Soria invade Guadalajara

batallaguadalajaraMi Revista, 15 de abril de 1937.

A nuestra querida Soria
triunfantes podremos ir
después de darles el palo
a los rojos de Madrid.

De unas coplas publicadas en el Avisador Numantino del 11 de marzo de 1937 por unos soldados sorianos del Regimiento de Aragón, Ciudad Universitaria, Madrid.

 

A comienzos de la primavera de 1937, una numerosa fuerza italiana consiguió avanzar unos 30 o 40 km en territorio republicano desde Sigüenza hasta Brihuega, donde se vió detenida por el ejército popular y tuvo que ceder terreno, abandonando mucho material y bastantes prisioneros. La batalla duró en total dos semanas, del 8 al 23 de marzo. El objetivo del ataque era la ciudad de Guadalajara, que quedó a sólo 15 km del punto de avance máximo del ataque italiano. En realidad, la idea del alto mando italiano era acabar la guerra de un plumazo cortando la conexión de Madrid con el resto del territorio republicano. Guadalajara estaba a sólo 50 km. de distancia del saliente nacional en el río Jarama, al sur de la ciudad. Esta penetración en el territorio republicano era el resultado que se había conseguido algunas semanas antes, gracias a la famosa batalla que lleva el nombre del río.

Parece ser que los militares italianos desestimaron la crudeza del clima de los páramos alcarreños. El frío y la ventisca, comunes en esa época del año en la región, apagaron los ánimos de los soldados e impidieron que recibieran ayuda de sus aviones, pues la situación en los aeródromos sorianos, de donde tenía que despegar la fuerza, era todavía peor. El desolado paisaje que atravesaba la carretera de Zaragoza a Madrid, eje principal del avance, tenía que haber advertido a los invasores: campos de labor de poco rendimiento, eriales, montones de piedras, rodales de coscojas más bien raquíticas , sabinas y enebros, aferrados al terreno y diseñados para resistir un invierno de nueve meses, que va desde San Saturio (2 de octubre) hasta San Juan (finales de junio). Tan sólo en el fondo de los cañones que surcaban este paisaje se podían encontrar árboles frondosos, abundancia de aves y un ambiente en general más acogedor.

Es un paisaje propio de la Idúbeda, el nombre que dio Estrabón a lo que más tarde se llamaría Sistema Ibérico. La Idoúbeda se extiende por las provincias de Soria, Guadalajara, Cuenca y Teruel. Se trata de una tierra agreste entre los fértiles valles del Ebro, el Duero y el Tajo y los ríos de Levante, de poco interés económico y militar por lo tanto. Lo importante en 1937 era que los nacionales dominaban la ciudad de Teruel y sus alrededores, que formaban una cuña en territorio republicano a sólo 100 peligrosos kilómetros de la costa mediterránea (como se vio menos de un año después, cuando los republicanos atacaron Teruel)  y la provincia de Soria entera, lo que tenía su importancia.

Por primera y única vez en su historia, Soria se convirtió en un importante núcleo de comunicaciones, al ser el verdadero punto central del Alzamiento en la mitad norte de la península. Sin Soria, tres zonas fuertes de los nacionalistas –Navarra, el valle del Duero y Zaragoza– quedarían peligrosamente desconectadas. Durante la primera fase de la guerra esta posición se reveló en la insólita importancia del aeropuerto de Garray.
En 1936 –y antes y después– Soria era una provincia que sólo aparecía en los periódicos muy de cuando en cuando, con ocasión de algún accidente o crimen notable. «Nunca la gente de Soria/ Hizo gran bulto en la historia». El tópico provincial favorito era el abandono por parte de los poderes públicos. La capital estaba a 226 km de Madrid por carretera, pero podría haber estado en otro planeta. Una y otra vez los representantes locales repetían el memorial de agravios: falta de crédito a los labradores y ganaderos, deficientes vías de comunicación, olvido en los presupuestos del estado, poca o ninguna politica de obras públicas, etc.

La agitada vida política de la República hizo poca mella en la provincia. Sus habitantes eran famosos por su frugalidad, rayana en la tacañería. La ostentación era muy mal vista, y los pocos ricos y los algo más numerosos pobres se comportaban con gran discreción en la exhibición de su pobreza o de su riqueza. Casi todos sabían leer y escribir. El grueso de la población vivía de la tierra, de la que se sacaban magras cosechas de 800 kilos de trigo o una o dos ovejas por hectárea. La provincia había tenido su último auge económico hacia el año 1.250, cuando era la cabeza de un imperio ganadero trashumante. En 1936, todavía la cañada soriana era una de las más importantes. Sus dos ramales discurrían en paralelo desde el norte de la provincia hasta los pastos de invierno en Badajoz y Ciudad Real. Era una ruta de unos 500 km que se podía hacer en cuatro o cinco semanas de viaje, aunque cada vez más ganaderos llevaban a las ovejas por ferrocarril.

Cuando empezó la guerra, las ovejas que corrían las cañadas sorianas estaban todas en la provincia, alimentándose de los pastos de verano. Ese otoño ya no podrían volver a sus pastos de invierno, que estaban en zona republicana (el avance italiano en Guadalajara había seguido precisamente la dirección de estas cañadas). Los labradores usaban mulas como vehículo de todo uso, fáciles de alimentar, a diferencia de los tractores, veinte veces más potentes pero que necesitaban gasolina. El total de tractores en la provincia en aquel año se podía contar con los dedos de la mano.  Un ecosistema así era muy autosuficiente. No necesitaba apenas nada externo para funcionar: apenas unas cargas de Nitrato de Chile, cuyo anuncio en azulejos estaba en todos los pueblos. La electricidad se sacaba de la fábrica de luz que tenía cada localidad. No hacía falta apenas gasolina, pues apenas había vehículos de motor.

Los labradores no eran islas autónomas. Tenían que pagar la contribución territorial rústica, lo que quería decir que debían producir algún producto comercial para poder cambiarlo por dinero para pagar los impuestos. Pero, en general, estaban bien preparados para pasar la guerra, mucho mejor desde luego que los proletarios urbanos de Madrid y Barcelona o los campesinos sin tierras de Andalucía y Extremadura.

En el norte montañoso había prados y vacas como en Asturias, y una impresionante isla de bosque, el pinar más compacto de la península Ibérica, que se extendía a las vecinas provincias de Logroño y Burgos. La Tierra de Pinares era un reservorio ecológico, abundante en las dos cosas que escaseaban tanto en el resto del país: madera y agua.
Allí estaba la mayor concentración de obreros a jornal de la provincia, en la gran obra del pantano de la Cuerda del Pozo o de la Muedra, la más importante de las que puso en marcha la Confederación Hidrográfica del Duero en la provincia y la pieza clave de todo el sistema de regulación de la cuenca del gran río. La obra había comenzado en 1929 y se terminaría en 1942. En un acto celebrado en septiembre de 1936, los obreros de la construcción de la presa tuvieron que pasar la humillación de desfilar por las calles [de la capital] dando vivas al Glorioso Movimiento Nacional y al Ejército.

Soria, con sus 150.000 habitantes, tenía en teoría los recursos humanos justos para completar una división del Ejército, y existía en verdad una División de Soria creada pocos meses atrás. En realidad esta unidad tenía gente de toda la España nacional y participó en la invasión de Guadalajara guardando el flanco derecho del ejército italiano. Los republicanos también crearon una unidad militar soriana, el batallón Numancia de la 35 Brigada Mixta. Los nacionales contraatacaron con la creación del Tercio de Requetés Numantinos, en el VII Cuerpo de Ejército [94].

Ese era el principal marchamo histórico de la provincia: el heroico sitio de Numancia por las legiones romanas, que teminó en un suicidio colectivo antes de rendirse. Como acicate militar no tenía precio. Las resistencias a los ataques enemigos, durante la Guerra Civil, fueron por lo general numantinas. La leyenda de Numancia era una más de un rosario de heroicas ciudades en torno al Mediterráneo que preferían morir antes que ceder, como Sagunto en España y Masada en Israel. La navidad de 1937 Rafael Alberti hizo una instalación artística digna de la Galería Tate de Londres: representar La Numancia, de Cervantes, en una versión adaptada a las circunstancias de la guerra civil, en un céntrico teatro de Madrid y por lo tanto «a poco más de dos mil metros de los cañones facciosos y bajo la continua amenaza de los aviones italianos y alemanes”. Los madrileños se trasmutaron en numantinos y el mito de la ciudad invencible y mártir siguió creciendo.

Por una ironía del destino, muchos de los aviones italianos que decía Alberti procedían precisamente de Numancia. Soria fue una importante base de bombarderos durante la primera mitad de la guerra, pues estaba a aproximadamente a una hora de vuelo tanto de Madrid, como de Bilbao y del frente aragonés. Se acondicionó con este fin el aeródromo de Garray, a unos 7 km. de la ciudad y al pie de la colina de Numancia. El 31 de marzo de 1937, doce bombarderos Savoia Marchetti S.81 Pipistrello (Murciélago)  despegaron de Garray y se dirigieron a la villa de Durango, en Vizcaya, en misión de bombardeo «estratégico» para apoyar la ofensiva nacionalista sobre el sector del país Vasco todavía en manos republicanas. Las bombas mataron a más de 250 personas, la mayoría civiles, una matanza aérea sin precedentes en España. Las tropas italianas encargadas de la custodia del aeródromo treparon a lo alto de la colina, donde son visibles las ruinas de la ciudad romana construída sobre las ruinas de la Numancia celtíbera, y construyeron un monumento en honor del Duce, en calidad de heredero del Imperio Romano. El monumento fue desmantelado en cuanto acabó la guerra.

[94] JOSE IGNACIO DE LA TORRE ECHÁVARRI : EL PASADO Y LA IDENTIDAD ESPAÑOLA, EL CASO DE NUMANCIA.Departamento de Prehistoria y Etnología. Universidad Complutense de Madrid).

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