La guerra civil en un país de segunda clase

submarinoalemanUn submarino alemán de la flota encargada de vigilar el embargo de armas a España. Texto original: «O submarino alemâo “U-25”, que toma parte na fiscalizaçâo do litoral espanhol, atracado à muralha da Rocha do Conde de Óbidos, quando há dias nos visitou na sua passagem por Lisboa. Mede 72 metros de comprimento e 6 de largura máxima. A sua tripulaçâo é de 4 oficias e 36 sargentos e marinheiros». Ilustraçao (Lisboa), 1 de mayo de 1937 (Hemeroteca Digital de Lisboa). (click en la imagen para ampliar)

 
 

Los miembros del Gobierno francés pueden simpatizar en privado con los Socialistas en España, pero van a causar graves problemas si dejan que estas simpatías afecten a su actuación oficial.

Flight , 27 de agosto de 1936

 

 

El 8 de marzo de 1937 entró oficialmente en vigor el plan de embargo de armas del Comité de No Intervención, que Francia y el Reino Unido llevaban aplicando de facto desde el mismo comienzo de la guerra civil. Su objetivo principal, firmado por representantes legales de numerosos países, era el de bloquear completamente las entradas de armamento en España. De manera más general, se intentaba aislar la guerra civil española como el que sella un foco de infección, evitando así que amenazara a la frágil paz europea. Colocar barreras alrededor de España también podría ser útil para frenar la propagación de epidemias, aunque este objetivo no se dijo a las claras.
El resultado del CNI fue que la zona facciosa fue abastecida de armas y soldados con completa libertad por Alemania (bajo la dictadura del Partido Nacional-Socialista desde 1933) y por Italia (gobernada por el Partido Fascista desde 1923), y que la zona republicana tuvo que recurrir al contrabando internacional de armas y a los suministros de la Unión Soviética, estado totalitario gobernado desde 1917 por el Partido Bolchevique Pan-Ruso.

Las democracias, tanto grandes como pequeñas, se negaron virtuosamente a vender o suministrar pertrechos de guerra a ninguna de las dos zonas en guerra. El gobierno de la República clamó al cielo por esta traición de las democracias a la democracia española. Pero el gobierno del Imperio Británico, principal sostén del bloqueo de la no intervención, no pensaba estar traicionando a nadie. Muchos ciudadanos británicos pensaban, como el editorialista de Flight, la principal revista británica de aviación de la época, que los españoles “estaban cortándose el cuello unos a otros, como de costumbre”. Se han detallado las razones diplomáticas, politicas, económicas y sociales por las que Francia, Britania y EEUU apoyaron el bloqueo. Pero las motivaciones profundas del bloqueo estaban en la posición de España en la jerarquía mundial de calidad.

La guerra del Chaco, que destrozó Paraguay y Bolivia durante tres años, entre 1932 y 1935, fue considerada generalmente como una guerra por el petróleo. Los dos países peleaban por el control de los supuestamente ricos yacimientos petrolíferos del Gran Chaco. Bolivia fue empujada a la guerra por la Standard Oil (New Jersey, USA) y Paraguay fue apoyada por la Royal Dutch Shell (Der Haag, Holanda). Pero explicar esta guerra, que causó 100.000 muertos, simplemente como una lucha entre dos empresas gigantes del petróleo sería muy engañoso. El nacionalismo boliviano y paraguayo pusieron mucho de su parte. Enfatizar el papel de las petroleras en el conflicto derivaba de la baja posición tanto de Bolivia como de Paraguay en la jerarquía mundial de calidad de los estados. Por la misma razón la guerra entre Honduras y El Salvador en 1969, que se suele llamar “Guerra de las cien horas” fue denominada por los países ricos, despectivamente, como “Guerra del fútbol”.

En algunos casos los conflictos armados son considerados como parte integrante de la idiosincrasia del país, como la comida tradicional o el paisaje. Así, en Gorilas en la niebla, Louis Leakey da una respuesta típica cuando Diane Fossey le pregunta la causa de la fuerte presencia militar en el aeropuerto africano donde acaba de desembarcar: “Oh, debe haber una guerra civil en alguna parte”. En España, una guerra civil también parecía formar parte del paisaje.

Para apreciar en su valor el papel de la “comunidad internacional” en la guerra de España, conviene examinar primero el lugar que ocupaba este país en la escala mundial de calidad de los estados. Era un puesto bajo a escala europea. Situada entre Francia y Marruecos, España parecía peligrosamente más cerca del vecino y enemigo marroquí que de su vecina del norte.

A comienzos del siglo XX,  los españoles se hallaban en el segundo piso de la escala de calidad humana mundial (una jerarquía universal que iba desde el nórdico al mono), un peldaño por debajo de los anglosajones y germánicos, incluso algo por debajo de los franceses, pero claramente por encima de magrebíes, egipcios y chinos, representantes del tercer escalón de calidad. Este segundo piso estaba ocupado además por italianos, irlandeses, portugueses, rusos, turcos y otras naciones mal afeitadas, poco de fiar y sumidas en el despotismo oriental, pero con indudables encantos para el turismo. Podía  distinguirse con bastante claridad un cuarto piso hacia abajo formado por negros y malayos en general, y a continuación una confusa interfase entre el hombre y el mono donde pululaban bosquimanos, hotentotes, pigmeos y aborígenes australianos.

Lo curioso es que muchos intelectuales españoles estaban de acuerdo con esta baja posición. Luis de Zulueta recoge las ideas de Joaquín Costa al respecto: “España está mal, muy  mal, tan mal que tiene sus minutos contados para realizar el esfuerzo heroico que la salve de ser un trasunto de Marruecos o un duplicado de China. Verdad es que el mundo civilizado admite todavía diferencia entre nosotros y los marroquíes, por ejemplo. Pero dentro de poco, si nuestro letargo se prolonga, Europa nos mirará desde  tan lejos que ya no admitirá diferencia, clasificándonos a las dos como tribus medioevales [85] ”. Luis Araquistain[86]  había publicado en 1917 que el problema de España era, sencillamente, “o descender como Turquía y Marruecos… o resurgir como Italia”.

El darwinismo social proporcionaba una explicación científica respetable a la pauta según algunos países prosperaban y otros se hundían en la desidia. Las tradicionales explicaciones ecológicas, en las que la buena calidad de la tierra explicaba la riqueza de sus habitantes, se dejaron de lado. Ahora lo que importaba era la calidad de los recursos humanos disponibles en cada país, es decir, la posición de su raza en la jerarquía universal de calidad humana.

Con el curso del tiempo, la palabra raza dejó de ser un concepto insultante aplicado a los elementos bajos de la sociedad[87] para pasar a catalogar a la especie humana en conjunto en compartimentos estancos y claramente jerarquizados [88]. A pesar del relativo alivio que suponía para la nación española saberse incluída en la gran variedad blanca de la humanidad, lo cierto es que tampoco se podía negar la pertenencia de los ibéricos a su variedad de menor calidad, el Homo mediterraneus. Durante décadas, el comportamiento de los españoles y la evolución histórica de su país se vio orientada, (tal vez de manera más determinante de lo que creemos) por esta identificación académica.

Para los antropólogos franceses y alemanes de comienzos de siglo, empeñados en una desconsiderada carrera raciológica para probar la excelencia de sus respectivos pueblos, la variedad humana de la península estaba muy clara: domina absolutamente el tipo «moreno dolicocéfalo» (dos indicadores de inferioridad) , es decir, «mediterráneo occidental», con «infiltraciones nórdicas» y «salpicaduras de Asia en las costas y de sangre negra en el Sudoeste[89]». Nótese que el elemento  nórdica se infiltra, mientras que el asiático y negro “salpican”. Más o menos lo mismo pasaba en la periferia europea, desde Irlanda a Grecia, lo que muchos años después los mercados financieros llamarían despectivamente “PIIGS[90]”.

Tradicionalmente, la frontera entre la civilización y la barbarie en Europa pasaba por el Canal de Irlanda, se  enredaba en el Ulster, atravesaba las Tierras Altas escocesas, trazaba un arco sobre Escandinavia, incluía a Finlandia pero dudaba en los estados bálticos, separaba Alemania de Polonia, excluía a los Balcanes, incluía con reservas el norte industrial italiano y se deslizaba por el Pirineo dejando fuera a la península Ibérica, con la posible excepción de Cataluña y el País Vasco. Para muchos británicos, por ejemplo, el País Vasco era un país amigo y relativamente civilizado, lo que explica en parte el fuerte eco del bombardeo de Guernica en los periódicos ingleses. Pero Carmona o Écija parecían estar en otro planeta.

España, o al menos la España de al sur del Ebro, compartía muchos rasgos con Irlanda, el sur de Italia, los Balcanes o Rusia. La actitud ante la vida de sus habitantes se alejaba mucho de la ética calvinista, basada en el trabajo duro y en la posesión de derechos individuales inalienables, que suponían un clima de confianza en la fuerza de la ley, un ambiente en el que florecía la innovación y crecía la riqueza. En estos países, al contrario, el trabajo era un castigo divino más que un estilo de vida, la educación precaria, los derechos individuales inexistentes y sustituídos por el libre albedrío de los poderosos, la creación de riqueza efímera, y basada en el favor más que en la capacidad individual, la religión (católica u ortodoxa) mayoritaria y la familia y el clan omnipresentes. La pintura prosigue añadiendo pinceladas de volubilidad, charlatanería, superstición y propensión al crimen. En resumen, un material humano de poca calidad que determinaba un estado de poca calidad.

En 1936 todavía quedaban ecos del famoso discurso de Lord Salisbury, primer ministro británico, el 4 de mayo de 1898, tres días después de la derrota de la escuadra española del Pacífico a manos de la norteamericana en la bahía de Manila. Salisbury había clasificado las naciones en pujantes y moribundas, y para cuando lanzó su speech no quedaba ninguna duda de que España, como Turquía, pertenecía a la última categoría. En 1928 José Pemartín, propagandista al servicio de la Dictadura, se congratulaba de que el gobierno del general Primo de Rivera hubiera hecho escapar a España de las siniestras profecías del primer ministro británico.

Primo llegó a albergar ilusiones de haber transformado a España en un país de primera clase, y hasta abandonó la Sociedad de Naciones para forzar un papel más relevante para su país en el concierto internacional. Se pensaba que las exposiciones internacionales de Barcelona y Sevilla en 1929 –el año cumbre de la Dictadura– habían puesto el pabellón nacional a buena altura. Pero la reacción internacional fue precisamente considerar que la Dictadura parecía un gobierno muy adecuado para España, como típico país latino. La opinión internacional valoraba muy positivamente las dictaduras de Mussolini en Italia y de Salazar en Portugal, que significaban orden y que los trenes llegasen a su hora.

La República del 14 de abril, en cambio, fue mirada con suspicacia por las Potencias, precisamente por su carácter democrático que no auguraba nada bueno en un país proclive a la violencia y secularmente necesitado de mano dura. Y el general Franco, que llegó a hacer ante las cámaras algún breve speech en inglés durante la guerra civil, parecía un líder muy adecuado: frío como el hielo, dominando un ardiente país. Pero tal vez lo más importante fue la actitud del mundo financiero internacional. Se puede decir que se pasó en bloque a los nacionales, ya desde julio de 1936 –y parte de él desde antes. Si abrieron sus arcas a los nacionalistas con gran generosidad, las cerraron a cal y canto para el gobierno legal español: la Hacienda republicana no pudo conseguir una sola peseta en los mercados financieros en toda la duración de la guerra.

 

[85] Joaquín Costa, Ideario (prólogo de 1935 de Luis de Zulueta)
[86] L. Araquistain: España en el crisol (1917)
[87] Casta ò calidad del origen ò lináge. Hablando de los hombres, se toma mui regularmente en mala parte. Para pertenecer a la orden de Calatrava: …que no le toque raza de Judio, Moro, Herége, ni Villano (Diccionario de la Real Academia, edición de 1737)
[88] Cada una de las variedades en que se considera dividida la especie humana por ciertos caracteres hereditarios y especialmente por el color de la piel. Denomínanse blanca, amarilla, cobriza, oscura ó morena, y negra. (Diccionario de la Real Academia, edición de 1884).
[89] Gunther, Rassen-Europas, citado por Hoyos Sáinz.
[90] Siglas de Portugal – Ireland – Italy – Greece – Spain. Irlanda se añadió después, el acrónimo original era un redondo “PIGS” (“cerdos”).

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