Antiguos horrores

¿Un domador de caballos o un guerrero con dos espadas?, Pintura en una jarra hallada en Numancia. Se puede ver en el Museo Numantino de Soria.

Astapa (Estepa, Sevilla) y Calagurris (Calahorra, La Rioja) son dos hecatombes que quedaron oscurecidas por los episodios mucho más famosos de Numancia y Sagunto. Estas masacres en que una ciudad prefiere el suicidio colectivo a la rendición se distribuyeron durante la Antiguedad por todo el Mediterráneo, siendo Masada el ejemplo más famoso en la otra punta de Nuestro Mar. Masada y Numancia fueron explotadas a fondo por los nacionalismos español e israelí respectivamente, pero hay otros episodios horrendos que no consiguieron incendiar las redes sociales y que por eso han permanecido oscuros.

Astapa fue un caso de la última guerra púnica, hacia el 206 AC. La ciudad permaneció fiel a Cartago, fue sitiada por los romanos y los defensores no podían esperar perdón ni compasión. De manera que amontonaron sus más preciadas posesiones (su joyas, ornamentos, mujeres e hijos) en una gran pira en el centro de la ciudad, dejaron un retén de guardia y el resto de los hombres “abrieron las puertas de la ciudad y salieron en busca del enemigo, a la carrera, haciendo mucho ruido” dice Tito Livio. Tras su inevitable derrota, le tocó el turno al destacamento que había quedado de guardia dentro de las murallas de degollar y masacrar a sus propias familias y arrojarlo todo a una gran hoguera donde ardían ya sus posesiones materiales.

Cuando el general Marcius y sus tropas llegaron, “quedaron paralizados de horror durante algún tiempo”, y eso que eran tipos duros, acostumbrados a toda clase de atrocidades, como el asesinato de los habitantes de Cauca (Coca, en Segovia) por Lucullus. Se repusieron pronto y se lanzaron a la captura del ardiente botín, añadiendo más horror a la escena.

Lo de Calagurris ocurrió más de un siglo después, al final de las guerras sertorianas. Como Astapa, la ciudad permaneció fiel al bando equivocado, en este caso el del infeliz Sertorio. El sitio terminó en la masacre de los habitantes de la ciudad, pero antes ocurrió algo que impresionó mucho a los escritores antiguos: no solamente recurrieron al canibalismo, “el manjar nefando”, sino que salaron y conservaron la carne humana para que les durara más tiempo.

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