El bombardero de Berlín. Un Handley Page V/1500 del 274 Squadron en Bircham Newton, Norfolk, a 150 km al norte de Londres, en 1919. Air Power Review – spring 2013. El 11 de noviembre de 1918 algunos aparatos de este tipo estaban listos para despegar hacia la capital alemana cuando, a las 11 de la mañana, la Gran Guerra terminó.
Los pocos folios mecanografiados del Informe Smuts tuvieron un efecto determinante sobre el futuro de la fuerza aérea británica en su lucha contra otra gran potencia industrial. Las dispersas actuaciones del RNAS (Royal Naval Air Service) y del RFC (Royal Flying Corps) se reunieron en abril de 1918 en un solo puño cerrado, la RAF (Royal Air Force) y dentro de esta se creó una punta de lanza, una fuerza estratégica de bombarderos apuntando directamente a las ciudades alemanas con su objetivo final en Berlín, el centro neurálgico del enemigo, la IAF (Independent Air Force), en junio. La RAF y la IAF fueron una decisión de políticos que vivían y trabajaban en Londres, donde habían sido testigos de la nueva clase de guerra (aérea), no de los comandantes en el campo de batalla de Francia, que al principio recibieron con disgusto la decisión. Para ellos la guerra era una cuestión de ganar la batalla en campo abierto al ejército enemigo, no de bombardear las ciudades enemigas. Pero Londres pensaba de manera distinta, en ganar la guerra aplastando a Berlín (y de paso Colonia, Frankfurt y todo lo que estuviera en medio) desde el aire.
El general Smuts expresó con claridad el pensamiento oficial en octubre de 1917: “Hasta ahora hemos evitado, en la medida de lo posible, usar el aeroplano como una máquina de destrucción y terrorismo contra la población civil”. Pero, concluía, siguiendo el principio bíblico del ojo por ojo y diente por diente, “nos vemos obligados, aun con repugnancia, a aplicar al enemigo la política de bombardeo que él nos ha aplicado a nosotros” (1).
Dando otra vuelta de tuerca, en octubre de 1918, pocas semanas antes del Armisticio, se dio fuerza legal a Fuerza Aérea Independiente Inter-Aliada, que reuniría elementos de bombardeo británicos, norteamericanos, franceses e italianos, todos apuntando en la misma dirección: el aplastamiento de Alemania desde el aire. La IAF y su sucesora estaban bajo el mando de Hugh Trenchard, el arquetipo del general británico agresivo y uno de los más famosos barones del bombardeo de la historia. Trenchard, como la mayoría de los comandantes de campo en Francia, rechazó en principio la idea de una fuerza aérea independiente dedicada principalmente al bombardeo. Para él, sus aviones debían aniquilar a los aviones enemigos, sin más distracciones. Pero su nombramiento como jefe de la IAF lo cambió por completo, y pasó a considerar el mundo terrestre como algo que podía y debía ser controlado desde el aire, a base de bombas principalmente. Trenchard despachaba directamente con el ministro del Aire, sin pasar por el jefe supremo militar británico.
En septiembre de 1918 el ministro del aire, Sir William Weir, recién llegado al cargo, un fabricante de de bombas y condensadores que reconvirtió su negocio para fabricar bombas explosivas, escribió a Trenchard con algunas sugerencias: “[Personalmente,] no me preocuparía demasiado la precisión de los bombardeos de las estaciones ferroviarias enclavadas en medio de las ciudades … no me molestarían algunos accidentes debidos a la falta de precisión.» (2) Weir terminó diciendo que «estaría muy complacido» si Trenchard pudiera «desatar un incendio realmente grande en alguna ciudad alemana», lo mismo que Von Tirpitz había dicho cuatro años antes refiriéndose a las ciudades británicas. Las estaciones de ferrocarril podían ser consideradas razonablemente objetivos militares legítimos, pero al mismo tiempo solían estar en el centro de las ciudades, lo que las convertía en objetivos ideales para el bombardeo “moral”.
Se enviaron bombarderos a las ciudades alemanas que quedaban dentro del radio de acción de la tecnología aérea de la época, como Colonia, Coblenza, Frankfurt o Stuttgart. El balance final de esta campaña de bombardeos estratégicos fue de 746 alemanes muertos en 675 ataques, con 352 aviones perdidos y 246 tripulantes muertos o desaparecidos. Nada parecido a una masacre de proporciones bíblicas que venciera la voluntad de resistencia del pueblo alemán, como los bombardeos de Londres no habían conseguido hacer lo mismo con la población británica. Los aviones utilizados eran pequeños (salvo el 0/400) y la precisión de la navegación inexistente. Esa nueva guerra necesitaba algo más que artillería, infantería y aviones de pocas prestaciones. Necesitaba un nuevo tipo de tecnología, los grandes bombarderos estratégicos.
1- Jeremy Thin: The Pre-History of Royal Air Force Area Bombing, 1917-1942. University of Canterbury (2008).
2- Frederick Taylor: Dresde. Temas de Hoy, 2004.
Ecosistemas: 1914-1921 Primera Guerra Mundial
Asuntos: Bombardeos, Bombarderos
Tochos: Los aviones del terror