Rojos del norte y del sur

2. Andalucía y Asturias

“Asturiano, loco, vano y mal cristiano”. Este refrán cizañero le sirve a José Bergua, en su Psicología del pueblo español (1934) para concluir que “Asturias constituye una especie de Andalucía del norte”. También Baviera es considerada la Andalucía alemana, según muchos estudiosos. Desde el punto de vista de los suecos, los daneses son unos vivalavirgen, y así sucesivamente. Dando por sentado que asturianos y andaluces comparten cultura, alguna conexión debe haber entre sus países, y la hay. Es el famoso Camino o Vía de la Plata, 900 km entre Sevilla y Gijón.

Se ponga como se ponga el alcalde de Astorga y la Asociación de la Verdadera Vía de la Plata, que porfía con insistencia en que la ruta solo alcanza de Asturica Augusta a Emerita Augusta –de Astorga a Mérida–, la Vía de la Plata Larga, Moderna o Extendida existe. Alsa pone los vehículos, sales de Gijón a las 7 de la mañana y llegas a Sevilla a tiempo para cenar. La ruta dura unas diez horas cuando hay pocas paradas y unas catorce cuando el autobús para en casi todos los pueblos. La Vía discurre por la carretera nacional 630, milagrosa vía principal de la península Ibérica, puesto que no pasa en ninguno de sus 800 km por Madrid.

Mucho antes de la actual jerarquía de lenguas, se consideraba el habla andaluza y la asturiana como simpáticos dialectos del castellano. Es verdad que Richard Ford, en su Manual para viajeros por España y lectores en casa, llama dialecto a la mismísima lengua catalana, “una variante del lemosín”. En realidad, en aquellos tiempos, no existían las lenguas estancas y con fronteras que existen hoy. Cada comarca tenía su dialecto propio, conectado con el de la comarca de al lado por muchos giros y palabras comunes. Uno podía empezar hablando un dialecto del finlandés en Turku y terminar miles de kilómetros después hablando un dialecto del castellano en Sevilla, sin notar apenas cambios bruscos en el camino. Véase Andalucía y Asturias, polémica en los dialectos andaluz y bable, por D. Terrero y T. Cuesta. Oviedo, Librería de Juan Martínez, 1881. La obra contiene una especie de combate de coplas en asturiano y andaluz sobre las excelencias de sus respectivos países.

Hay otro vínculo político, más sutil: Andalucía y Asturias pertenecen de toda la vida a la España roja, como aseveró el mismo general Franco en una entrevista que le hicieron en febrero de 1937. Eso se refleja en cierta fuerza ancestral de los partidos de izquierda en estas comunidades y en un hilo rojo y rojinegro que une a dos mitos de clase trabajadora española: los mineros asturianos y los jornaleros andaluces.

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