Los PIGS y la Gran Guerra

portuguesesSoldados portugueses se despiden de sus familias. Museu do Aljube – Resistència e Liberdade.

 

El Regio Esercito (Ejército Real italiano) atacó el amanecer del 23 de junio de 1915 al Ejército Imperial y Real (1) de Austria Hungría, aproximadamente en la línea donde se encuentra hoy la frontera entre Italia y Eslovenia. Dos semanas después todo había terminado, con unos 10.000 muertos en total, más de 6.000 italianos. La masacre se llamó oficialmente primera batalla del Isonzo, por el nombre del río que va desde la montaña al Adriático, y en cuya cuenca tuvo lugar la batalla. La segunda batalla del Isonzo comenzó el 18 de julio y también duró unos diez días. Luego hubo una tercera, cuarta, quinta, sexta, séptima, octava, novena, décima y undécima batallas de Isonzo, siguiendo una profesión espantable de muertos y heridos. La undécima fue una de las peores, con más de 30.000 muertos solo del lado italiano. Terminó en septiembre de 1917 con una ganancia aproximada de once kilómetros hacia el interior de Austria-Hungría. El comandante en jefe italiano, Luigi Cadorna, ordenó por fin el paso a una postura defensiva.
Fue entonces cuando los indignados franceses y los británicos se llevaron los cañones. Se los habían prestado a los italianos con fines exclusivamente ofensivos. Desde su punto de vista, la última decisión de Cadorna era un incumplimiento de contrato. El contrato para entrar en la guerra del lado de los aliados se había firmado el 26 de abril de 1915, tras arduas negociaciones del ministro italiano de exteriores, Sidney Sonnino. Tras sondear a las potencias centrales, su oferta fue considerada insuficiente, mientras que la de los aliados se consideró más adecuada. Así pues, en frío, Italia declaró la guerra a los Imperios centrales y poco después envió su ejército a atacarlos. Pronto se evaporó toda esperanza de llegar a Viena en unas pocas semanas y Cadorna no tuvo más remedio que adoptar una estrategia adecuada para una guerra de trincheras en punto muerto, nunca mejor dicho.
La estrategia de Cadorna tenía una parte que se podía contar en los periódicos (empujones sucesivos, consolidar y seguir empujando), más o menos la misma que se seguía en el frente de Flandes. Y otra parte menos presentable, nacida de lo que se podría llamar verdunismo: crear un punto de contacto entre las fuerza propias y las enemigas lo suficientemente violento como para que, tras un tiempo razonable, el enemigo fuera seriamente debilitado por desangramiento.
Las potencias aliadas estaban encantadas con la idea de uno o dos millones de soldados italianos sangrando a Austria Hungría por su frontera sur. Los soldados italianos afluyeron de todo el país al estrecho sector del frente del Isonzo. Los sicilianos habían viajado más de 1.000 kilómetros. Todos llevaban el fusil reglamentario modelo M-91, de un metro y medio de largo cuando se le calaba la bayoneta, casi la estatura media de los reclutas del sur. El Regio Esercito también disponía de algunos miles de ametralladoras y algunos cientos de cañones. El complejo militar industrial italiano hizo lo que pudo, pero nunca pudo equipar adecuadamente a su ejército. En el Décimo Isonzo, un contraataque austrohúngaro hizo más de 10.000 prisioneros italianos, ante la furia de Cadorna, que denunció a sicilianos, romañolos y de otras regiones como casi traidores, envenenados por el pacifismo. Fusilaron a más de 100 soldados para resolver el problema.
En el verano de 1917 hubo motines en todos los ejércitos aliados. En Rusia hubo algo más serio: una revolución que sacó al Imperio de la guerra. Los Imperios centrales se apresuraron a llevar fuerzas al Isonzo, muchas alemanas también por primera vez, para derrotar de una vez por todas a Italia. Las fuerzas italianas fueron arrolladas. La aldea de Caporetto simbolizó el desastre militar , que duró hasta que una firme defensa en el río Piave, casi a 100 km del frente original, restableció el equilibrio. Hasta que eso ocurrió, el ejército italiano se desintegró. Los soldados dejaron de obedecer a los oficiales, pero con un matiz italiano: no les insultaban ni agredían como es frecuente en estos casos, les saludaban cortésmente, pero simplemente se negaban a hacer caso de sus órdenes. Cadorna, un norteño, fue sustituido por Armando Diaz, un napolitano de origen español. Diaz aguardó prudentemente hasta octubre de 1918 para avanzar y derrotar a los autrohúngaros en Vittorio Veneto. La anterior situación de equilibrio se derrumbó en cuestión de días, y pocas semanas después el Imperio austrohúngaro había desaparecido.
Además de algunas confusas reclamaciones territoriales en la costa de Dalmacia, actual Croacia, que incluían la cause célebre de Fiume, el pago que recibió Italia por su trabajo militar fueron los 13.000 km2 del Trentino y Alto Adigio, que antes habían sido una molesta inclusión austríaca en el valle del Po. Ahora Italia dominaba toda la línea de cumbres de los Alpes y, según estimaban los geográfos de la época, “podía sentirse segura”. Puede decirse que el Trentino o Tirol del sur está regado con sangre italiana, a razón de unos 50 muertos por km2. Italia perdió 600.000 soldados en la guerra, y las pérdidas totales por todas las causas ascendieron a un millón. Irónicamente, en 1995 Austria se unió a la UE, y poco después se creó una eurorregión tirolesa. El SVP (Südtiroler Volkspartei, Partido Popular de Tirol del Sur) se encarga de los intereses de la población de lengua alemana de la zona, y lleva ganando las elecciones locales desde 1948.

Portugal era el país PIGS más lejano de los frentes de batalla, y entró en la guerra para defender su imperio. Daba la sensación de que los extensos territorios africanos bajo control portugués estaban seriamente amenazados de caer en manos de británicos o de alemanes. Se decidió torcer por Gran Bretaña y el internamiento de barcos alemanes en puertos portugueses desencadenó el estado de guerra entre ambos países. El frente de guerra más próximo estaba a gran distancia, en Flandes, y hasta allí hubo que enviar unos 50.000 hombres en barcos británicos. Fueron encuadrados en dos divisiones, a las que se asignó unos cuantos kilómetros de frente. Los británicos no pensaban nada bueno de aquel contingente militar de hombres melancólicos de corta estatura, a pesar de sacarse de la manga convenientes citas de la Guerra Peninsular, como que Wellington les llamaba “mis gallos de pelea”. La ofensiva alemana de la primavera de 1918 les pilló justo en medio, y fueron arrollados como todo el mundo, aunque los británicos intentaron echarles la culpa del desastre. Tuvieron en total más de 5.000 muertos y muchos más heridos, prisioneros y desaparecidos. En Versalles Portugal obtuvo como pequeña compensación la propiedad del pequeño territorio colonial alemán de Kionga, en la costa del Índico, entre la antigua África Oriental Alemana –más tarde Tanganika, después Tanzania– y Mozambique. En Lisboa se pensó que todo había valido la pena a cambio de consolidar las colonias.
Si Portugal estaba lejos del frente, Grecia estaba en mitad del fregado, en una incómoda esquina entre dos potencias aliadas de las potencias centrales, Bulgaria y Turquía. Los británicos enviaron pronto tropas a Salónica (Thessaloniki) para cubrir ese importante enclave, pero Grecia no estaba en guerra. El rey era alemán y de hecho pariente cercano del Káiser, y al primer ministro Venizelos, que vió la gran oportunidad de agrandar todavía más el tamaño de Grecia tras las victorias de 1912 y 1913 sobre Bulgaria y el Imperio otomano, le costó Dios y ayuda, incluyendo la creación de un gobierno provisional en Salónica paralelo al de Atenas, conseguir la entrada oficial de Grecia en el conflicto. Las tropas griegas actuaron con eficacia justo al final, a finales de 1918, acompañadas de las británicas. Bulgaria y Turquía mordieron el polvo y Grecia creció: obtuvo grandes pedazos de ambos países, incluyendo la Tracia, a un tiro de piedra de Estambul (Constantinopla para los griegos). La culminación de la Megalos Idea (en realidad la restauración del Imperio Bizantino) parecía al alcance de la mano. Nota aparte merece la actitud del no escaso cuerpo de oficiales británico destacado en Salónica y sus alrededores, en un sector que estuvo bastante tranquilo durante un par de años. Ejemplar de Homero en mano (en griego, por supuesto) se dejaban extasiar por la vista del Monte Olimpo coronado de nieve y por tantos otros lugares aprendidos en las escuelas públicas (sic) británicas y que ahora podían ver y tocar. Los griegos tuvieron unos 6.000 muertos.
El único de los PIGS que no entró en la guerra fue España. Había fuertes partidos germanófilos y aliadófilos, aunque pronto se vió que la única opción realista sería en todo caso entrar en la guerra del lado de los aliados, de manera que el forcejeo político se limitó a intentar impedir o a forzar tal evento. En enero de 1917, un informe del agregado militar de la embajada británica en Madrid estimó que el ejército español era de muy baja calidad y una amenaza como mucho para Portugal. Estas y otras consideraciones hicieron que la presión británica para la entrada en la guerra de España fuera muy leve. España fue el único PIGS que, en teoría, no perdió nada y ganó mucho con la guerra. Pero la ganancia no se repartió igualitariamente entre la población. La guerra provocó una efímera edad de oro de la economía española, que vendió enormes cantidades de armas, alimentos, uniformes, carbón y muchas otras cosas a los aliados. Especialmente beneficiados fueron los siderúrgicos vascos, los fabricantes de tejidos catalanes, propietarios de minas en Asturias y latifundistas agrícolas en general. Por la parte de abajo, la gente vio cómo sus salarios no podían seguir ni de lejos la subida de precios de las subsistencias, que era como se llamaban entonces las cosas necesarias para la vida, las de comer, beber y arder. En el verano de 1917 estalló la huelga general revolucionaria, que el Ejército tardó dos o tres días en aplastar, mostrando así con claridad quién tenía la sartén por el mango en el país. Alrededor de un millar de súdbitos españoles se alistaron en la Legión Extranjera francesa para echar una mano a los aliados, pero parece ser que muchos de ellos lo hicieron en realidad para dar una cierta base militar a la independencia de Cataluña y del País Vasco, y que gritaban Visca Catalunya y Gora Euzkadi junto con Vive la France cuando cargaban contra las trincheras alemanas.

(1) Kaiserlich und königlich (k.u.k.), de donde viene la Kakania de Robert Musil.

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