Un Airbus A310 de Swissair a comienzos de la década de 1990.
La quiebra de Swissair el 2 de octubre de 2001 fue absolutamente desordenada, impropia de un país tan civilizado como Suiza. Se acabó el dinero para pagar el combustible y miles de pasajeros, sus aviones y sus tripulaciones fueron dejados tirados en aeropuertos de todo el mundo. Una fotografía de dos ancianos atónitos sentados encima de un carrito de equipajes de Swissport en el aeropuerto de Zurich resumía la situación. Resolver el caos costó penosos esfuerzos y la ayuda del Gobierno federal suizo.
De todas la aerolíneas del mundo, tal vez Swissair era la última en la que se pensaba cuando se pensaba en una quiebra. Durante muchos años, había criado fama de aerolínea de gran calidad, con la precisión de un reloj suizo, apropiada para la clase dirigente mundial. Tenía además de la ventaja de carecer de vetos en ningún país del mundo, gracias a la estricta neutralidad suiza, que ni siquiera es miembro de la ONU. Esta neutralidad, empero, se volvió contra la compañía cuando el país se negó en referéndum a asociarse a la UE en la fórmula del Espacio Económico Europeo (EEE), lo que provocó limitaciones en vuelos y escalas entre países del EEE.
Una relación mal definida entre lo que es una compañía aérea y lo que es un grupo financiero provocó decisiones empresariales que luego se revelaron equivocadas, como comprar enormes porciones de capital en una docena de grandes aerolíneas europeas que luego la compañía fue incapaz de mantener. El 11 de septiembre de 2011 fue el golpe de gracia a Swissair, que solo duró tres semanas hasta que llegó la orden de cese de operaciones.
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