El trimotor colonial

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Un Bloch MB.120 de Air Afrique en 1937.

 

El MB.120 es uno de los pocos aviones diseñados desde el principio para cumplir la especificación del “perfecto avión colonial”, un tipo de máquina con la que se venía especulando desde los primeros tiempos de la aviación. Antes de tener claro cómo debía ser tal aparato, se escribió mucho sobre lo que debería poder hacer, como en este artículo de 1926: “Avión de trabajo y no de combate, el avión colonial deberá estar dispuesto de tal manera que permita la ejecución de todas las misiones de la aviación en los territorios de ultramar, es decir el reconocimiento, las comunicaciones, la fotografía aérea, el bombardeo, le réglage (?), el ametrallamiento, el reavituallamiento, el transporte de personal, la evacuación sanitaria […]”
Y lo que esto implica: una máquina que ofrezca una perfecta visibilidad a sus tripulantes, alojados en una amplia cabina capaz de contener todas las herramientas necesarias para el trabajo aéreo colonial, desde los portabombas a las camillas para el transporte de heridos (1).
Poco a poco se fue abriendo paso la idea de un avión completamente metálico, con una espaciosa cabina, muy robusto, con varios motores de bajo consumo y fáciles de entretener. Había nacido el trimotor colonial, y Francia fue el país que llevó más lejos la idea.
Hacia 1930 una docena de firmas francesas de fabricación de aviones estaban metidas en la tarea de diseñar un prototipo de trimotor colonial siguiendo las especificaciones establecidas por el Ministerio del Aire y el de Colonias. Todos los modelos presentados eran muy parecidos, aviones de chapa de ala alta de unas cinco toneladas a plena carga, bastante parecidos al Fokker VII pero de aspecto más compacto. El único de los diseños propuestos que se fabricó en serie, aunque en pequeño número, fue el MB.120.

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He aquí una descripción tremedista de la llegada periódica del avión colonial a alguna localidad de los confines del imperio:

«Los buitres, de cuello rapado, devoraban las basuras; reemplazaban a los servicios de sanidad inexistentes. Cada quince días, un avión procedente de Dakar aterrizaba por la tarde y volvía a partir a la mañana siguiente. Así que oían el ruido de los motores, los buitres abandonaban sus basuras, y a centenares, pustulentos, batiendo sus inútiles alas, se arrastraban en fila india por el sendero que llevaba al campo de aviación. Los camiones y los jeeps los aplastaban, los negros los mataban a palos, pero ellos continuaban, siempre en fila, su dolorosa marcha. Cuando se cambiaba de lugar el aeroplano, se desplazaban con él; cuando se lo llevaban a un hangar, se quedaban ante las cerradas puertas.

Los buitres, demasiado gordos, esperaban que despegase. Ellos no podían ya volar, pero gracias a las corrientes de los motores, lograban planear sobre el suelo.

Después del paso de cada avión se veía sobrevolar durante varias horas a todos los buitres del poblado por encima de las chozas de tejados de palastro, y las cabañas repletas de negros. Luego, se posaban en tierra y volvían a sus nidos, otra vez innobles y gordos, para otros quince días.»

1 Un probléme nouveau: L’avion miltaire colonial. Les Ailes, 25 de marzo de 1926

2 Jean Lartéguy (1920-2011) La amarilla nostalgia (Le mal jaune) Editorial Bruguera, S.A. (1968), páginas 264 y 265.

 

 

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