Hitler contemple arrobado una maqueta del coche KdF, futuro Volkswagen. Fotografía hallada en psywar.org
La afición del fascismo por la automoción viene de antiguo. Ya Mussolini lanzó el Balilla para movilizar sobre ruedas a los squadristi en su tarea de disciplinar Italia a golpe de manganello (la porra). Conocida es la afición de Hitler por las autopistas y los vehículos que circulan por ellas, hasta el punto de patrocinar un coche popular (Wolkswagen) destinado a la venta masiva a bajo precio.
Cruzando el charco, hay que recordar que Henry Ford, creador del fordismo y del coche para casi todos, patrocinó el panfleto antisemita El judío internacional, entre otras actividades propias de la extrema derecha. La derecha sabe que un país donde casi todo el mundo tiene un coche es un país seguro. El coche puede sustituir con ventaja a la familia y a la religión en su papel de corsé social, de dique contra la anarquía y la expresión de los bajos instintos humanos.
El propietario de un coche tiene que gastar en él una enorme cantidad de dinero, para comprarlo, alimentarlo de gasolina, pagar sus impuestos, darle alojamiento, repararlo si se estropea, etc. Ese dinero, evidentemente, ya no lo podrá emplear en vicios. Tiene que dedicarle una enorme cantidad de tiempo, en conducirlo, aparcarlo, llenar su insaciable depósito, lavarlo, etc. Tiempo que no podrá dedicar a planear o realizar actos contra la ley.
Además, el Estado mantiene un vínculo de control férreo con todos y cada uno de los coches que circulan por el país, llamado precio de la gasolina. El precio de la gasolina reduce la política a un grado que todo el mundo puede entender: bajar la gasolina es bueno, subir la gasolina es malo. La culpa de la subida del precio de la gasolina la tiene (nunca el gobierno) las petroleras, la crisis internacional, etc. Es un extraordinario instrumento de control mental y de prevención de actitudes antisistema.
Asuntos: Automóviles, Fascismo, Petróleo
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