Foto: de Google Maps.
Saliendo de Muskiz hacia el oeste se llega enseguida a un cartel verde con letras blancas que dice “Comunidad de Cantabria” y debajo “Provincia de Cantabria” para que no haya dudas. El paisaje es el mismo y la autovía de cuatro carriles te deja en Castro Urdiales en pocos minutos. La comida es similar, idéntico el clima y la gente no viste muy diferente ni hace cosas muy distintas. Pero ya no estamos en Euskadi, el feroz país de los vascos, sino en la dulce y españolista Cantabria.
Desde el punto de vista vasco, el límite del mundo civilizado es Castro Urdiales. Esta localidad se ha convertido en una ciudad dormitorio de Bilbao. Parece ser que apenas la mitad de los castreños están empadronados en su lugar de residencia, pues en realidad son bilbainos que se han comprado el piso un poco más lejos. Las idas y venidas Castro-Bilbo provocan descomunales embotellamientos en la A-8.
La política no facilita las cosas. Los gobiernos cántabros y vascos se han mirado tradicionalmente con inquina, entre otras razones por el pleito de Villaverde de Trucíos (actualmente Villaverde del Monte), un enclave de 20 km cuadrados y 400 habitantes 100% vizcaíno pero obligado a vivir bajo el yugo santanderino por una polvorienta cuestión de señoríos jurisdiccionales que se momificó en la división provincial de 1833.
Sucesivas peticiones de incorporación a la madre patria han sido recibidas con abrupto rechazo por Santander y Madrid. Una muestra del forcejeo interregional en Castro Urdiales fue la supresión de la línea de Bizkaibus que conectaba la localidad cántabra con Vizcaya, tras un “desencuentro” entre el Gobierno Cántabro y la Diputación de Bizkaia, que dejó sin transporte a muchas personas sin coche propio. Se está pensando en construir una línea de ferrocarril.
Las razones por las que los vizcaínos se van a Cantabria son muchas. Hay incluso una pequeña pero influyente emigración linguística, profesores que se fueron a trabajar a Santoña, Castro o Laredo por no poder o no querer aprender el euskera suficiente para ejercer su oficio en su comunidad natal. Pero siguen viviendo en Bilbao, a donde llegan tras largos trayectos por la A-8, a veces en coche compartido, que es más ecológico. No solo se van las personas, fábricas enteras hacen las maletas y se van al oeste.
Cantabria y Euskadi está en guerra, incruenta por ahora, de tipo industrial. Grandes empresas vascas de toda la vida se van a Cantabria atraídas por una atractiva fiscalidad, menores costes, carantoñas varias del gobierno de La Montaña, etc. (por el clima no será). Tubacex decidió no construir su nueva fábrica en Álava, sino en Marina de Cudeyo. La reacción del consejero vasco del ramo fue inquietante: “esta es una mala noticia” de “esas que no gusta escuchar” dejando a su auditorio rascándose la cabeza: ¿Cuál sería una mala noticia de esas que agrada escuchar? Se debía referir al concepto alemán de Schadenfreude, regodeo en español, la alegría por el mal ajeno.
Poco después Sibán, dedicada a la fabricación de cintas transportadoras, anunció que se iba a Castro Urdiales y dejaba Zierbena para los restos. Esta vez se detallaron algo más los seductores cantos de sirena del gobierno cántabro: suelo gratis, préstamos a precio de amigo, benevolencia fiscal, posibilidad de conseguir más dinero de Madrid, etc., etc. Parece que es un caso más del efecto fronterilla, en el que comunidades con poca industria imantan su territorio con atractivos empresariales sin cuento para atraer a las fábricas de la región rica e industrializada. Eso explica, por ejemplo, la aparición de un notable cinturón industrial a la altura de Seseña, la parte de Toledo pegada a la Comunidad de Madrid.
Tochos: La Península mutante