Lo cuenta James Michener en su monumental tocho de recuerdos de viajes por España, Iberia. La escena transcurre en el aeropuerto de Sevilla, a mediados de la década de 1960. Dos viajeras inglesas de gran tamaño, “de las que las Islas producen en cantidad”, dice Michener, preguntan a un operario por su equipaje. El hombre, hablando español pausadamente y acompañándose de gestos inequívocos, lo explica: dentro del edificio, a la izquierda, en diez minutos. Las viajeras no se dejan impresionar y vuelven a preguntar con más apremio. El operario repite su parlamento y sus gestos, con tanta claridad que hasta un hipopótamo corto de entendederas lo habría entendido perfectamente. Las dos viajeras, sin embargo, dan media vuelta y se van a buscar alguien que hable su idioma mientras dicen en voz muy alta “Pobre tipo, no ha entendido una sola palabra de lo que le hemos preguntado”.
Los ciudadanos de los países PIGS tienen grandes dificultades con la lengua mundial, el inglés. Algunos la han estudiado en el bachillerato, los de más edad ni eso o incluso estudiaron francés, la lengua internacional preferida en estos países hasta la década de 1970. En consecuencia, no hablan idiomas. “No hablan nada” como se quejan muchos turistas del norte. En los países PIGS, aprender inglés es un duro esfuerzo nacional que cuesta mucho tiempo y dinero pero que obtiene pocos resultados. Desesperados, algunos de sus gobernantes quieren imponer la educación bilingüe a sus conciudadanos ya desde pequeñitos, con la creencia de que las blandas mentes infantiles podrán absorber con facilidad la lengua inglesa. Como resultado de estos grandes esfuerzos, la generación PIG de menos de 25 años se defiende cada vez mejor en la lengua de J.K. Rowling. Sus mayores son un caso perdido. Esta circunstancia es parte importante de las lamentaciones PIGS, junto con las sequías y los malos gobernantes: “no hablamos idiomas”. La diferencia con la población alemana, holandesa o danesa, en apariencia casi toda ella fluente en inglés, es enorme. Olvidan sin embargo que el alemán, el inglés, el neerlandés, etc, son de la misma familia lingüística, y que si la Gran Armada de Felipe II no hubiese fracasado miserablemente en 1588, tal vez la interlingua mundial sería el español, y no el inglés, y los italianos y los portugueses tendrían la mitad de esa lengua aprendida ya desde la cuna.
España supera de largo a los demás PIGS en la cerrilidad con el inglés y los idiomas en general. Una especie de leyenda urbana afirma que los griegos hablan todos los idiomas del mundo desde la cuna (lo mismo se afirma de los míticos mercaderes levantinos que podéis encontrar en cualquier tienda de Estambul o Bagdad, incluso en Roma). Esto es debido a su intenso contacto, ya desde niños, con comerciantes y turistas procedentes de las cuatro esquinas del mundo. Además, el italiano y el griego moderno son lenguas pequeñas, con unos 65 y 15 millones de hablantes respectivamente. Las lenguas pequeñas, como comprobará cualquiera que se acerque a dar una vuelta a la República Checa o a Holanda, desaparecen en cuanto aparece un turista a cien metros de distancia. Todo el mundo se pone a hablar inglés o lo que haga falta, y difícilmente el turista oirá una sola palabra en lengua vernácula. El portugués no es una lengua pequeña, con sus 220 millones de hablantes, 200 de ellos en Brasil. Los portugueses tienen tradición marinera y viajera, y su lengua (la propia del Portugal ibérico) es muy pequeña, menos de diez millones de hablantes, por lo que también han desarrollado una actitud muy amistosa hacia las grandes linguas francas del mundo, es decir el inglés, por ahora.
Según la docta organización Eurostat, España está a la cola de Europa en conocimiento de un segundo idioma por parte de sus ciudadanos, pero en esta ocasión no la acompañan Grecia y Portugal, sino Hungría y Bulgaria. Tan solo un 51% de los españoles declara defenderse en otro idioma, mayoritariamente el inglés. NOTA: el estudio eurostático no incluye Reino Unido ni Irlanda, donde la competencia en un segundo idioma se sospecha que es bajísima, porque, ¿para qué lo necesitan? Es parte de la disimetría del mundo. Otros estudios locales del CIS abundan en datos espantosos, como que “el 65% de los españoles no lee ni escribe en inglés”. En general el desempeño de los PIGS en un segundo idioma no es bueno, Italia tiene un 60% (la media europea es un 66%), en Portugal también es bajo, Grecia es una incógnita pero está lejos de los campeones (como Dinamarca y Escandinavia en general), pero el caso español es especial. Miles de artículos y tesis doctorales han intentando e intentarán explicar por qué a los españoles se les da tan mal hablar otro idioma que no sea el suyo, es decir el castellano o español, y porqué los actores españoles de las telenovelas y bastantes películas son tan impostados. Dos grandes preguntas con difícil respuesta.
La explicación principal es la fortaleza del español, que actualmente está en tercera posición por influencia mundial, tras el chino estándar y el inglés. Los idiomas fuertes hacen perezosos a sus hablantes. Otro culpable es el franquismo, responsable de una fatídica Orden Ministerial de abril de 1941 que prohibió la exhibición de películas en otro idioma que el español. En realidad en España se doblaron películas desde que se apareció el cine hablado, a finales de la dictadura de Primo de Rivera, pero el franquismo impulsó una industria del doblaje tan potente que no dejó más hueco a las películas en versión original que los lúgubres cines de “Arte y Ensayo” (!).
Pero la contribución del franquismo a la falta de fluidez idiomática de los españoles viene también por otro lado: las películas de Alfredo Landa popularizaron la figura del español en el extranjero orgulloso de no saber una palabra del idioma local, hablando a gritos con todo el mundo con la esperanza de que así le entiendan y respondiendo ¡Tu padre por si acaso! ante la menor sospecha de que el extranjero le está faltando.
Otros factores los compartimos hace décadas con Italia, Portugal y Grecia: un sector público tradicionalmente débil y por lo tanto una escolarización limitada, así como gran cantidad de población rural con pocas posibilidades de aprender idiomas extranjeros y de ejercerlos después. La edad es un factor determinante, algo que compartimos con Alemania o Francia, donde los mayores de 55 años también tienen grandes problemas con el inglés. Pero hay algo que no tienen el resto de los países PIGS y España sí, y en grado agudo: un disparatado sentido del ridículo. No se admite chapurrear una lengua extranjera en público, en la mayoría de los casos el inglés. O se habla bien, o no se habla.
Cada dos o tres años, un político español de primera línea mete la pata en alguna reunión internacional al intentar colar algunas palabras en la lengua de P.G. Wodehouse. La prensa connacional será inmisericorde, le pondrá a caer de un burro y sus torpes expresiones serán recordadas y ridiculizadas hasta el fin de los tiempos. En Italia también se metieron con Berlusconi por su speech improvisado en Camp David ante W. Bush o con Matteo Renzi cuando se soltó en inglés, pero hay una diferencia importante, los políticos italianos no parecen avergonzarse ni lo más mínimo de su manejo de los idiomas extranjeros, y los españoles sí. La vergüenza por no saber idiomas (es decir, inglés) hace que los padres españoles modernos pretendan que sus hijos lo hablen desde la cuna, que sea literalmente su lengua materna, lo que ha creado toda una curiosa industria idiomática-infantil de inglés para niños, paralela a la del inglês para crianças, Αγγλικά για παιδιά e inglese per bambini. Todas ellas con muchos vídeos de dibujos animados y un mensaje central: English is fun!
Asuntos: Idiomas
Tochos: Nosotros los PIGS