El destino en cuatro ciudades

Fragmento de una foto tomada por un avión de la octava fuerza aérea sobre Berlín, 1944.

“La literatura está llena de metáforas naturales al describir la ciudad. Una de las más hermosas es la de Alfred Döblin en Berlin Alexanderplatz, “bancos de coral”: <<Las ciudades son hábitat y territorio principal de la especie humana. Son corales del ser colectivo hombre>>” (1) La novela se publicó en 1929, cuando el barrio donde transcurre la novela todavía estaba compuesto por compactas manzanas de casas. El aspecto actual de Alexanderplatz es muy distinto. Las manzanas han desaparecido, y en su lugar hay una gran explanada dominada por una torre de televisión que se ve desde todo Berlín, con algunos edificios en forma de caja desperdigados, entre ellos el hotel más alto de la ciudad. Lo que pasó se puede ver en la puerta de algunos edificios de la ciudad, donde una placa reza por ejemplo “Construida en 1924. Destruida en 1943. Reconstruida en 1962”Las ciudades europeas atravesaron la ordalía de la gran guerra del antropoceno de muchas maneras, Berlín con la destrucción casi completa de su paisaje urbano.

En el extremo opuesto París se fue de rositas. Apenas sufrió destrucciones, ni por fuego terrestre ni aéreo. Conservó intacta su aura de ciudad perfecta, “que bello es París” dicen sin complejo alguno los personajes de las películas que transcurren en la Ciudad – Luz, una frase que sería inimaginable en Londres o Berlín. En junio de 1940 París, contra el deseo de Churchill, no fue un segundo Madrid y fue declarada ciudad abierta. Pocos días después de la firma del Armisticio, el Führer alemán en persona recorrió la ciudad al amanecer, acompañado por su fotógrafo, su arquitecto y su escultor, Arno Breker, que hizo de guía turístico. Hitler no vió personas en su visita, aparte de un vendedor de periódicos y unas vendedoras de verduras, sino arquitectura, perspectivas urbanas y lugares densamente históricos, como le tombeau de Napoleon en los Inválidos, donde el Guía hizo una simbólica parada, para ver los restos de su colega. La conquista alemana de la capital francesa fue rematada, tras las imágenes de soldados de la Wehrmacht desfilando por el Arco del Triunfo, con la foto del Führer en primer plano con la torre Eiffel detrás, casi tan gigantesco como ella. Una vez certificada así la posesión, Hitler abandonó la ciudad, que no volvería a pisar jamás, lo que en opinión de Speer le hacía digno de lástima.

París era la gran ciudad capital occidental, la esencia de la civilización. En su plano podemos leer la historia y el propósito de la ciudad: servir como sede del gobierno, apabullar a los provincianos, ser corte y escaparate, acopiar tesoros históricos y culturales, ser la gran metáfora de la nación que encabeza como capital, como mostraban las estatuas doradas flanqueando amplias avenidas. En el esquema imperial nazi, París debía funcionar como una mezcla entre Disneylandia y Cancún, un enclave de descanso y premio para Alemania. La Deutsches Verkehrsbüro (Oficina Alemana de Turismo), con ese afán casi conmovedor que tienen las organizaciones turísticas de negar la realidad y funcionar como si no pasara nada, absolutamente a contracorriente de un mundo entregado a la megaviolencia, pronto (desde septiembre de 1940) comenzó a organizar sugerencias de viajes a la zona ocupada o Francia de Vichy, así como de viajes de Francia a Alemania.

Mucho más práctico era organizar las estancias de los soldados alemanes en la capital con fines recreativos, algo que todos los altos mandos militares siempre han visto con aprobación. Se publicaron guías periódicas ad hoc, como el Pariser Zeitung (en alemán solamente) y la Guide Aryen (en alemán y francés), que sugerían a los militares de vacaciones en la ciudad visitar el Louvre, el Moulin Rouge o el hipódromo de Longchamp, todo lo cual estaba abierto y en funcionamiento. Más práctico todavía era el programa ‘Jeder einmal in Paris’ (Todo el mundo en París, al menos una vez), que arreglaba las visitas rotatorias de los soldados a la Ciudad-Luz. Soldados atrapados en el frente del Este solicitaban suscripciones a estas y otras revistas similares, como manera de escapar de su agobiante realidad paseando virtualmente por París. Se puso gran cuidado en liberar a los mejores restaurante de los agobios del racionamiento, y así los comensales habituales, antiguos y nuevos, pudieron disfrutar de “Carton, Drouant-Gaillon, Laperouse, Maxim’s y La Tour d’Argent en Paris, y Le Coq Hardi en Bougival” como si nada hubiera pasado (2).

París entre 1940 y 1944 no fue en absoluto una ciudad muerta. El cine y el teatro florecieron, los intelectuales atiborraban los cafés como de costumbre y muchos artistas, entre ellos Picasso, siguieron trabajando en sus estudios. Desde el punto de vista alemán, París era una especie de Atenas vivalavirgen, mientras que Berlín era una Roma más adusta. París era su gran trofeo, el escaparate de cómo podía funcionar una versión del Nuevo Orden sofisticada y à la page. Una vez solucionados los problemas más urgentes, mediante la quema de varias toneladas de libros y la expulsión de los judíos, la potente industria cultural parisina pudo reanudar su marcha con nuevos bríos, apoyada y subvencionada por Alemania.

Cuando llegó el final de la ocupación, la ciudad tuvo un golpe de suerte: lejos de sufrir la destrucción y el terror a gran escala que sufrió en aquellos días Varsovia, fue liberada comme il fault, mitad por una sublevación popular y mitad por la entrada de los blindados de la división Leclerc, encabezada además por los vehículos de la mítica La Nueve, la unidad formada por republicanos españoles que tomó así la revancha por la derrota en la guerra civil. Aunque murieron más de 2.000 civiles franceses encuadrados en las FFI (Fuerzas Francesas del Interior), la historia solo recuerda a Ernest Hemingway tomando por asalto el bar del hotel Ritz, donde se atrincheró rodeado de dry martinis hasta que llegó de Gaulle y pronunció su famoso discurso: “Paris! Paris outragé! Paris brisé! Paris martyrisé! Mais Paris libéré! Libéré par lui même, libéré par son peuple, avec le concours des armées de la France, avec l’appui et le concours de la France tout entière, c’est-à-dire de la France qui se bat, c’est-à-dire de la seule France, de la vraie France, de la France éternelle”. Y así terminó la Ocupación de la ciudad capital más hermosa del mundo. Los soldados norteamericanos reemplazaron a los alemanes y la gran metrópoli continuó su rumbo, cada vez más inundada de turistas, con una avellana central rodeada de amenazadoras banlieues pobladas por inmigrantes y sus descendientes. Pero esa es otra historia.

La historia de Varsovia es aproximadamente la opuesta a la de París. La ciudad había pasado de capital de provincia del Imperio ruso a ciudad capital de la nación polaca en 1919, y en 1920 se había salvado “milagrosamente” de volver a ser una ciudad de provincias, en este caso de la Unión Soviética. La ciudad se había desrusificado con iniciativas simbólicas como la destrucción de la catedral de Alexander Nevsky, una maravillosa construcción de cúpulas en forma de cebolla que se consideró inadecuada para la nueva Varsovia cien por cien polaca. Algo más de un millón de habitantes vivían en la capital en 1939, un tercio de los cuales estaban clasificados oficialmente como judíos. Como centro neurálgico del nacionalismo polaco, el imperio alemán tenía planes para Varsovia, consistentes en reducirla en tamaño a un tercio o un cuarto de su tamaño original y alemanizarla de arriba abajo, convirtiéndola en una agradable ciudad germana de provincias. No era posible eliminarla por su marcado carácter de cruce de caminos fluviales y terrestres, en la intersección del Vístula y la ruta este-oeste por la gran llanura del norte de Europa.

En septiembre de 1939 la ciudad era el centro de la menguante zona que todavía conservaban los polacos en sus manos y fue objeto del primer bombardeo en alfombra que realizó la Luftwaffe en la guerra mundial. Los alemanes reunieron gran cantidad de aviones, utilizando incluso los viejos Junkers Ju-52 para la tarea, y las destrucciones fueron cuantiosas.

Pronto Varsovia pasó de capital de la República a ciudad secundaria del Gobierno General de Polonia, que tenía su capital en Cracovia. Mientras se ponían o no en marcha los planes para su reconversión, llegó la primera operación de cirugía urbana: aproximadamente 400.000 judíos fueron concentrados en un área del centro de la ciudad, en la margen izquierda del Vístula, un poco más allá del casco viejo. La intrincada frontera del gueto fue asegurada con un elevado muro de ladrillo. El gueto fue considerado como una especie de reserva zoológica en el corazón de la ciudad, que se podía visitar para ver a los judíos en su ambiente, más o menos como salían en la película Der ewige jude (El judío eterno), que combinaba imágenes de hebreos en las calles del gueto con manadas de ratas merodeando por una alcantarilla. Todavía hoy se descubren en sótanos y desvanes de Alemania colecciones de fotos que el abuelo o el bisabuelo, destacado en Varsovia durante la guerra, impresionó en alguna visita al gueto, que se transformó así en una horrenda contrafigura del turismo que hacían los soldados alemanes por los quais de París.

En abril y mayo de 1943 la mayoría de los 400.000 habitantes del gueto ya habían sido exterminados en las instalaciones de motor diésel de Treblinka, a 100 km de distancia hacia el Este. Los supervivientes empezaron a disparar contra los soldados alemanes que terminaban la liquidación de gueto. Cuando la rebelión terminó, el espacio del gueto fue arrasado hasta los cimientos. Poco más de un año después, con el Ejército Rojo muy cerca de la ciudad, el ejército nacional polaco dio la orden de insurrección. Cuando esta terminó con la victoria alemana, el 2 de octubre de 1944, la ciudad fue arrasada sistemáticamente usando explosivos, lanzallamas y toda clase de medios de destrucción. Varsovia fue literalmente aniquilada, y la ciudad que existe hoy no tiene nada que ver con la que hubo, con una excepción: el Stare Miasto, el casco antiguo, fue reconstruido ladrillo a ladrillo, piedra a piedra y hasta se diría que maceta a maceta en las ventanas. Hoy en día la Plaza del Mercado, su centro, está atestada de turistas que toman el vermut en sus terrazas, aunque en la esquina siguiente un gran cartel reproduce una gran foto aérea del estado del barrio tal como quedó en 1945, como recordatorio.

Londres no fue la primera, pero sí la mayor ciudad del mundo en sufrir un bombardeo aéreo sistemático. En 1940, con sus 8,6 millones de habitantes, era la segunda ciudad más poblada del mundo, después de Nueva York. A diferencia de París, tan perfecta y artística en su paisaje urbano, Londres era un agregado sin orden ni concierto de barrios muy distintos, sin un centro ni una estructura clara. La ciudad, segundo puerto del mundo y primer centro financiero internacional, zumbaba con una actividad incesante que era comparada, como en el caso de Berlín, con un fenómeno natural: “Esta intensidad de vida da a Londres su especial fisonomía, una belleza triste y sombría, comparable a los grandes espectáculos de la Naturaleza. <<Cuando en las horas de la tarde la vida llega a su plenitud, hay en las pulsaciones de este organismo algo de colosal y de regular que hace pensar en los movimientos del mar o de la selva» (Vidal de Lablache)>>” (3).

Londres era también la ciudad más consciente de su vulnerabilidad. Las previsiones de víctimas en la eventualidad de un bombardeo aéreo iban desde las visiones apocalípticas de Lord Halsbury en 1933 –cargadas de autoridad porque su emisor había sido jefe del Departamento de Explosivos en la Gran Guerra– de que una sola bomba de gas lanzada sobre Piccadilly Circus mataría a todo el mundo entre Regent’s Park y el Támesis, es decir, aproximadamente un millón de personas, a otras estimaciones gubernamentales que –basándose en la información obtenida en los bombardeos de Barcelona– estimaban un ratio de 50 víctimas por tonelada de bombas, y cifras diarias próximas a las 1.000 toneladas de bombas lanzadas por la aviación enemiga sobre la capital. De donde se podía prever una cifra de muertos de millones si el bombardeo se prolongaba uno o dos meses.
El gobierno también temía por encima de todo el pánico de la población, especialmente de las masas proletarias como las que habitaban el East End, algo que pintó Churchill con vivos colores en los Comunes en 1934, cuando describió una masa enloquecida de tres o cuatro millones de personas huyendo de Londres. En último término, eso supondría perder la guerra. La ARP (Air Raid Protection) fue la respuesta del gobierno a los infinitos problemas que planteaba la interacción entre el moderno bombardero y la gran metrópoli moderna. El objetivo principal de la ARP era simplemente “ensure the country against panic” (4). Al final se plantearon y se pudieron en práctica cinco medidas fundamentales para conseguir este objetivo: las medidas antiaéreas, los refugios, las máscaras de gas, la evacuación de niños, ancianos y enfermos y la organización de un complejo y completo sistema de encuadramiento de los civiles en la ARP, que aseguró que todo el mundo, tocado con el característico casco Tommy, tuviera algo que hacer dentro de la organización.

Las medidas antiaéreas eran evidentes desde el punto de vista militar, pero también tenían que ser muy visibles para el público, en forma de barreras de globos y baterías instaladas en lugares céntricos o en las fábricas. Se decidió no llevar a cabo ningún gran programa de construcción de grandes refugios subterráneos a prueba de bombas para Londres, a pesar de que la experiencia de Barcelona indicaba que eso era muy factible. Se siguió en su lugar la idea de que la mejor protección era la dispersión, con idea de reforzar los sótanos de los bloques de pisos en el centro de la ciudad y de distribuir millones de kits para que cada casita con jardín se hiciera su propio refugio. Los kits, una vez ensamblados, formaban una bóveda de acero galvanizado corrugado capaz de acoger a cuatro o seis personas. Las instrucciones indicaban ensamblar las piezas en forma de “J” invertida y colocar la estructura resultante semienterrada en el jardín, con una gruesa capa de tierra encima. Se distribuyeron millones de los llamados refugios Anderson, por el nombre del ministro del interior bajo cuya autoridad se diseñaron. De esta forma, el característico paisaje urbano de Londres de enormes extensiones de casitas adosadas con jardín reveló su utilidad en la guerra total. Posteriormente se distribuyó otra versión de refugio doméstico, el modelo Morrison, una estructura de metal en forma de mesa baja entre cuyas patas se colocaba una malla metálica. Se suponía que la familia podía cenar usando el refugio Morrison como mesa y luego descansar dentro del mismo, protegida de posibles derrumbes y fragmentos voladores de escombros.

La evacuación de niños y otras personas vulnerables se vio estimulada por el bombardeo que hizo la Legión Cóndor (la Luftwaffe en España) de una escuela en Getafe (Madrid) el 30 de octubre de 1936, que causó más de 60 víctimas, cuyas terribles imágenes fueron colocadas en un cartel que se difundió mucho por Europa. La evacuación, además de poner a salvo a inocentes, tenía que reforzar la moral de los que se quedaban trabajando en Londres para el esfuerzo de guerra. Las máscaras de gas se repartieron (al principio 20 millones, más tarde una por cada persona británica) en octubre de 1938, cuando la crisis de Munich. El programa de reparto de refugios Anderson se terminó justo a tiempo, en junio de 1940.

El llamado Blitz, el bombardeo sistemático de Londres por la fuerza aérea alemana, comenzó en septiembre de 1940 y duró hasta mayo de 1941. El sistema diseñado previamente funcionó en líneas generales. Fueron evacuadas millones de personas, no fue necesario usar nunca las máscaras de gas, que la gente terminó por dejarse en casa cuando antes las llevaban a todas partes y el metro de Londres proporcionó el gran refugio subterráneo a prueba de bombas de la ciudad y también algo que a las autoridades no les gustaba, la aparición del ciudadano troglodita que apenas salía del refugio aunque sonara la señal de final de la alerta. Los bombardeos nocturnos de la fuerza aérea alemana eran difíciles de contrarrestar, pues la RAF carecía de un sistema de caza nocturna comparable al que había funcionado tan bien de día en la llamada batalla de Inglaterra (agosto-octubre de 1940). A final la cifra de víctimas no fue tan enorme como se predecía, pero aún así resultó aterradora (más de 30.000 muertos y más de 100.000 heridos de consideración).

La gran ciudad tuvo que cambiar, para empezar ocultando su enorme producción de energía lumínica, para lo que se proporcionaron toda clase de artilugios de oscurecimiento. Se pintaron círculos blancos en los troncos de los árboles de las calles, pero aún así el número de accidentes de tráfico se disparó. Incluso, aunque eso es más difícil de creer, se sugirió al personal que llevara la camisa por fuera, con la esperanza de que la franja blanca resultante hiciera más visible al portador y redujera el peligro de atropello. El Blitz terminó en mayo de 1940, cuando la atención de Luftwaffe fue dirigida contra la Unión Soviética. A partir de entonces los bombardeos sobre Londres fueron esporádicos, al mismo tiempo que la ciudad se llenaba de una marea ilimitada de soldados americanos bien provistos de dinero y de artículos de consumo, mientras que la penuria hacía mella en los londinenses, que llevaban en guerra desde el 1 de septiembre de 1939.

Fue una amarga sorpresa descubrir a mediados de 1944 que la pesadilla no había acabado ni mucho menos, cuando un enjambre de misiles de crucero V-1 fue lanzado sobre la ciudad desde Francia. La amenaza de las V-1 podía ser neutralizada con bastante eficacia por la RAF, pero contra los misiles balísticos V-2 no había ninguna defensa posible. En general, la población reanudó las costumbres del blitz y siguió adelante, hasta que se recibió por fin el último impacto, una V-1 que cayó sin causar víctimas el 29 de marzo de 1945, 20 millas al norte de Piccadilly Circus (5).

A finales de marzo de 1945 Berlín era bombardeada día y noche sin interrupción, por la octava fuerza aérea norteamericana durante el día y por el mando de bombardeo británico durante la noche. Nunca se pudo conseguir una tormenta de fuego de destrucción total como sufrieron Hamburgo, Dresde y otras decenas de ciudades alemanas. Berlín no tenía un casco antiguo compacto de caserío apretado y era demasiado grande y dispersa. Los bombardeos destruyeron paulatinamente la ciudad hasta que en las últimas semanas de la guerra tomaron su relevo los cañones del Ejército Rojo, que se puede decir que terminaron la tarea.

El destino de Berlín y el de Londres estaban estrechamente unidos: si una ciudad era bombardeada, la otra también debía serlo. Era imposible hacer la guerra aérea en el sur de Inglaterra sin tocar Londres, y las primeras bombas caídas sobre la capital británica exigían un número equivalente sobre la capital del enemigo. Casi un centenar de Wellingtons, Whitleys y Hampdens fueron enviados en agosto de 1940 a Berlín, con intención de bombardear el aeródromo de Tempelhof. Todos eran bombarderos bimotores al límite de su radio de acción, con poca capacidad por ende de cargar bombas. Berlín estaba a mil kilómetros de distancia de los campos de la RAF en Inglaterra. Durante tres años la capital de Alemania apenas fue molestada por los aviones del Mando de Bombardeo británico, que mientras tanto aprendía el oficio sobre las ciudades del Rhür, a medio camino entre Londres y Berlín. Cuando empezaron los bombardeos en serio sobre esta última ciudad, los renanos no pudieron evitar un ataque de schadenfreude, recochineo, al ver que por fin le iban a dar su merecido a «los bocazas de Berlín».

Los ataques comenzaron en serio en noviembre de 1943, cuando la ciudad sufrió tres grandes ataques en cinco días que mataron a casi 4.000 personas y dejaron sin hogar a medio millón (6). El partido nazi no las tenía todas consigo con la actitud de la población de los distritos obreros, y se habían creado unas “tropas de choque de la SA para uso especial”. Pero no hicieron falta, como el propio Goebbels, que era gobernador de Berlín además de jefe de la propaganda, pudo comprobar en su visita al barrio proletario de Reinickendorf, diez kilómetros al noroeste de la puerta de Brandenburgo, muy afectado por el bombardeo del 27 de noviembre, cuando fue recibido “con un entusiasmo tan increíble como indescriptible” (6). A partir de entonces los bombardeos fueron una rutina que siguió durante los quince meses siguientes. Los berlineses se movían con rapidez entre el trabajo, los refugios, los atestados tranvías, las tiendas que seguían abiertas y con algo interesante que ofrecer, las oficinas de reasentamiento si era necesario encontrar alojamiento; el mercado negro: “In Berlin ist alles Jott-we-deh”, en Berlín todo está muy lejos, decía el dicho en dialecto local. La red de refugios era extensa y uno de ellos, el búnker del Zoo, podía acoger a 18.000 personas. Consistía en una torre de hormigón con paredes y techo de metros de espesor con una batería antiaérea en el techo, invulnerable a cualquier ataque.

La ciudad fue destruida y abatida metódicamente, como un elefante recibiendo continuos impactos de azagayas. En los meses finales ya apenas se distinguía entre la señal de alerta de bombardeo, el final de la alarma y la siguiente alerta. Las calles se llenaron de un polvo grisáceo emanado de los escombros y la orientación de volvió difícil entre hileras de casas quemadas que parecían todas iguales. Al caminar se tragaba polvo y hollín en cantidad, y las pisadas crujían sobre un lecho de cristales rotos machacados. “La Kurfürstendamm hervía de personas, <<figuras oscuras, sin contorno, que extendían cuidadosamente sus manos para encontrar su camino. Te asustabas si alguien reía>>. Se caminaba por Berlín como por el fondo del mar” (6). Así terminaron los bancos urbanos de coral descritos en Berlin Alexanderplatz.

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