El Junkers K-30 comprado por la aviación militar, todavía con la matrícula sueca con la que el avión llegó a España.
Los grandes bombarderos son un indicador del poderío militar de un país, y hacia el final de la dictadura de Primo de Rivera la aeronáutica militar española descubrió que ya no le quedaba ninguno, al haber quedado obsoletos los tres o cuatro Farman Goliath que formaban su fuerza de disuasión estratégica.
Se hicieron planes de equipar al Ejército con bombarderos, y se compró un K-30 (versión militar del avanzado avión de tranporte G 24, a su vez antecesor del Ju-52) fabricado en Suecia, que hizo una exhibición aérea sobre Madrid a su llegada. No se compró ningún bombardero más, y el K-30 pasó a engrosar el parque de ejemplares únicos de la aviación militar.
En aquellos años el Dictador mantenía un pulso para elevar la posición en la jerarquía internacional de España, que se resumía en la exigencia de la entrega de Tánger y en la obtención de un puesto permanente en el Consejo de la Sociedad de Naciones.
No cabe duda que una gran flota de bombarderos habría respaldado la política internacional semiagresiva del Dictador. Tras un amago de retirada de la Sociedad de Naciones y algunas componendas en Tánger, las aguas volvieron a su cauce, y los grandes bombarderos siguieron sin ser necesarios.
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