“El Canciller de Alemania… ardientemente desea la paz para su nación, con la verticalidad de intención que le caracteriza”(1). Con este símil postural recibió la prensa española la desconcertante noticia del pacto germano-soviético de finales de agosto de 1939. No hacía cinco meses que había terminado la guerra de España y ya se estaba preparando otra, con una intensidad superior en dos órdenes de magnitud a la masacre española.
España no sería beligerante en esta guerra, es decir, su Gobierno no declaró la guerra a ningún país, pero terminó implicada profundamente y de la peor manera posible. La situación era muy distinta de la de 1914-1918, que los industriales españoles recordaban con nostalgia como una época de vacas gordas como nunca hubo otra. La Gran Guerra fue muy improvisada, y las partes en lucha hicieron pedidos enormes de comida, uniformes, utensilios varios y materias primas a la economía española, incluyendo hasta motores de aviación. Pero en 1939 la situación era muy distinta. Excepto materias primas como el hierro y el wolframio, y algunos tipos de alimentos selectos como las sardinas en lata, era poco lo que podía ofrecer el ecosistema industrial español a las partes contendientes. Tanto las Naciones Unidas como el Eje necesitaban armas modernas y equipo militar actualizado en ingentes cantidades, que proporcionaban respectivamente las fábricas norteamericanas y alemanas.
Lo que necesitaba España en aquellos años eran suplementos de alimentos para su hambrienta población, y no tenía gran cosa que entregar a cambio. Las exportaciones tradicionales de alimentos mediterráneos de lujo, como aceite de oliva y naranjas, dejaron de ser prioridad para los países en guerra. Destinos tradicionales de ellas como Reino Unido, Francia y Alemania, necesitaban otras cosas, como tocino y trigo. La curva de intercambios con el exterior, que había comenzado a bajar en 1930 a consecuencia de la gran recesión, tocó fondo probablemente entre 1941-1943.
Las entradas y salidas de materiales de España, aun limitadas como eran en aquellas circunstancias , eran parte de la guerra económica mundial. A Reino Unido le interesaba mantener a España alejada de la colaboración militar con Alemania, y para ello, además de sobornar a cierta cantidad de generales, abría o cerraba los canales de importación / exportación de materias primas y alimentos. También le interesaba obviamente cortar los canales equivalentes España-Alemania. Alemania quería controlar las materias primas mineras españolas, su verdadero interés, y reducir los intercambios hispano-británicos. También apostaba por la entrada de España en la guerra de su lado.
Múltiples comunicaciones entre Berlín y Madrid culminaron con el encuentro cumbre entre ambos dictadores en la estación de tren de Hendaia, a unos metros de la frontera franco-española. Era octubre de 1940, lo que quería decir que el imperio alemán se extendía desde Iparralde (el país vasco-francés) hasta Polonia, y desde Noruega hasta Praga. Los dos personajes eran dictadores plenipotenciarios, Franco más todavía que Hitler, pues éste todavía conservaba algunos tristes restos formales de la democracia de Weimar, como un fantasmal Reichstag.
La entrevista de Hendaya está en el top ten de las grandes cuestiones bizantinas de la historia. No vamos a entrar aquí en si Franco quería o no entrar en guerra. El Gobierno español presentó una larga lista de contrapartidas a su entrada en guerra, principalmente la extensión del imperio español en el norte de África a costa necesariamente del Imperio francés. El Guía alemán no podía mostrarse receptivo a estas demanda, pues Francia era más importante que España para el esquema de guerra del Tercer Imperio, y tener contenta en cierta forma a Francia todavía era de interés en aquel momento. Además Hitler tenía una cita con Pétain al dia siguiente. La otra demanda principal era una gigantesca lista de suministros de armamento y alimentos. Así planteado el asunto, parece claro que, el 23 de octubre de 1940, el gobierno alemán no tenía un insano interés en que España entrase en la guerra a su lado, y el gobierno español tampoco. Eran un vendedor reticente y un comprador más reticente aún. Naturalmente, si la oferta alemana hubiera cubierto la demanda española, la cosa hubiera estado hecha.
Los periódicos españoles del 22 y siguientes días de junio de 1941 publicaron grandes titulares y vistosas fotografías de la invasión alemana de la Unión Soviética. Las fotos mostraban densas columnas de soldados a pie y enjambres de caballos y mulos tirando de los cañones, con algunos blindados y camiones para dar cierta sensación de modernidad. Era premonitorio: la mítica “máquina de guerra alemana” funcionaba principalmente a base de animales de tiro, y nunca pudo seguir el ritmo de motorización de sus enemigos. El gobierno español tomó la decisión de enviar una división de infantería y una unidad aérea. En realidad lo que se enviaban eran hombres a cuerpo, que los alemanes equiparon y entrenaron en uno de sus enormes campamentos de instrucción y enviaron a continuación al frente a pie. Por lo demás, España mantuvo su status de no beligerante, pues la división era oficialmente de voluntarios. La Unión Soviética nunca declaró la guerra a España –si lo hubiera hecho, Reino Unido y Estados Unidos tendrían que haberlo hecho también, y el franquismo no habría probablemente sobrevivido a la guerra.
Desde octubre de 1942 España quedó empaquetada entre las fuerzas aliadas en el antiguo Marruecos francés y las fuerzas alemanas en Francia, que habían recién ocupado el territorio de Vichy. La curva descendente de aviones alemanes e italianos caídos accidentalmente en territorio español, y el crecimiento imparable de los aviones norteamericanos y británicos escacharrados en páramos y playas, indicó claramente quién estaba ganando.
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(1) El avisador numantino : Periódico de intereses generales y noticias Epoca 2ª Año LXI Número 5694 – 1939 agosto 26
Tochos: El museo del franquismo