El Airbus A300 de IranAir que fue derribado sobre el Golfo Pérsico el 3 de julio de 1988.
El tres de julio de 1988, una aeronave con dos turboventiladores alimentados con queroseno recibió el impacto de un misil disparado desde un buque de guerra impulsado por cuatro turbinas de fuel, justo en el lugar del mundo por donde discurre el 20 % de todo el petróleo del mundo y la tercera parte de todo el que se mueve por mar. El estrecho de Ormuz cierra el Golfo Pérsico entre Irán y Omán y es la salida inevitable de los enormes buques tanque que sacan el crudo de Kuwait y de los campos petroleros del sur de Irak e Irán. Con sus menos de cien km de ancho, es uno de los Siete Puntos Peliagudos del tráfico marítimo de energía: los otros son el Bósforo, los canales de Suez y Panamá, Bab-El Mandeb (que cierra el Mar Rojo), el Estrecho de Malaca entre Malasia e Indonesia y los Estrechos de Dinamarca.
En 1988, último año de la terrible guerra entre Irak e Irán, hacía mucho que la lucha por tierra había entrado en punto muerto. Los dos contendientes dedicaron sus esfuerzos a interrumpir el tráfico petrolero del adversario en lo que se conoció como la guerra de los buques tanque. Los Estados Unidos protegieron el tráfico petrolero iraquí por el subterfugio de canalizarlo a través de Kuwait y dotar a sus buques de bandera estadounidense, de manera que podían ser legalmente escoltados por barcos de guerra de la US Navy, de los que llegó a haber una treintena merodeando por el Golfo.
Siguieron años de encontronazos, provocaciones diversas, guerra de comandos, amenazas de cortar el tráfico por el Estrecho (algo que Irán nunca hizo, pero que ponía los pelos como escarpias a Europa y Japón, con economías muy dependientes del petróleo del Golfo) e incluso un ataque por error de un avión iraquí a un barco norteamericano, el USS Stark, que mató a 27 marineros.
El 3 de julio de 1988 el sofisticado sistema de armamento Aegis del crucero USS Vincennes confundió un Airbus A300 de IranAir en vuelo ascendente, recién despegado de Bandar Abbas y en ruta hacia Dubai, con un F-14 Tomcat en vuelo descendente abalanzándose sobre el buque con malas intenciones. Varios bien entrenados profesionales sentados ante grandes pantallas de radar y otros sofisticados sensores, y sus oficiales, no fueron capaces de comprobar que el Airbus emitía correctamente en la frecuencia civil y que su ruta coincidía con el pasillo aéreo civil establecido.
Después de unos minutos en los que, según la investigación oficial de los Estados Unidos, la tripulación fue víctima de una especie de alucinación colectiva (parece que se esperaba un ataque en fechas próximas a la fiesta nacional de los Estados Unidos, el 4 de julio) y hubo el equivalente de tazas de café derramadas sobre aparatos sensibles (en este caso el experimentado oficial de alerta aérea estaba en otra parte y su sustituto era novato), el capitán dio la orden de disparar. 290 personas, 60 de ellas niños y adolescentes, murieron, más víctimas de otra guerra petrolera. Años después el gobierno de los Estados Unidos acordó compensar a Irán con una abultada indemnización. La guerra Irak-Irán, que causó del orden de un millón de muertos, terminó pocas semanas después de la tragedia aérea del estrecho de Ormuz.
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