El bombardeo de Barcelona con chocolatinas

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de Havilland Moth de la fábrica de chocolates Nelia, a finales de 1928. Tras quedar inutilizado por un accidente, fue sustituido en las tareas publicitarias por un Avro Avian.

 

Esta fue una de las primeras –y la más original sin duda– iniciativas de publicidad aérea de la historia de España. Los excéntricos propietarios de la fábrica de chocolates Nelia compraron un de Havilland Moth pintado con paneles publicitarios de su producto. El avión fue cargado con cajitas con chocolates unidas a diminutos paracaídas, y bombardeó las playas de la Barceloneta con toda esta munición. El que las playas estuvieran llenas de gente era un signo de los tiempos. Los fines de semana, los barceloneses inundaban todos los lugares de recreación próximos a la ciudad. Había prosperidad, en parte fruto del torrente de dinero que se vertió sobre la ciudad con motivo de la exposición Universal de 1929, y que había atraído mano de obra de toda España.

El avión que realizó el bombardeo de chocolate era un producto de la avanzada industria aeronáutica británica, la única que contaba en aquellos años junto con la norteamericana y la francesa, mientras que Italia y la Unión Soviética pujaban por acercarse al grupo de cabeza. En 1923, el Daily Mail había patrocinado un concurso de aviones ligeros, que se celebró en el aeródromo de Lympne. El periódico quería impulsar la fabricación de aviones tan baratos, simples y fáciles de manejar que pudieran ser adquiridos por las clases medias británicas.

Después de todo, si un gentleman podía tener una casa de campo y un automóvil de dos plazas, también podía tener un aeroplano. El primer Moth (Polilla) voló por primera vez en febrero de 1925, con el mismo Geoffrey de Havilland en el puesto del piloto. El Ministerio del Aire británico patrocinó inmediatamente la creación de cinco Aeroclubs equipados con Moths. A finales de 1928, la factoría de Havilland producía 16 aparatos por semana y las ventas totales superaban las 400 unidades.

Algunos Moths encontraron su camino hasta España. En este país no existía nada parecido a una numerosa clase media dispuesta a gastarse 500 libras esterlinas en un avión, sin contar los gastos. El total de pilotos privados en todo el país hacia 1930 no debía pasar del medio centenar, localizados en su gran mayoría en los Aeroclubes de Madrid, Barcelona y Sevilla.

 

 

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