«Vigilancia de la retaguardia. La eficaz labor que, en colaboración con García Atadell, está llevando a cabo el comisario Lino». Crónica, 4 de octubre de 1936. Biblioteca Nacional de España.
–¡No hay más remedio: hay que terminar con ellas!…
Las cucarachas gritan, por Sawa (viñeta)
Heraldo de Madrid, 20 de julio de 1936
Tras el fracaso del Alzamiento en Madrid, mucha gente de derechas, gente de orden o simplemente enemigos del estado republicano quedaron atrapados en la capital de España. Muchos encontraron apresuradamente un camino hacia las líneas nacionales a través de algún punto poco vigilado de las serranías que rodean Madrid. Otros buscaron refugio en las legaciones extranjeras, que llegaron a acoger a varios miles de personas. Otros más se escondieron como pudieron, cambiando de identidad si tenían esa posibilidad. Muchos siguieron viviendo como antes, en la confianza de que no les pasaría nada. La represión que se hizo en Madrid contra los derechistas fue terrible. Fueron asesinadas unas 10.000 personas, tantas como en toda Cataluña.
Varios millares de falangistas, destacados miembros de partidos de derechas, militares supuestamente facciosos y otros «desafectos» estaban encerrados en las cárceles de Madrid, supuestamente bajo el control del Gobierno y a salvo de la venganza de las masas revolucionarias. La mayoría ocupaban las dependencias de la Cárcel Modelo, un enorme edificio que ocupaba el solar donde hoy se levanta la sede del Ejército del Aire, en la Moncloa. La Cárcel Modelo, como su nombre indicaba, había sido construída según los últimos adelantos de la ciencia penitenciaria. Pertenecía a la oleada de cárceles construidas durante la Restauración, singularmente hacia 1890, que sustituyeron a los viejos conventos que habian servido hasta entonces como penales. La Modelo seguía los principios del panóptico. Desde una garita central se podían vigilar todas las celdas, construidas en círculos a su alrededor.
Los detenidos en la Modelo estuvieron a salvo hasta mediados de agosto, cuando las turbas invadieron la cárcel y mataron a cientos. En noviembre la cárcel quedó situada prácticamente en el frente de batalla y fue necesario evacuarla. Al parecer, se hicieron listas de tres categorías de personas: los que debían ser fusilados de inmediato, los que debían ser enviados a la cárcel y los que podían ser puestos en libertad. A estas alturas de la guerra, con los facciosos a dos kilómetros de la Puerta del Sol, el miedo a un levantamiento de la Quinta Columna hacía estragos. Unos 2.000 detenidos fueron cargados en autobuses de la EMT y alejados de la ciudad en dirección a Levante, en distintas expediciones.
Entre el 7 de noviembre y el 3 de diciembre de 1936, noche tras noche con solo algunos intervalos, autobuses de dos pisos de modelo londinense de la empresa municipal de transportes llevaron expediciones de presos desde las cárceles madrileñas de La Modelo, Porlier, San Antón y Ventas a desolados parajes de las riberas del Jarama, en Paracuellos y Alcalá de Henares, a unos 20 km hacia el este de la ciudad. Los presos eran sacados de los autobuses en grupos de veinte y fusilados por grupos equivalentes de ejecutores. No se usaron ametralladoras, a pesar del cuadro famoso que estuvo expuesto en el Museo del Ejército muchos años, que muestra en primer plano, de espaldas al espectador, a un grupo de milicianos de feo aspecto y en segundo plano una multitud de gente de bien cayendo al suelo, ensangrentados y muertos o esperando el disparo final. Los cerros pelados de las terrazas del Jarama cierran la escena.
La masacre de Paracuellos acabó con la vida de más de 2.000 personas y fue organizada cuidadosamente. Se hicieron listas, se sacaron a los presos elegidos de las cárceles, se les metió en autobuses y camiones, seguidos por los coches más pequeños ocupados por los ejecutores y se les llevó a los lugares elegidos para la ejecución, que se hacía de madrugada empleando pistolas y fusiles. Fueron necesarias por lo menos cien personas para llevar a cabo estas ejecuciones masivas, bien distintas de los “paseos” en los que se había matado a tanta gente en Madrid en los meses precedentes. Hubo que rellenar documentos, firmarlos y sellarlos, y lo cierto es que nunca faltaron perpetradores.
Estas dos explosiones de violencia organizada coexistieron con una oleada más lenta de asesinatos políticos, que fueron responsabilidad de muchas unidades policíacas no formales derivadas de diferentes entidades, principalmente la CNT-FAI, el Partido Comunista y el Partido Socialista. Todos establecieron centros de detención e interrogatorio, de los que llegó a haber casi un centenar en Madrid. La estructura de estas checas era territorial, con algunas más importantes abarcando un área más extensa y otras subsidiarias dedicadas a un barrio o entorno urbano concreto. Las patrullas parapoliciales recorrían la ciudad incesantemente, a bordo de grandes coches requisados, para hacer sentir la presencia de las masas revolucionarias. Mientras, el personal de los centros de detención examinaba denuncias y formaba un mapa de la deslealtad local para con la República. Esas personas eran detenidas en sus casas o en la vía pública, conducidas a las checas, interrogadas y en ocasiones liberadas a continuación. Muchos no tenían esa suerte. Eran cargados en los coches requisados y llevados a cualquier descampado, donde les descerrajaban unos cuantos disparos, generalmente en la cabeza. A la mañana siguiente, los funcionarios judiciales, alertados por los vecinos, fotografiaban el cadáver, por lo general espantosamente desfigurado, y le abrían una ficha de identificación. Estas fotografías ilustraron más tarde la Causa General, recopilación de los crímenes rojos realizada por el gobierno franquista a comienzos de los años 40; los cadáveres dejados por los fascistas no fueron fotografiados por lo general. A medida que las tropas facciosas se acercaban a Madrid, los cadáveres dejaron de aparecer en el oeste de la ciudad y se trasladaron a las inmediaciones de la carretera de Valencia[58].
La oleada de crímenes en la zona republicana comenzó titubeante a finales de julio, cobró fuerza en los meses siguientes hasta alcanzar un pico en noviembre, y se extinguió con bastante rapidez en los meses siguientes, hasta que en la primavera de 1937 podía decirse que el Gobierno había tomado ya directamente las riendas de la represión. Esos meses, especialmente los cien días que transcurrieron entre el Alzamiento y la Heroica Defensa de Madrid, fueron llamados más tarde por algunos medios de prensa «la era de Atadell», como los años 30 se llaman en Rusia la yezhovschina, por el infame jefe de la policia política N. I. Yezhov. Así recordaba esta época un editorial de La Voz, el 10 de marzo de 1937: «¡Tiempos de la cena gratis y del vermú gratis, y de la merienda gratis, y de la cama gratis y del amor gratis! ¡Tiempos de las «checas» clandestinas, tiempos de García Atadell, tiempos de la ametralladora para tomar café –para tomar café incautado, ni que decir tiene– tiempos de los patéticos registros que cortaba entre lágrimas una propina deslizada a tiempo!».
Lo cierto es que después de vencidos los facciosos en Madrid el 20 de julio, los depredadores encontraron un medio ambiente perfecto para su proliferación. El más célebre de todos ellos fue Agapito García Atadell, militante socialista que escaló puestos en las milicias de la retaguardia de tal manera que organizó en pocas semanas la unidad parapolicial más importante de Madrid, las Milicias Populares de Investigación, que se hicieron famosas en poco tiempo. Terminaron por tener una especie de sección fija en los periódicos, bajo el epígrafe «La actuación de las Milicias de Atadell». Su dirigente hacía prolijas declaraciones y construía una imagen pública de superpolicía. Estaba especializado en la investigación de gigantescos complots fascistas, siempre en estado inminente de revelación. También realizó la investigación que condujo a la detención de Rosario Queipo de Llano, hermana del general faccioso, con la que se portó caballerosamente (según su versión), e incluso dirigió el rescate de la hija secuestrada de un prohombre republicano. Esta última acción parecía tan estrambótica que provocó la incredulidad de algunos periódicos, prontamente rebatidos por el infatigable equipo de relaciones públicas de Atadell.
A finales de octubre, con las fuerzas africanas muy cerca ya de Madrid, Atadell apareció en varios reportajes ilustrados de la revista Crónica[59] con el aspecto de un businessman norteamericano, un hombrón con traje claro y gruesas gafas de pasta. Atadell y dos de sus socios huyeron días después con varios maletines cargados de dinero y joyas. Consiguieron embarcar en el crucero 25 de Mayo, enviado por el Gobierno argentino para rescatar a sus nacionales y a cualquier otro que tuviera tal necesidad, y desembarcaron a salvo en Marsella.
Atadell fue agarrotado en Sevilla el verano siguiente. Fue atrapado en una escala en Las Palmas del transatlántico que le llevaba a Cuba. Queipo de Llano hizo su panegírico en su siguiente charla radiada: dijo que había muerto como un cristiano. Luis Bonilla Echevarría fue «otra edición de García Atadell[60]» , detenido, juzgado y posteriormente fusilado por el Gobierno republicano. Se le acusó de numerosos asesinatos y robos. En realidad, Bonilla había sido detenido anteriormente varias veces, pero siempre salía exonerado. Es evidente que tenía poderosos contactos políticos.
[58] Javier Cervera Gil. TESIS DOCTORAL: VIOLENCIA POLÍTICA Y ACCIÓN CLANDESTINA: LA RETAGUARDIA DE MADRID EN GUERRA (1936-1939).UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID, FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA, DEPARTAMENTO DE HISTORIA CONTEMPORÁNEA. (1996).
[59] Crónica, 13 de septiembre de 1936 y 4 de octubre de 1936
[60] La Voz, 10 de agosto de 1937
Asuntos: Represión
Tochos: La guerra total en España