La prosaica verdad sobre el bombardeo de Guernica

guernicaDos recortes de prensa del 29 de abril de 1937. Arriba, Avance, de Gijón. Abajo, Azul de Córdoba.

 

La gente tardó un par de días en enterarse de que había ocurrido algo histórico. Avance de Gijón informó el 27 de abril, el día siguiente del bombardeo, en la última página: “La aviación extranjera bombardeó Eibar y Guernica, en donde causó considerables daños”. El día siguiente, también en la última página, pero ya a dos columnas, “El pueblo de Guernica ha sido destruído por la aviación facciosa… “el bombardeo más espantoso que se conoce en la historia de la guerra moderna”, dice el corresponsal de Reuters”. Al día siguiente, con titulares enormes, la noticia llegó a su portada y a las portadas de los periódicos de todo el mundo, y ahí ha seguido hasta hoy, ochenta años después.

Semejante agitación informativa, de escala planetaria, sorprendió mucho a todo el mundo, y especialmente a los nacionales. Cuatro semanas antes la aviación legionaria (italiana) había bombardeado Durango causando un número de víctimas equivalente y nadie se había rasgado las vestiduras. Eso tiene una explicación: el bombardeo de ciudades era la nueva normalidad inaugurada en la guerra civil española. Había empezado a gran escala en Madrid, en agosto de 1936, y siguió hasta el último día de la guerra. Los republicanos también bombardearon objetivos situados en ciudades, lo que equivale a decir la ciudad misma en general. Pero tenían cinco veces menos aviones de bombardeo que los nacionales y no consideraban que eso fuera una estrategia adecuada.

Los nacionales, por el contrario, tenían tres aviaciones a su disposición, dos de ellas bien nutridas de aviones de bombardeo, la Legión Cóndor alemana y la Aviación Legionaria italiana. La unidad alemana era un concentrado en miniatura de la Werhmacht alemana e incluía barcos y carros de combate, pero es recordada sobre todo por su componente aéreo. Los pilotos alemanes habían venido a España a aprender, eran estudiantes en prácticas. Tras hacer su máster en guerra aérea, volvían a Alemania bronceados y fogueados, listos para servir de columna vertebral de la Luftwaffe en la guerra que se avecinaba.

El ataque a Guernica fue uno más y estaba encuadrado en la nueva estrategia de guerra industrial que el ejército nacionalista puso en marcha en el ataque al norte, a finales de marzo de 1937. Tras las decepciones del ataque a Madrid en noviembre del año anterior y los fiascos del Jarama y Guadalajara, Franco puso en práctica una nueva manera de hacer la guerra, lento y metódico, basado en bombardeos masivos y ataques imposibles de resistir. La sección española de la Luftwaffe se puso a la tarea con gran profesionalidad. Cuando llegó la orden de bombardear Guernica, se sacaron mapas y fotos aéreas, informes de inteligencia militar, se moduló cuidadosamente la carga de bombas de los aviones con una mezcla de explosivas e incendiarias, se planificaron las pasadas sobre el objetivo, los puntos de reunión de la fuerza, etc., todo el complicado entramado de la guerra aérea.

Luego toda aquella fuerza aérea se soltó sobre la ciudad. El ataque no fue una retorcida maldad del jefe alemán Von Richthofen, ¡el primo del Barón Rojo!, sino un servicio más de una unidad militar encuadrada en los vastos planes del ataque nacional a Bilbao. La discusión posterior sobre si Franco, o Mola, o algún general español conocía o aprobó el ataque es absurda. Hubo memorándums, órdenes de operaciones, un montón de papeleo hasta que aquello se puso en marcha. Más adelante, el general Franco desarrolló una táctica para contar con los servicios destructivos de la aviación alemana e italiana sin quedar él mismo como un asesino: tras una gran masacre aérea como la que hubo en Barcelona en abril de 1938, la propaganda nacionalista le pintó convocando en su despacho a los jefes italianos o alemanes, “lívido de ira” para echarles en cara que se atrevieran a bombardear una ciudad española. Teniendo en cuenta el ritmo de los ataques, ¡Franco debía de estar echando espuma por la boca todo el día!

En Vizcaya, lo que nadie previó fue un éxito tan completo de los aplicados estudiantes alemanes. Guernica era una ciudad pequeña, muy compacta, con muchas casas de entramado de madera. El bombardeo en alfombra provocó un gran incendio que destruyó la ciudad. Se pudieron sacar fotos, por primera vez, de una ciudad entera arrasada por un bombardeo aéreo. Guernica podría haber sido olvidada como lo fue Durango o tantos otros bombardeos de la guerra civil, pero una serie de afortunadas circunstancias lo convirtió en símbolo de la barbarie de la guerra industrial, siendo la principal que había periodistas internacionales sobre el terreno que pudieron describir detalladamente la masacre de una ciudad pequeña y muy significada, en el País Vasco además, tan civilizado y tan conectado con Gran Bretaña. Desde entonces ha habido muchas Guernicas, desde una retrospectiva –el bombardeo de Xauen en 1925, el Guernica marroquí– a otra bien reciente, la guerra aérea que destroza Siria en nuestros días.

Tan fuerte fue el impacto, que el mando nacional tuvo que reaccionar e iniciar una campaña de descrédito de la atrocidad de Guernica que comenzó hace ochenta años y que continúa ahora mismo en los medios de derechas. Se ha discutido el número de víctimas, si había o no mercado ese día, si era o no objetivo militar. Al principio se echó la culpa del gran incendio de la ciudad a los dinamiteros asturianos, y cuando aquello no se sostuvo, se creó la versión actual: ¡la culpa de la destrucción de Guernica la tuvieron los bomberos de Bilbao, que no se atrevieron a entrar en la ciudad! La idea general entre la derecha española es que Guernica no fue para tanto. Fue un bombardeo más, uno de tantos pasos dolorosos pero necesarios que hubo que dar para destruir a la civilización republicana.

Marciano Lafuente

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