Tanto la Aviación como la Artillería roja han estado, salvo raros y escasos períodos de tiempo, en absoluta inferioridad con respecto a las nuestras.
T. Coronel Marías (Infantería) del servicio de E. M.
Ejército, nº 2, marzo 1940
Las primeras palabras del general Franco al bajar del avión en Tetuán, sin duda bajo los efectos de alguna Biodramina de la época, fueron «Fe, Fe y Fe. Disciplina, Disciplina y Disciplina». La repetición de mantras de este tipo se revelaría como muy eficaz en los meses siguientes. Pero eso no era suficiente: aun teniendo de su lado tan robusta fuerza espiritual, los militares necesitaban máquinas de guerra para destruir la resistencia enemiga.
Por esta razón, tras pronunciar su arenga, el general garabateó en una hoja de papel un pedido de armamento, especialmente aviones y bombas. Dudó unos momentos sobre el número de bombas de cincuenta kilos que necesitaría para aplastar a las hordas marxistas, y rectificó la cifra, añadiendo cierta cantidad de unidades de cien kilos. A 700 km al norte, en Madrid, el Gobierno hacía un pedido de aviones a Francia más o menos en ese mismo momento. Así comenzó la carrera de armamentos de la Guerra Civil.
Mirador – Setmanari de Literatura, Art y Política, 13 de mayo de 1937
Las hostilidades se rompieron con una colección de armas bastante exigua: un cuarto de millón de fusiles, treinta o cuarenta millones de cartuchos, dos mil ametralladoras, una docena de tanques ligeros, algunos cientos de cañones, menos de 200 aviones, una docena de barcos de guerra y otra de submarinos. Mil días después, habían estado en liza dos millones de fusiles, decenas de miles de ametralladoras, mil millones de cartuchos (a razón de un muerto por cada 10.000 disparos), 500 blindados de cualquier clase y cerca de 3.000 aviones. Tan solo los grandes barcos de guerra disminuyeron su número, aunque se pusieron en marcha muchos barcos pequeños armados. La manera en que esta gran cantidad de armas llegó a España, como se distribuyó entre el Ejército nacional y el popular y cómo determinó el resultado final de la guerra es un asunto con un elevado perfil político.
Una cifra baja de armas asignadas al ejército republicano implica que el autor es de izquierdas. Los autores de derechas insisten en que la República pidió armas al extranjero antes que los generales sublevados, y los de izquierdas sostienen la tesis opuesta. El número de cazas Polikarpov I.15 (el más numeroso de los aviones usados por las Fuerzas Aéreas de la República) contabilizados en la guerra de España indica con precisión la ideología del autor: los de derechas se olvidan siempre de que la última remesa soviética quedó retenida en la frontera francesa, mientras que los de izquierdas aducen, con bastante razón, que este contingente no se pueden sumar a los que se usaron de verdad en la guerra. Y así sucesivamente.
Estampa, 1 de mayo de 1937
Hubo seis fuentes importantes de armamento en la guerra civil española. En primer lugar estaba el que ya existía en el país, y que se repartió entre las dos zonas de manera bastante pareja, salvo casos particulares. Esa fue la primera leña que se echó a la hoguera. La ventaja que tenía era que formaba parte de manera natural del ecosistema militar de la época, con su proporción adecuada de ametralladoras a fusiles, o de cañones de ligero calibre a pistolas.
Siguió el comprado fuera a particulares, de utilidad muy variable y que surtió sobre todo al ejército popular. En este caso los productos de la industria del armamento caían como buenamente podían sobre la configuración del ejército, de manera que a veces había gran abundancia de elementos superfluos mientras había gran escasez de los más necesarios. Otro defecto de esta fuente de armamento era su gran variedad y ausencia absoluta de estandarización, que es la madre de la economía y la eficacia de los ejércitos. Estos dos males -desequilibrio de suministros y excesiva armodiversidad- plagaron al ejército republicano.
El coronel Alfonso Barra escribía en 1940 sobre el armamento recuperado del ejército rojo: “…los modelos recuperados causan verdadero asombro por su diversidad: nada menos que 60 tipos diferentes de cañones, 49 de fusiles de repetición y 41 de armas automáticas, por no citar más que el armamento corriente” y concluye “ciertamente no se explica cómo un titulado ejército haya podido actuar con ese verdadero mosaico de armas y municiones[13]”.
Esta gran armodiversidad marcaba inequívocamente cada unidad del EPR con una mezcla propia, cuya huella inconfundible fue aprovechada por los servicios de información del EN. Por ejemplo, las balas disparadas por el fusil boliviano de 7,65 mm, calibre único en aquella guerra, se convirtieron en fósiles traza inconfundibles de la presencia de una determinada división aposentada en los frentes del Sur. Su aparición repentina en Levante indicó con claridad el agobio a que se veia sometido el EPR por la llamada ofensiva hacia el mar de la primavera de 1938.
Vienen a continuación las tres corriente principales de armas que intervinieron en la guerra, de origen italiano, alemán y soviético. En este caso se trataba de fragmentos de los ecosistemas militares de estos países, con una estructura, no ya colecciones de armas recogidas al azar.
En realidad, tanto Italia como Alemania enviaron unidades militares completas, con toda su parafernalia incluida. La Unión Soviética no llegó tan lejos, limitándose a enviar las armas acompañadas de asesores militares para enseñar a los españoles su manejo. Un aspecto importante de esta fuentes de armamento, además de su cantidad y calidad, era su cadencia y frecuencia. Las armas italianas llegaban prácticamente sin solución de continuidad, y en realidad algunas de ellas, como los aviones de bombardeo, podían regresar a sus bases en Italia tras un ataque, aunque lo normal eran bases en territorio nacionalista y singularmente la isla de Mallorca. Parecido ritmo sostenido tuvo el flujo de armamento alemán. El soviético, por el contrario, llegó a un ritmo espasmódico. Desde la primera gran expedición de octubre de de 1936 a la última de febrero de 1939, que se quedó en las carreteras francesas cerca de la frontera de Cataluña, aproximadamente media docena de grandes expediciones de armamento se sucedieron de forma irregular, dejando al ejército popular desguarnecido durante largos períodos.
Gran parte del material soviético era obsoleto y cobrado a precios abusivos, como cañones de la época de la guerra ruso-japonesa, pero otras armas eran impresionantes para el poco boyante arsenal militar español, como los tanques TB-26, mucho más potentes que el modelo reglamentario español de la época, el Renault FT (faible tonnage, tonelaje ligero), y mucho más grandes y pavorosos que las tanquetas que enviaron alemanes e italianos.
La llegada de tanques y aviones soviéticos a las líneas republicanas de Madrid, a finales de octubre de 1936, despertó un gran entusiasmo entre las filas del más bien desarrapado ejército gubernamental. Los tanques y los aviones eran armas mágicas, superarmas, inventadas hacía apenas una veintena de años. Fusiles y cañones eran cosa del siglo XIX, pero los carros de combate y los aeroplanos eran ultramodernos, propios de la guerra industrial y mecanizada. Los últimos días del mes, sendas proclamas de Indalecio Prieto y de Largo Caballero, que era por entonces Ministro de la Guerra además de presidente del Gobierno, dejaron claro el panorama militar a las desmoralizadas fuerzas republicanas: “Tenemos ya en nuestras manos tanques y aviones, poderosas armas, importantísimas para el triunfo, pero son insuficientes para la victoria total si no les ayuda vuestra voluntad y esfuerzo en la lucha. Su acción debe ser completada por el empuje de la infantería. Esta ha de ser la que arrolle al enemigo después de la obra de la artillería y la aviación. La infantería ha de destruir por entero lo que quede después del paso de las otras armas[14].” Algunos milicianos no parecían muy convencidos de que hubiera que dejarse matar en medio de tal despliegue de armas modernas, y a ellos iba dirigido un nuevo refrán: “A los aviones y a los tanques rogando, pero con el fusil dando[15]”. Los temores de los soldados se confirmaron: habría que seguir soportando el peso de la batalla sobre ellos, porque nunca habría suficientes superarmas mecanizadas y además, en el caso de los tanques, nadie sabía muy bien como usarlas.
Dos milicianas, fusil al hombro, aprenden la instrucción en un cuartel de Madrid, pocas semanas después del alzamiento militar. Crónica, 30 de agosto de 1936 Biblioteca Nacional de España – Hemeroteca Digital
La sexta fuente de armamento era la fabricación propia, actividad en la que descolló la República, pero con poco éxito. Se fabricaron en la zona roja gran cantidad de armas sencillas, como fusiles y ametralladoras, así como balas y cartuchos para alimentarlas. Pero los intentos de fabricar armas más complejas, como carros blindados (tanques) no tuvieron éxito, aunque se construyeron casi 300 biplanos Chatos (Polikarpov I.15).
Hubo otra fuente, que favoreció principalmente al EN. Los nacionales descollaron en la recuperación y reciclaje de armamento deteriorado o capturado al enemigo.
No hubo mucho brillo tecnológico en las armas que llegaron a España. La más moderna de todas fue probablemente un puñado de Messerschmitt Bf-109, que llegó en estado de prototipo en la primavera de 1937 y que seguiría fabricándose en Alemania hasta 1945, pero esto fue una excepción. La mayoría de las armas de esta guerra no habrían causado ninguna extrañeza en los campos de batalla de la I guerra mundial, y muchas eran más antiguas, incluso anteriores en su concepción a la guerra hispano-norteamericana. Era el caso del fusil Mauser modelo 1893, un arma que pesaba algo más de cuatro kilos y que medía, bayoneta incluida, algo menos de 1,5 metros, no mucho menos que la estatura media de un recluta español de la época. El mauser fue el arma que más se usó en la guerra de España, y probablemente la que causó más muertes. Este fusil de cerrojo tenía un alcance con puntería de casi 2.000 metros y podía disparar sus cinco cartuchos en apenas diez segundos, si el soldado era un tirador experimentado. El soldado armado con un mauser o modelo similar fue por lo tanto el sistema de armas más importante de la guerra.
Como resultado final, la guerra civil se libró con una variada colección de modelos de armas, ninguno en mucha cantidad –lo que implicó un ecosistema bélico con una tasa de diversidad muy elevada. En términos militares, tal diversidad era el colmo de la ineficacia, y esto afectó especialmente al Ejército Popular. Tampoco tenía tanques, aviones o cañones disponibles en cantidad suficiente para lanzar grandes concentraciones a la batalla. Una de las razones del éxito final del EN era su mayor capacidad para concentrar armamento –cañones y aviones, principalmente– en determinados puntos de manera masiva, que ensayaron en el ataque a Vizcaya en abril de 1937 y luego utilizaron de manera cada vez más aplastante en todo el resto de la guerra.
[13] Coronel Alfonso Barra, de Artillería: Información y recuperación de material de guerra. Ejército, nº 5 – junio 1940
[14] Proclama de Largo Caballero. La Voz de Menorca, 30 de octubre de 1936.
[15] Milicia popular: Diario del 5º Regimiento de Milicias Populares Año I, Número 85, 31 de octubre de 1936.
Tochos: La guerra total en España
Uno de los problemas a los que tuvo que enfrentarse el Frente Popular fue la gran cantidad de aprovechados que so pretexto de colaborar en la obtención de armamento hicieron magníficos negocios.
Uno de esos ejemplos paradigmáticos es el de Pablo Rada, mecánico del Plus Ultra, que so pretexto de «adquirir» aviones para el Frente Popular, marchó a París, donde la Embajada le entregó 25 millones de pesetas, despareciendo a continuación con un «si te he visto no me acuerdo». Y los cenutrios de Barcelona hace un año le dedican una calle, supongo que por ser un buen ladrón:
https://www.lavanguardia.com/local/barcelona/20191009/47877699095/calle-aviador-franco-plus-ultra-mecanico-pablo-rada.html