El misterio de los submarinos republicanos

nuevosmandosmarinarepublicanaLa heroica actuación de nuestra Marina de guerra. Crónica, 23 de agosto de 1936 (Biblioteca Nacional de España – Hemeroteca Digital)

 

…un barco con mala dotación es ineficaz e insensible… un barco, aunque no sea muy bueno, si tiene una dotación DISCIPLINADA, es un arma terrible.

La Armada -portavoz del Comisariado Político de la Marina
Republicana en Cartagena (1937)[97]

 

El 30 de abril de 1937, un avión republicano lanzó una bomba sobre el acorazado nacionalista España, que merodeaba por la boca de la bahía de Santander. Una tremenda explosión sacudió el buque, que había chocado en ese preciso momento con una mina puesta por la marina nacional días atrás, como parte del bloqueo del puerto santanderino. El acorazado se fue a pique. A 800 kilómetros al sur, el acorazado Jaime I acababa de salir de un encallamiento en Punta Sabinal, unas marismas que hoy son Parque natural. Consiguió llegar hasta el cercano puerto de Almería, donde poco después un bombardeo lo dejó muy maltrecho. Se arrastró después hasta el astillero naval de Cartagena, donde al poco tiempo una tremenda explosión interna dio con el buque en el fondo de la bahía. Así acabó el tercer y último superviviente de la clase de acorazados España, tres buques de guerra oceánicos que apenas se alejaron más de cincuenta millas de las costas españolas y marroquíes durante toda su vida en activo.

El primero de la serie también se llamó España. La ceremonia de su botadura fue muy lucida. Alfonso XIII tuvo un espléndido viaje a Galicia, con arco del triunfo levantado en Betanzos, grupos de señoritas y de autoridades locales doquiera se detenía el tren real, y multitudes de representantes del Pueblo (la parte sana del mismo, sobre cuya extensión se discutió siempre) vitoreando a sus majestades. El banquete en Ferrol fue recordado mucho tiempo.

Frente a aquellos lugares y momentos peligrosos donde habitaban los que anhelaban la destrucción de la jerarquía social había otros enclaves y momentos donde esa misma jerarquía parecía pertenecer al orden natural de las cosas, y donde se podía palpar casi físicamente la idea de una Patria “orgánica”, armónica en el interior y defendida contra las amenazas del exterior.

La botadura del acorazado España fue uno de estos momentos. El 4 de febrero de 1912, en El Ferrol, la enorme embarcación se deslizó hacia las aguas, devolviendo instantáneamente a España al rango de potencia internacional. El  España era un barco de la clase Dreadnought, provisto de grueso blindaje, gran cantidad de cañones monocalibre en torretas giratorias y una turbina de vapor que le permitía alcanzar casi 20 nudos.

La ley necesaria para pagar esta montaña de metal y otras más, llamada Ley de la Escuadra, fue otra de la iniciativas de Antonio Maura en 1908, en un momento en que su gobierno veía ante sí largos años de estabilidad y la necesidad de impulsar un Gran Salto Adelante para hacer de España un estado serio, tanto en el interior como en el concierto de las naciones. La Ley se votó por aclamación, con todos los diputados puestos en pie y derramando lágrimas de ardiente patriotismo. A Joaquín Costa, enfermo y muy cansado en su retiro de Graus, se lo llevaron los demonios. La enorme factura de la reconstrucción de la flota, unos 500 millones de pesetas a pagar en varios años a la casa Vickers, habría servido de sobra para duplicar el número de maestros, pagarles el doble y abrir millares de escuelas. Solo los tres acorazados salían a unos 50 millones de pesetas cada uno.

El simbólico acorazado tuvo una trayectoria en paralelo a la de la política nacional. Diseñado para dominar los océanos, pasó gran parte de su servicio merodeando por las costas de Marruecos hasta que chocó contra un arrecife en el cabo Tres Forcas, no lejos de Melilla, una mañana de niebla de 1923. Pocos meses después terminaba la vida parlamentaria en el país cuyo nombre llevaba. Hundido el España, restaban el Alfonso XIII (entregado a la marina en 1915) y el Jaime I (que no se entregó hasta 1921, por la falta de cañones que causó la guerra europea). En 1931 el Alfonso XIII cambió su nombre por el de España. En octubre de 1934, cumpliendo el tradicional papel de las fuerzas armadas españolas de   bombardear su propio país, el Jaime I bombardeó a los barrios ocupados por la Alianza Revolucionaria en Gijón.

En julio de 1936, la marinería consiguió hacerse con el control de la mayoría de los barcos de la flota de guerra, pero no pudo hacerse con la base naval de Ferrol, que quedó en manos de los nacionales con dos cruceros nuevos en sus diques, a punto de terminar su construcción. Estos dos barcos (el Baleares y el Canarias) serían los más importantes de la marina nacional. Los republicanos se quedaron con casi todos los destructores y con todos los submarinos, pero no les sirvió de mucho.

Los nacionales vieron en la ineficacia de la flota republicana la confirmación de su creencia en las jerarquías naturales de la sociedad. Durante los primeros días de la guerra, gran número de oficiales de marina fueron  fusilados por sus tripulaciones, y otros muchos fueron encarcelados o apartados del servicio. A diferencia del ejército, donde había más cercanía entre el mando y la tropa, en la marina los oficiales eran una clase encastillada en un mundo antiguo de tradiciones de superioridad sobre la chusma marinera. Los marineros de poca graduación, por el contrario, tenían una larga tradición revolucionaria. La toma de postura a favor del Alzamiento por parte de los oficiales fue ahogada en sangre, y no hay duda que pagaron bastantes justos por pecadores. De manera que al cabo de poco tiempo quedó patente que la flota republicana poseía más de cuarenta barcos, incluyendo un acorazado, tres cruceros, 14 destructores y 12 submarinos, pero tenía sólo unos 40 oficiales profesionales para dirigirlos.

Ambas flotas, la nacional y la republicana, tenían como misión principal destruirse la una a la otra y a la vez interceptar a la flota de transporte enemiga y garantizar el movimiento irrestricto de la propia. Esto suponía un área de actuación muy vasta. La gran ruta de abastecimiento petrolero de los nacionales procedía del golfo de México, mientras que barcos republicanos iban y venían de puertos de toda América y Europa en misiones de transporte de armas más o menos de contrabando. Había una frecuentada ruta marítima desde las islas británicas a Bilbao y otra desde la refinería de Tenerife a Cádiz. El gran corredor de abastecimiento desde la URSS a la República iba a  través del mar Negro por el estrecho de los Dardanelos (donde los espías anotaban los buques y su posible cargamento) y cruzaba todo el Mediterráneo. La ruta funcionó hasta que la amenaza de los submarinos italianos trasladó la ruta de abastecimiento al norte, desde los puertos soviéticos del Báltico hasta la costa francesa. Italia mantenía una corta y frecuentada ruta desde su territorio a Mallorca y Cádiz, y el comercio alemán recorría regularmente la ruta entre Hamburgo y Kiel y Cádiz y Coruña. Había muchas otras líneas menores de tráfico marítimo tanto para la zona republicana como para la nacional, y todas debían ser adecuadamente interceptadas o protegidas, según fuera el caso.

La marina nacionalista tuvo un papel importante en estrangular el abastecimiento republicano, mientras que la flota republicana apenas fue eficaz en este sentido. Con ayuda de los submarinos italianos, los nacionales consiguieron apresar o hundir unos 400 barcos españoles o de otros países  con suministros para la República, con un total de más de 600.000 toneladas[98]. Todo parecía encajar en la idea de que una flota privada de la disciplina organizada por sus mandos naturales no sirve para nada, y de que la voluntariosa marinería revolucionaria fue incapaz de utilizar eficazmente sus barcos. No obstante, hay otros factores a tener en cuenta para explicar la torpeza de la flota republicana: por ejemplo, en el paso del Estrecho de agosto de 1936, los aviones bombarderos italianos fueron determinantes para ahuyentar a los barcos republicanos, y en general los nacionales conservaron toda la guerra una relativa superioridad en aviones de patrulla marítima. Los servicios de información de Burgos solían superar a los republicanos cuando se trataba de detectar presas, como en el famoso caso del buque Mar Cantábrico, cargado con aviones norteamericanos. La flota republicana no recibió apenas suministros, a diferencia del ejército, y tuvo que utilizar su material original hasta el agotamiento. La superioridad inicial de 40 a 15 barcos pronto fue menos significativa, cuando los nacionales pusieron a flote dos cruceros pesados. Los nacionales no tenían en teoría ningún submarino, pero se beneficiaban del trabajo encubierto de un puñado de submarinos italianos “piratas”.
El caso de los submarinos republicanos siempre ha llamado la atención. Parece ser que fueron incapaces de causar ningún daño al enemigo durante todo el curso de la guerra. Es como si la destrucción revolucionaria de la cohesión jerárquica militar, que se pudo solucionar en el Ejército con más o menos dificultad, e incluso en la flota de superficie, fuera imposible de superar en una agrupación humana tan reducida y compacta como la tripulación de un submarino, encerrada además en un ataúd de tecnología avanzada. También es verdad que algunos oficiales de submarinos se pasaron al enemigo ya bastante avanzada la guerra.

 

[97] El semanario cartagenero «La Armada». Evolución del concepto «disciplina» en la Marina republicana (1936-1939). AURELIANO GÓMEZ VIZCAÍNO. Anales de Historia Contemporánea, 12 (1996)
[98] J. F. Fullana, Eduardo Connolly, Daniel Cota: El crucero Baleares, 1936-1938, en  www.crucerobaleares.es

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