de Havilland DH.9 de CETA (Compañía Española de Tráfico Aéreo) en 1922, línea Sevilla-Larache. El avión era un DH.9 militar modificado a base de sustituir el puesto trasero del observador-ametrallador-bombardero por dos asientos para pasajeros, cubiertos por una especie de caperuza con dos estrechas ventanas sin cristales.
Un grupo de aristócratas e ilustres apellidos –había dos marqueses, un conde y un vizconde entre los ocho socios– fundaron CETA con la intención de torpedear los esfuerzos de Latécoère y sus socios españoles de crear líneas aéreas de verdad. Se suspiraba desde hacía tiempo con una línea Madrid – Sevilla, por ejemplo. Relacionados con las altas esferas, es decir el rey Alfonso XIII, que tenía un papel político desmedido, forzaron la publicación de un decreto en la Gaceta que establecía la creación de tres líneas aéreas: Sevilla-Larache, Málaga – Melilla y Barcelona – Palma. Ulteriores disposiciones legales eliminaron por el momento las dos últimas y por fin adjudicaron la primera a CETA, con seis pesetas de subvención por kilómetro. Se trajeron tres DH.9 de Gran Bretaña y tres pilotos de la misma nacionalidad y la línea empezó a funcionar el 15 de octubre de 1921. El arzobispo Ilundáin bendijo los aviones en una ceremonia celebrada en el aeródromo de Sevilla cuajada de personalidades .
Establecer un enlace aéreo con Larache no tenía ninguna lógica comercial, pero sí militar: se trataba de abastecer de correo a una posición sitiada, la ciudad más al oeste del Protectorado español de Marruecos. La manera en que se puso en marcha CETA y empezó a funcionar resume todos los males de la España de la época. Larache mismo apareció entonces todos los periódicos por un caso enorme de desvío de los fondos para pertrechos a los bolsillos de los oficiales, corrupción que explicaba en parte el desastre de Annual del verano de 1921. Alfonso XIII, que había participado activamente en la maniobra de crear la línea Sevilla-Larache, escribió de su propia mano una carta que había de salir en el vuelo inaugural. La carga principal era correo con destino a los militares destacados allí. Dos tercios de los soldados destacados en Marruecos no sabían leer ni escribir, lo que daba mucho trabajo a los escribas y amanuenses profesionales.
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