Homo republicanus

parasitosHoja Oficial del Lunes (La Coruña) Año II Número 79, 29 de agosto de 1938.

 

 

En Barcelona la normalidad es completa. Hay luz; funcionan los tranvías, ya se van restableciendo los servicios, limpiándose la población de la inmensa suciedad que ha tenido durante la dominación roja.

La Guinea Española: periódico quincenal,  5 de febrero de 1939

 

«Extraordinario y magnífico». El general Mola repitió varias veces estas palabras[91] mientras visitaba los atrincheramientos el primer día del avance hacia Bilbao, pocos kilómetros al norte de la ciudad de Vitoria, muy cerca de la raya del territorio de Vizcaya. Era el último día de marzo de 1937. Aludía el general, que juraba no haber visto nada igual en toda su vida de militar, a la intensidad del ataque artillero y de la aviación. Se había reunido una gran cantidad de cañones y de aviones, y todos juntos coincidían en destrozar sistemáticamente las posiciones republicanas, que El Pensamiento Alavés definía acertadamente como guarnecidas por «rojos y gudaris». Aquel día fue el primero en que se puso en práctica en toda su extensión el modo franquista de hacer la guerra, más bien lento, pero metódico y seguro, después de las frustraciones de Madrid, El Jarama y Guadalajara.

Militarmente echaron toda la carne en el asador, pero políticamente las fuerzas facciosas tuvieron grandes miramientos con las fuerzas vascas atrincheradas en la República de Euzkadi, miramientos que no habían tenido cuando avanzaron a sangre y fuego por Andalucía y Extremadura, unos meses atrás, o cuando embistieron Madrid hasta semicercarlo. Se lanzaron (y el gobierno de Aguirre tampoco quedó manco en este sentido) varias propuestas de armisticio por parte de los nacionales hacia la República Vasca, cuyos detalles se pueden ver en los libros de historia. En realidad, a Franco y sus generales les costaba trabajo aceptar que los vascos, el pueblo de mejor calidad racial de España, mantuviera una alianza contra natura con la chusma republicana. Algo parecido ocurrió con la industriosa Cataluña, la región más rica de España –en este caso los dirigentes catalanistas, agotados tras años de lucha contra la invasión de sus competencias por parte del gobierno central, estarían de acuerdo. Por otra parte, los dirigentes de ERC y otros partidos catalanes consideraban efectivamente a los inmigrantes murcianos o andaluces de Barcelona, afiliados en masa a la CNT, como escoria de la peor especie. El PNV era declaradamente racista. Los manuales escolares llevaban medio siglo caracterizando con trazos tajantes a las variedades humanas de España. Los vascos eran invariablemente honrados y fuertes, duros trabajadores, aunque tal vez poco imaginativos. Los catalanes también tenían fama de trabajadores,  inteligentes además . Austeridad y espiritualidad eran los rasgos distintivos de los castellanos, mientras que los andaluces eran siempre alegres pero sin sustancia.

La jerarquía implícita en estos tópicos trazaba un gradiente de calidad de norte a sur. En el norte abundaba la población hidalga (se suponía que todos los vascos y la mayoría de los asturianos eran de noble familia), las familias eran extensas y patriarcales, las viejas costumbres se guardaban y veneraban, imperaba la seriedad y se trabajaba duro. En el sur una delgada capa de población hidalga se diferenciaba nítidamente de la plebe, compuesta por personas amantes del cante y el baile, enemigas del trabajo, inconstantes y en las que se podía confiar poco en general.

Tras comenzar la guerra, la raza superior norteña debía caer automáticamente del lado de los nacionales, pero eso sólo ocurrió en el caso de la parte navarra y alavesa de los vascos y en cierta medida en Castilla y León. Como compensación, los castellanos fueron convertidos por la España nacional en su macizo racial básico, a prueba de separatismos y de una calidad muy aceptable. Y como contraste, se comenzó un proceso de caracterización racial del enemigo.

A medida que avanzaba la guerra, los facciosos desarrollaron una marcada  repugnancia física a las «hordas marxistas» o las «turbas rojas». Abundan los testimonios de personas de derechas horrorizadas ante el comportamiento “soez y bestial” de la canalla roja. Tras tomar alguna localidad republicana, los ocupantes solían recalcar su desagrado ante la mugre y suciedad que encontraban.

La animalización del enemigo, un recurso habitual, llevó a la creación de un Homo republicanus, una variedad humana descrita aproximadamente con los mismos trazos que se usaban en aquella época para caracterizar a los salvajes, a los delincuentes y a los afiliados a organizaciones revolucionarias: comportamiento instintivo, propensión a la violencia, poca higiene, temperamento muy impresionable, volubilidad de estado de ánimo, gran resistencia al dolor y sentidos proporcionalmente más finos. Ricardo de la Cierva llegó a sugerir años después que los quinquis eran los descendientes de los republicanos del SurEste, la única región donde la República en guerra duró casi tres años cumplidos. Algunas descripciones del comportamiento de los milicianos republicanos insistían en su carácter “instintivo”; se les veía separarse, reunirse, atacar o huir del enemigo con la misma inconsciencia con que lo haría una bandada de pájaros.

Un verdadero género o sección fija de la prensa de la zona nacionalista eran las descripciones (muchas veces en la forma de conferencias públicas) de algún eminente señor o dama recién huídos de la zona republicana, que pintaban sus experiencias de vida en medio de la chusma animalizada a un público ávido de sensaciones.

El Homo republicanus tenía barba de varios días o semanas, vestía trajes o uniformes harapientos y estaba cargado de piojos y otros parásitos. Así se le pintaba en las caricaturas publicadas en la prensa nacional y en las descripciones de la prensa. Sus costumbres estaban siempre cerca de la delincuencia, no teniendo escrúpulos en robar, matar o violar. Era, en palabras usadas por el obispo de Córdoba en una carta pastoral, “la horda en orgía infrahumana y bestial[92]”.Ya próxima a terminar la guerra, la prensa de francesa de derechas hizo suyos estos memes al publicar una caricatura de un rojo español goriloide con un saco cargado de botín a la espalda que se refocila en la frontera: “Et maintenant, on va a “travailler” en France[93]”. Un apartado especial se dedicaba a las milicianas de mono y fusil, que recibían los peores insultos, que iban de llamarlas putas (nunca escrito de esas manera, por supuesto) hacia arriba, con alusiones a su machorrismo y falta de dulce femineidad en general. (Los proletarios, por su parte, se veían a sí mismos como la única parte sana del pueblo español, combatientes contra una patulea degenerada de eclesiásticos rijosos, militares borrachos, patronos sin escrúpulos y señoritos viciosos).

Algunas personalidades de la psiquiatría nacionalista, como el famoso doctor Vallejo Nájera, fueron mucho más lejos en su caracterización del Homo republicanus en los términos de criminal nato de Lombroso. Pero aquello eran solamente elucubraciones en revistas profesionales que leía poca gente.

La guerra acentuó el proceso, pero la bestialización de las “masas proletarias” había empezado antes. El golpe militar de Primo de Rivera en 1923 triunfó instantáneamente, mientras que el llamado Alzamiento Nacional de 1936 necesitó casi tres años de violenta lucha para imponerse. La situación era muy distinta en julio de 1936 de lo que fue en septiembre de 1923. En esos pocos años, se llevó a cabo un proceso de cosificación y animalización del enemigo. Desde el punto de vista de las Derechas, las crecientes masas de obreros industriales en Madrid y Barcelona, mineros en Asturias y jornaleros en Andalucía, se veían como un material humano muy poco recomendable, que era absolutamente necesario “meter en cintura”, doblegando su creciente potencial.
Las famosas quemas de conventos en 1931 se interpretaron como la reacción de unas masas bestiales -el “lumpenproletariat” madrileño- al primer síntoma de aflojamiento de la secular mano dura que había imperado en España.

Rodeados por estas masas de salvajes, las clases medias, de hecho o en espíritu, suspiraban por la Ley y el Orden. La Revolución de Asturias de 1934 no se interpretó en absoluto en términos políticos, como un intento de subvertir el orden establecido, colocando a los obreros en el poder, sino como una erupción de lo más bajo del ser humano, que, fuera de todo control, se entregaba a sus bestiales instintos. Era la horda bajo la delgada capa de civilización. Circulaban historias sobre curas degollados colgados cabeza abajo en las carnicerías de Oviedo, bajo un cartel con la leyenda “se vende carne de cerdo”. Tan sólo se confiaba en las reservas étnicamente sanas del campo: los labradores de la Sierra de Guadarrama para arriba. Se miraba con desconfianza a toda la mitad sur del país: después de todo, ¿no habían campado por allí los moros durante muchos siglos? La suma de este gradiente de calidad norte – sur con el gradiente social de arriba y abajo proporcionó una especie de esquema básico o plantilla para el Gran Escarmiento.

Las diferentes densidades en el mapa de los crímenes de las fuerzas nacionalistas reflejan esta jerarquía, racial y geográfica por un lado, y social y vertical por otro. El índice de ejecuciones de Andalucía y Extremadura multiplicó por diez el del valle del Duero, siendo el jornalero del sur afiliado a la CNT o algo peor el arquetipo de la chusma republicana. En Zaragoza los nacionalistas encontraron otra gran masa de obreros aragoneses afiliados al anarquismo y también hicieron un gran escarmiento entre ellos. Zaragoza pertenecía además a las provincias por donde discurría el frente (como Asturias o Teruel), donde se multiplicaron los asesinatos. Como pauta general, en el norte los nacionales mataron con menos intensidad que en el sur, con excepción de Navarra. La comunidad foral, no obstante, resulta ser una especie de resumen en miniatura del mapa de los crímenes en todo el país: A partir del epicentro de Sartaguda (7% de ejecuciones) y Lodosa (3%), ambas en la ribera del Ebro, con un 1,2% en la merindad de Tudela en conjunto, la densidad criminal se enrarece paulatinamente a medida que se avanza hacia el Pirineo.

 

[91] La crónica del Tebib Arrumi, El Pensamiento Alavés, 1 de abril de 1937
[92] Boletín Oficial Eclesiástico del Obispado de Córdoba Año LXXXI Número 3 –  2 de marzo de1938
[93] Anthony Beevor, The Spanish Civil War, Penguin (1982).

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