Del bosque al hilo

sniace

73. Cantabria y Cataluña

A mediados de octubre de 1941 la máquina militar alemana comenzaba a dar señales de agotamiento frente a la muy dañada pero todavía formidable máquina militar soviética, y se puso la primera piedra de SNIACE (fenomenal sigla, Sociedad Nacional de Industrias y Aplicaciones de la Celulosa Española). El ministro de Comercio e Industria, camarada Carceller, dio una explicación general del asunto. En 1938, con la mitad del suelo español “todavía en poder de las hordas rojas”, un grupo de industriales catalanes tuvo la idea de crear una industria textil fuera de Cataluña, igual que Queipo de Llano quería cultivar arroz fuera de Valencia. La verdad es que el Estado Nacional tenía más trigo, carne y carbón que el republicano, pero andaba muy flojo en materiales textiles, aunque las antiguas pañerías de Béjar fueron resucitadas e hicieron lo que pudieron.
Torrelavega en Cantabria (liberada de las hordas rojas en agosto de 1937) era el lugar perfecto: tenía cierta tradición industrial, incluso de industria química –la Solvay llevaba allí desde principios de siglo– buen abastecimiento de agua y energía y sobre todo materia prima abundante: grandes plantaciones de eucaliptos, porque ya no se trataba de procesar lana o algodón. El presidente de la empresa, barón de Terrades, explicó didácticamente el asunto: se trataba de pasar “del bosque al hilo”. SNIACE iba a ser una fábrica de rayón o viscosa, el tejido “artificial” más popular en aquellos años, algo así como hacer ropa de papel. Los eucaliptos los había traído a Cantabria, sesenta años antes de la primera piedra de Sniace, Marcelino Botín de Sautuola, descubridor de Altamira y tronco de una famosa familia de banqueros. Por entonces se le consideraba un árbol panacea, capaz de producir mucha madera en poco tiempo y muy útil para desecar terrenos pantanosos. El presidente de Sniace era el perfecto prócer catalán, José María Albert y Despujol, barón de Terrades y Conde de Santa María de Sans, de la crema y nata de Barcelona. Tenía más nobles apellidos: Peralta y Pujol de Senillosa. Su linaje paterno venía del Ampurdán (Empordá actualmente), el cogollo de Cataluña. Fue alcalde de Barcelona hasta que la huelga de tranvías de 1952, una de las primeras manifestaciones antifranquistas, le descabalgó del cargo.
Si la dirección y organización de Sniace iban a estar en Barcelona, donde se fijó además la oficina comercial, la tecnología procedía de Italia. Eso explica la presencia del embajador italiano en la ceremonia de colocación de la primera piedra, y no las bajas italianas en el exitoso ataque al puerto del Escudo en el verano de 1937, con el que se sacaron la espina de la derrota de Guadalajara. Según contó el ministro Carceller, la intervención personal de Mussolini propició la entrada en escena de la SNIA Viscosa de Milán, una enorme empresa de fibras artificiales (SNIA es la sigla de Società di Navigazione Italo Americana, por si se lo estaban preguntando muertos de curiosidad, y aludía al origen de la empresa en el transporte marítimo Italia-USA durante la primera guerra mundial). La fabricación de rayón no es compleja, pero sí exige grandes cantidades de productos químicos venenosos, como derivados del cloro, ácido sulfúrico, etc. Los eucaliptos se machacan, se reducen a pasta, la cual se blanquea, se adereza de diversas formas y por fin se extrusiona como el agua sale de la alcachofa de la ducha, para formar fibras de todos los grosores necesarios. El resto ya es industria textil. Se trajeron 300 prisioneros republicanos para trabajar en las obras de la fábrica, que se inauguró dos o tres años después.
Sniace comenzó a inundar España de fibras artificiales (pero no sintéticas como las que se sacan del petróleo, pues la materia prima es fibra vegetal, celulosa). Pronto se convirtió en una empresa demasiado grande para una ciudad demasiado pequeña. Pagaba directamente varios miles de jornales en Torrelavega y su comarca, y otros tantos de manera indirecta a muchas pequeñas empresas y talleres de la zona. Se convirtió en un procesador continuo de fibra de eucalipto, del que cada vez necesitaba más plantaciones, cambiando profundamente el paisaje de Cantabria en el proceso. Convirtió el río Besaya en una cloaca, haciendo oídos sordos a toda clase de legislación o inspección ambiental. Hacia 1970-1980, los desmanes de Sniace eran una sección fija en las revistas ecologistas.
En 1888, el polígrafo montañés viajó a Barcelona y dijo en un discurso –parece ser que en buen catalán, la prodigiosa capacidad mental de D. Marcelino Menéndez y Pelayo daba para eso y para mucho más– cosas tan sensatas como esta: “las lenguas no se forjan caprichosamente, ni se imponen por la fuerza, ni se prohíben ni se mandan por ley”, en referencia y defensa de la lengua catalana, cuyo renacimiento cultural el Gobierno de Madrid miraba por entonces con gran desconfianza (según José Ramón Saiz, en diariocritico.com). “Polígrafo montañés” era el apodo de D. Marcelino, como “manchega universal” era Sara Montiel o “el manacorí”, a secas, es Rafa Nadal, el famoso tenista.
Las dos montañas de sal de España están en Cardona, Barcelona y en Cabezón de la Ídem, Cantabria. En este último pueblo hay una gran fábrica, la Textil Santanderina, de capital catalán.

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