incluso a autorizar importaciones de cereal, hundieron los precios del trigo. Los productores reaccionaron llenos de resentimiento, y optaron por apoyar a la opción política que les protegería contra estas contingencias. El caso es que la variedad del “campesino” en España era enorme, pudiendo distinguirse al menos media docena de tipos que apoyaron al Estado nacional o al republicano. Los labradores trigueros se colocaron mayoritariamente en la filas nacionalistas, y alcanzaron su objetivo político principal en 1937,cuando se creó (en la zona nacional) el Servicio Nacional del Trigo, que en origen no tenía como objetivo gestionar la escasez (como sucedería en la década siguiente) sino la abundancia.

El SNT, institución muy duradera, era equivalente al embalse plurianual inventado por Lorenzo Pardo. Este trataba de superar la irregularidad del clima almacenando tal cantidad de agua en los años lluviosos que le permitieran tener reservas suficientes para los años secos. Los agricultores situados en las tierras regadas con el agua del embalse tendrían al misma y suficiente cantidad de agua año tras año, hiciera sol o lloviera. De la misma forma, el SNT almacenaría todo el trigo del país (más tarde extendió su actividad a todos los cereales) y lo distribuiría con regularidad, eliminando la oscilación brusca de las cosechas propias del clima de la Iberia seca. Según cálculos de Cristóbal Fuentes Valdés[38], la cosecha de trigo en España solía ir de un máximo de 45 millones de quintales  (y entonces sobraban 6) a un mínimo de 39 (y entonces faltaban 9). El papel regulador de los almacenistas privados, acopiar trigo barato en la abundancia para venderlo caro en la escasez, lo iba a hacer ahora el Estado. La tecnología era similar a la del embalse plurianual,  una enorme presa para acumular agua y una compleja red de canales para distribuirla. En el caso del trigo se necesitaba una red de silos conectada a la red de ferrocarriles. Los enormes edificios de los silos, generalmente pintados de blanco, terminarían siendo uno de los elementos más característicos del paisaje durante el franquismo, un remedo a gran escala de los depósitos oficiales de grano del Egipto de los faraones.

 

[37] Gabriel Tortella: La economía española a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. En La España de la Restauración. Política, economía, legislación y cultura. I Coloquio de Segovia sobre Historia Contemporánea de España, dirigido por M. Tuñón de Lara. Siglo veintiuno de España editores (1985).
[38] El problema triguero y el trascendental decreto del Generalísimo. El Día de Palencia, 2 de septiembre de 1937.

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