La prensa : diario de la mañana (Santa Cruz de Tenerife) – 13 de diciembre de 1938 (Biblioteca Virtual de Prensa Histórica).
En la página web de una popular marca de leche española se puede leer esta extraordinaria afirmación: “La intolerancia a la lactosa es una enfermedad que sufren las personas que no digieren el azúcar natural de la leche, la lactosa”. Quiere decirse que el 60% de los griegos, el 50% de los italianos y al menos el 40% de los españoles están enfermos.
La mitad aproximada de la entera población PIG autóctona no digiere la leche, y hasta hace veinte o treinta años eso no le preocupaba lo más mínimo a nadie. La razón era sencilla: por encima de los seis años de edad, la mayoría de los sudeuropeos no consideraban normal beber leche fresca en cantidad, al estilo nórdico y anglosajón. En realidad, la leche estaba destinada a los niños y a los adultos enfermos.
Había excepciones en las culturas cantábricas, pirenaicas y alpinas de España e Italia, gentes ganaderas capaces a beberse un cubo de leche fresca si no había otra cosa que comer. Pero no es casualidad que estas zonas coincidan de lleno con los nacionalistas periféricos de Galicia, Asturies, Euskalerria, Catalunya, la Lombardía, etc., que no se reconocen como PIGS. Tampoco es casualidad que la intolerancia a la lactosa discurra en proporción inversa al índice de civilización de un país: va desde Dinamarca, 5%, a Sicilia, 80%.
Cualquiera diría que los PIGS estarían contentos con su intolerancia congénita y seguirían dándole al gazpacho, la horxata, el salsiki, etc. Pues no. A partir de 1950 aproximadamente, una ola de leche fresca de vaca, paralela y en realidad cabalgando sobre otra ola de petróleo, se abatió sobre estos países. No tomar grandes cantidades de leche se consideró un atraso. Los gobiernos apoyaron la distribución de leche a la población a precios muy bajo, se construyeron grandes centrales lecheras, se organizó una gran industria salida de la nada.
Entre 1950 y 2000, la cantidad de leche ingerida por persona y año en los países PIGS pasó de menos de 10 litros a casi 100. Las consecuencias en términos de diarreas, faltulencias y retortijones intestinales, fueron incontables, pero hasta la década de los 70 muchos médicos consideraban que lo que hoy se considera simple reacción metabólica por variación genética era la triste reacción psicológica de rechazo de una persona atrasada ante la ingesta de la bebida de la civilización por excelencia: la leche.
Cuando se descubrió el pastel, la reacción de la industria fue poner a la venta leche sin lactosa, la curación definitiva de una enfermedad inexistente, cuyos vistosos envases domina las estanterías lácteas de los supermercados PIGS, que son realmente kilométricas.
Asuntos: Alimentos, Leche, Salud pública
Tochos: Nosotros los PIGS