Tupolev Tu-160 Ilya Muromets de la aviación estratégica rusa, hacia 2010.
Un Tu-160 de la fuerza aérea ucraniana, en 1998.
En 1967 el North American Valkyrie norteamericano preocupó al gobierno soviético lo bastante como para lanzar su propio programa de superbombardero hipersónico, algo reducido con respecto al original por los enormes costes implicados. Cuando el año siguiente el Valkyrie realizó su último vuelo y pasó a la categoría de pieza de museo, el programa soviético fue cancelado prontamente con un suspiro de alivio. Empero poco después hubo que dar respuesta al Rockwell Lancer y en 1972 se lanzó el programa del superbombardero soviético, que esta vez superaría al original en tamaño, peso, potencia y velocidad.
Comparado con el Sikorsky Ilya Muromets de 1914, el Platija (nombre informal que le dan sus tripulaciones debido a su aspecto aplastado) es cincuenta veces más pesado y quince veces más rápido. Puede llevar 45 toneladas de carga de guerra, que a su vez puede consistir en doce misiles de crucero capaces de volar 3.000 kilómetros a partir del punto del disparo, cada uno de ellos provisto de una cabeza nuclear de 200 kilotones (equivalente a 200.000 toneladas de TNT, 13 veces más que la bomba de Hiroshima). El Tu-160 puede volar unos 14.000 km sin repostar, y en septiembre de 2020 se informó de un vuelo de 20.000 km de una pareja de estos aviones, lo que indica que, teniendo en cuenta el gran tamaño de su única usuaria actual, Rusia, y el alcance añadido de sus misiles de crucero, ningún punto del planeta está fuera del alcance de esta arma devastadora.
Tras el primer vuelo (el 18 de diciembre de 1981) siguieron años de puesta a punto y de solucionar los muchos problemas de desarrollo de un avión tan grande y tan complejo. Se fabricaron menos de cuarenta, que se entregaron mitad y mitad a dos regimientos aéreos, uno en Ucrania y otro en Rusia. El 24 de agosto de 1991, día de la independencia de Ucrania, los Tu-160 aparcados en la base aérea de Priluki, a poco más de 100 km al este de Kiev, pasaron a ser propiedad de una potencia extranjera.
Al principio el Gobierno ucraniano no sabía muy bien qué hacer con casi una veintena de los aviones de guerra más grandes, rápidos y mortíferos del mundo, que languidecieron en las pistas de Priluki. Se permitió el acceso de técnicos estadounidenses a los aviones y por fin se acordó entre Ucrania y EEUU la destrucción de toda la flota de Tu-160 y de un millar de misiles de crucero, aprovechando la cobertura legal del tratado vigente de no proliferación nuclear. La mitad de los Tu-160 ucranianos, empero, pudieron regresar a Rusia como pago de la deuda energética contraída por el suministro de gas natural ruso. El resto fueron ritualmente descuartizados, primero arrancando la cola y las alas y luego cortando el fuselaje restante en varios trozos con ayuda de una máquina de desguace Caterpillar.
Los Tu-160 siguen volando, por cuenta de la aviación militar rusa. Su enorme autonomía les permite aparecer en los lugares más insospechados. La visita de cortesía de dos Tu-160 a Venezuela en 2008 para participar en unas maniobras aeronavales conjuntas provocó un considerable escándalo en la parte occidental de la comunidad internacional. Parece ser que fue la devolución de la visita que los barcos de la OTAN hicieron al mar Negro y a las costas de Georgia, por entonces en conflicto abierto con Rusia.
La Federación Rusa había reiniciado el año anterior sus vuelos de patrullaje por zonas controladas por los Estados Unidos y la OTAN, que había suspendido en 1992, año de la definitiva disolución de la Unión Soviética. Ahora volvían los aviones rusos, desprovistos de la bandera roja, pero igual de formidables que sus predecesores de la guerra fría.
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