Hitler y Franco nacieron con tres años de diferencia y a 2.000 kilómetros de distancia –1889 y 1892, en Braunau am Inn (Alta Austria) y Ferrol (Galicia)–, en sendos imperios en decadencia, el español y el austrohúngaro. Sus padres eran funcionarios del estado, aduanero el de Hitler y oficial de intendencia de la Marina el de Franco. Tras una infancia corriente, sus vidas divergieron drásticamente cuando Hitler se fue a Viena a iniciar una carrera de artista y Franco ingresó, con quince años, en la Academia Militar de infantería. Allí comenzó una carrera militar que duraría casi siete décadas; aunque usted no lo crea, la última nómina del dictador en 1975 incluía 400 pesetas en concepto de «masita», el descuento que hacían los oficiales a los soldados para compensar el desgaste del uniforme.
Mientras Franco iniciaba su larga carrera militar comenzando por el puesto de segundo teniente, Hitler zascandileaba por Viena, donde se ganaba la vida pintando cuadros no muy grandes y con otros oficios. Pero al fin la guerra llegó hasta ambos personajes, y cambió de manera determinante sus vidas. Hitler, tras remolonear para evitar el servicio militar austrohúngaro todo lo que puso, se alistó por fin en el ejército alemán en 1914, el año fatídico, fue enviado al frente occidental, y descubrió que la vida militar le molaba mazo. Llegó hasta cabo, consiguió algunas condecoraciones y en 1918 cayó fulminado y ciego por un ataque con gas. En 1916 Franco llevaba ya algún tiempo en una guerra muy distinta, el ataque colonial a la zona del Protectorado español de Marruecos. En una carga contra los rifeños, resultó casi muerto tras recibir un disparo en el vientre.
Los dos se recuperaron de sus heridas, y salieron de ellas acostumbrados a la violencia extrema pero de manera muy diferente. Hitler vagaba por Múnich, sin dinero y en un país derrotado y humillado hasta lo más profundo. Franco cobró cierta fama como militar pundonoroso, ascendió con rapidez en la jerarquía y comenzó a salir en los periódicos, aunque el más popular era su hermano Ramón, el aviador. Hitler comenzó a salir de la miseria cuando el alto mando militar alemán lo envió como escucha al pequeño Partido Obrero Alemán (DAP). Descubrió sus fenomenales dotes como agitador y en 1921 ya era el líder del nuevo y mayor NSDAP (Partido Obrero Alemán Nacional Socialista). Ese mismo año Franco ya era un famoso comandante de la Legión (Tercio de Extranjeros) y acumulaba ascensos a gran velocidad, tras participar de lleno en la gran insurrección rifeña de 1921-1924.
El 8 de noviembre de 1923 Hitler, pistola en mano, se subió al estrado de la Burgerbraükeller de Múnich y proclamó la toma del poder en Alemania, aunque fueron detenidos por la policía unas calles más allá con el resultado de algunos muertos. Encarcelado en suaves condiciones, Hitler pudo reflexionar, descansar y escribir al mismo tiempo Mi Lucha, su literalmente demencial ideario político. Mientras tanto el NSDAP crecía velozmente y comenzaba a competir en las reñidas elecciones de la república de Weimar. Hitler salió de la cárcel lleno de energías y al mismo tiempo Franco fue nombrado general (en 1925), el más joven de Europa, como proclamó la prensa de orden, casi en éxtasis.
Los años siguientes Hitler conquistó el poder a base de conseguir buenos resultados electorales y explotar el pánico a los rojos, todo ello en el atomizado ambiente político de Weimar. En 1933 formó gobierno y el año siguiente, tras la muerte de Hindenburg, el anciano presidente del Reich, se instaló en el poder absoluto con el título de Guía o Caudillo (Führer). Tras el fin de la guerra de África en 1927, el general Franco regresó a la península, ya convertido en gran espadón, y pudo asistir al fin de la dictadura de Primo de Rivera y a la proclamación de la República. Ya en régimen republicano, desde 1931, el general Franco vio su carrera vacilar y abandonar su firme trazo ascendente de antes. En 1934 dirigió con profesionalidad la represión de la sublevación izquierdista en Asturias y fue ascendido a general de división, el máximo rango del ejército español en esa época. Ese mismo año, Hitler destruyó el ala anticapitalista del NSDAP en la llamada noche de los cuchillos largos y aseguró contra toda eventualidad su posición de líder supremo.
A partir de entonces, Hitler disfrutó de una vida como Conductor del país bastante relajada, casi de dilettante, mientras el país aceleraba el ritmo de la radicalización, que separaba nítidamente la Comunidad Popular sana y militarizada de la escoria formada por los antialemanes (judíos, izquierdistas, asociales, etc.). En España, la toma del poder político por las izquierdas (es decir, la «gente de la alpargata» en terminología de la época) en las elecciones de febrero de 1936 hizo que las derechas pulsaran su botón del pánico, el interruptor del golpe de estado. Tras una serie de acontecimientos trágicos, el general Franco fue investido generalísimo y líder supremo del estado nacionalista en una ceremonia en Burgos, el 1 de octubre de 1936. No obstante, el trato entre los dos nuevos caudillos comenzó, si bien de manera indirecta, ya en julio de ese año, cuando los enviados del general Franco consiguieron molestar a un Hitler en plenas vacaciones de verano en Bayreuth y hacerle aprobar el envió de ayuda militar a España.
A partir de entonces, Franco formó parte de un triunvirato oficioso junto con Hitler y Mussolini, como los tres adalides del Siglo del Fascismo, al menos en carteles y banderolas que proliferaban por toda España. Terminada la guerra de España, Franco fue prácticamente divinizado en vida. al acumular los títulos de Jefe de Estado, Generalísimo («super-general») y sobre todo Caudillo («la cabeza suprema») equivalente al Führer alemán (o al Duce Italiano y el Conducatore rumano). El Caudillo y el Führer se enviaban corteses felicitaciones por aquella época, y sus países entablaron intensas relaciones diplomáticas y económicas. El ataque alemán a Polonia el 1 de septiembre de 1939 disgustó al general Franco, que mantenía buenas relaciones con al dictadura militar-católica, tan parecida a la suya, de la república polaca.
Pero había que mantener buenas relaciones con la superpotencia alemana, y la derrota de Francia y media docena más de países en junio de 1940 convenció al Caudillo español de que convenía estrechar lazos con su homólogo alemán. Así se concertó la famosa entrevista de Hendaya, el 23 de octubre de 1940. Fue la única vez que ambos dictadores se vieron cara a cara. La famosa reunión ha sido interpretada de muchas maneras, pero la opinión de los historiadores más autorizados es que Hitler no podía ofrecer lo que quería Franco (un buen trozo del imperio francés en África), obligado por su relación con el régimen de Vichy, y Franco no quería entrar en la guerra al lado del Eje sin sustanciosas concesiones a cambio.
El gran dictador parece que miró al pequeño dictador con disgusto, y que lo encontró demasiado jesuítico y sinuoso para su gusto. Los años siguieron, con intercambio de parabienes entre Caudillo y Führer cada vez más fríos por parte caudillil a medida que Alemania se hundía sin remedio y por fin, en un par de días de finales de abril de 1945, las dos figuras que habían compartido cartel con el general Franco estaban muertas, Mussolini fusilado y Hitler suicidado. Los periódicos de Madrid publicaron titulares con fake news del estilo de «El Führer alemán muere luchando con las armas en la mano contra el comunismo en Berlín».
Tras años duros en que el fin de la dictadura franquista parecía inminente, en 1949 los Estados Unidos decidieron que Franco, lejos de ser una escoria residual del fascismo, era un respetable líder anticomunista del mundo libre. Las relaciones de la dictadura franquista con la heredera legal del Tercer Reich, la República Federal de Alemania, fueron excepcionalmente buenas, y durante mucho tiempo sus ministros fueron casi los únicos visitantes de renombre de los que podía enorgullecerse el Régimen (que ya se escribía con mayúscula).
El 20 de noviembre de 1975 el general Franco murió, en una planta del hospital general de La Paz desalojada especialmente para él, y fue enterrado días después en una tumba preparada al efecto en la cripta de la basílica del Valle de los Caídos, un gigantesco monumento a los caídos por Dios y por la Patria que se puede ver desde 50 kilómetros de distancia en Cuelgamuros, en la Sierra del Guadarrama cerca de El Escorial. El Caudillo sigue ahí, a pesar de los vanos intentos del gobierno de exhumarlo y enviarlo al panteón familiar en El Pardo, pueblo muy próximo a Madrid donde vivió el dictador muchos años. Mussolini está enterrado en la tumba familiar de Predappio, en Emilia-Romaña, en el norte del país. Hitler no tiene sepultura conocida, a menos que se considere como tal una entrada de aparcamiento en una urbanización muy cerca de la Puerta de Brandenburgo, en Berlín.
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