Queda inaugurada la francostalgia

Hace treinta años, veinte o diez, desmantelar el Valle de los Caídos era tan imposible como montar un bar en la cara oculta de la Luna. Ahora se ha producido la  Exhumación, un trabajo de albañilería sencillo pero de proporciones simbólicas descomunales. Para la izquierda es acabar con una anomalía que daba vergüenza, como arreglar una calle en mal estado, pavimentarla y poner árboles en los alcorques. Para la derecha (aunque oficialmente a la derecha el asunto no le interesa absolutamente nada) es algo más profundo y más difícil de definir, algo así como eliminar el último dique que frenaba, simbólica pero efectivamente, la oleada antisistema, separatista y sin Dios que actualmente amenaza con anegar España.

Personas que estaban despiertas la madrugada del 20 de noviembre de 1975 recuerdan la sensación del final del dictador como si una enorme losa de granito se evaporase de repente sobre todo el territorio nacional. 44 años después es una segunda losa, más sutil, la que desaparece. Normalizada España, con el dictador principal en su tumba familiar (como Mussolini), ha llegado la hora de la francostalgia, «tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida», dice el Diccionario de la Academia con precisión.

¿Una dicha perdida el hambre, los fusilamientos en masa y las llamadas telefónicas de Hitler? Claro que no, esa época se ha fundido con la República y la guerra civil en unos sombríos 25 años que conviene olvidar. La francostalgia se refiere al franquismo superior, aproximadamente sus últimos 20 años. En esa época de cambio acelerado, España entró de lleno en el Antropoceno, la era en que la humanidad utilizó tanta energía fósil que consiguió modificar profundamente el planeta, en un sentido geológico, y de paso colocar un frigorífico y un televisor en cada casa.

Vestigios geológicos del comienzo de esa época son los últimos pasos elevados para el tráfico de coches de las ciudades o la alucinante hilera de bloques de pisos que separa el Mar Menor (fallecido recientemente) del mar Mediterráneo. El punto de vista de la francostalgia no se detiene en estas cosas, sino que ve la época de 1955 a 1975 como una era en que los españoles, trabajando realmente duro, conseguían mejorar su nivel de vida año tras año, de manera muy tangible: el coche, el televisor, la lavadora, el filete diario, la ducha caliente, la ropa barata de poliéster.

Todo eso se hacía sin política, sin políticos profesionales metiendo la mano, de donde viene la asociación entre la prosperidad y la no-política, y de ahí la idea muy extendida de que la miseria la crean los políticos. Hay más elementos en la francostalgia: el recuerdo imaginado de libertades ambientales ilimitadas (desde contaminar a fumar hasta en los quirófanos) y de mano dura contra el desorden, es decir el separatismo, los antisistema, los inmigrantes «ilegales», las drogas, el feminismo y otros enemigos de España.

La francostalgia funciona colocando esos veinte años dorados (1955-1975) en una caja cerrada con un broche de oro: la Transición, entendida como la auto-disolución del franquismo, en un noble gesto patriótico, y el paso a una nueva etapa que, conservando todas las ventajas del franquismo, eliminaba algunas aristas o excrecencias poco presentables del mismo, como la policía política y los tribunales especiales de orden público o el partido único llamado Movimiento Nacional. Según la interpretación que hace la francostalgia de la Transición, el mismo Caudillo lo preparó todo cuidadosamente, dando a los españoles un último regalo, la democracia.

La Exhumación, que ha sentado muy mal en las filas de la derecha (y lo peor es que no podían oponerse abiertamente a ella) ha servido para cerrar una fase, la del dictador como dique simbólico y automático del desorden en España. Es decir, como alguien de quien nadie se acordaba ya (según la derecha) pero cuya mera presencia en el Valle de los Caídos servía como elemento mágico de freno del libertinaje. Ahora que este elemento ha desparecido, habrá que volver a construir el dique contra las doctrinas disolventes, y esta vez se podrá utilizar el franquismo como su base y fundamento, de manera explícita y sin complejos.

Todas las ideologías tienen una época o situación como ejemplo e inspiración. La izquierda española tiene a la Segunda república, cuya leyenda dorada utiliza. La derecha española lleva cuatro décadas sin referencia histórica, salvo la propia Transición «reconciliadora», que no sirve porque pertenece a nuestra época. Intentos de utilizar la Restauración de Cánovas de Castillo no han funcionado bien. El franquismo superior, que es la verdadera referencia de la derecha, no se podía utilizar explícitamente… hasta hoy.

Marciano Lafuente

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