La guerra de los diez mil años

A la izquierda, la bucólica portada de Investigación y Ciencia de marzo de 2000. A la derecha, mucho más incisiva, la de Der Spiegel de 20 de marzo de 2000, bajo el titular «Der Krieg der ersten menschen» (La guerra de los primeros humanos).

Hace 40.000 años, Europa estaba poblada por un tipo humano cejijunto y pesadamente constituído, reacio a dejar en el registro arqueológico otra cosa que un puñado de esqueletos en tumbas más que dudosas, montañas de toscas herramientas de piedra y algunas estructuras enigmáticas pero poco aparentes. Diez mil años más tarde, Europa estaba poblada por otro tipo humano distinto, más ligero de constitución, y aficionado a dejar tras de sí elaborados enterramientos, esculturas, pinturas y grabados en las paredes de las cavernas. Éramos nosotros, los modernos, los cromañones. Los otros, los extinguidos, eran los neandertales. ¿Qué pasó entre el dominio neandertal y el triunfo de los humanos modernos? La reconstrucción de los hechos no es concluyente por falta de pistas claras, pero ha alimentado un debate que solo cede en interés e importancia al del destino de los dinosaurios: ¿que pasó con los neandertales? A lo largo del siglo entero de dimes y diretes científicos sobre esta cuestión, se delimitaron con bastante claridad dos corrientes de pensamiento al respecto, que se pueden identificar con las posturas clásicas de halcones y palomas de la alta política. La versión paloma no veía extinción neandertal por ningún sitio, sino más bien una gradual mezcla de poblaciones y culturas que dio como resultado a los europeos actuales. La versión halcón detectaba claras señales del exterminio de una población por la otra.

La teoría de la guerra entre cromañones y neandertales recibió gran impulso tras el descubrimiento del yacimiento de Krapina, en el norte de Croacia, en 1899. Los hallazgos de la cueva de Krapina consistían en centenares de fragmentos de huesos humanos, pertenecientes por lo menos a 75 individuos, en su mayoría quemados, astillados, destrozados, golpeados y esparcidos por el suelo. Según su principal estudioso, una de la eminencias de la época, el Dr. Klaatsch, Krapina era la prueba evidente de la existencia de batallas prehistóricas entre las distintas “razas” que pululaban por Europa decenas de miles de años atrás. Teniendo en cuenta que los restos pertenecían al parecer a neandertales, la cosa parecía evidente: el yacimiento era una colección de huesos de las víctimas, ultimadas sin duda por la raza superior, es decir, los cromañones. El término “batalla de Krapina” llegó a gozar de popularidad durante algunos años, justo los que precedieron al estallido de la Gran Guerra.

Así lo cuenta Herbert Wendt en su superventas “En busca de Adán” (1959) “Los hombres de Aurignac y Cromagnon miraron peyorativamente a su pariente el neandertalés, como 75.000 años más tarde miraron los marineros del capitán Cook a los bosquimanos australianos. Pero sus jefes seguro que no se parecían en el carácter al bondadoso capitán Cook. Enseguida cogieron sus lanzas y boomerangs y se abalanzaron sobre los asustados hombres de las cavernas.” Así que la extinción de los neandertales había sido una versión del exterminio de los tasmanios, pero sin casacas rojas ni fusiles. Es lo que Novicow, en su Crítica del darwinismo social (1914), llamaba “novelas antropológicas”, elucubraciones sobre las guerras incesantes y brutales a las que se dedicaban los hombres prehistóricos.

Según Klaatsch, narra Wendt, un pueblo de cazadores de organización superior había atacado una colonia neandertales en el valle de Krapina y había exterminado a los pobres habitantes de las cuevas. Pero el mismo Hermann Klaatsch, que había escrito que el neandertal vivía como “un animal entre animales” tuvo que rendirse a la evidencia de la arqueología prehistórica, que comenzaba a proporcionar pruebas del humanismo neandertal, y llegó a admitir que era “un ser adaptado a su época… y que indudablemente era capaz de superar en muchas cosas al hombre moderno”, como cuenta Wendt en su segundo superventas sobre este asunto, Del mono al hombre (1976).

La explicación halcón y la explicación paloma han fluctuado en potencia a lo largo del siglo, influenciadas por los acontecimientos políticos imperantes en cada momento. La misma apreciación de la opción halcón ha variado desde la asunción del exterminio neandertal de manera natural y lógica, casi desafiante, a su consideración como una especie de pecado original de nuestra especie, que no hizo sino inaugurar una larga serie de horrores futuros. La opción paloma recibió un duro golpe cuando los genetistas demostraron que no había genes neandertales en la colección de los humanos humanos, ergo no había podido ocurrir una armoniosa disolución de una población en otra. Luego se demostró que sí había existido un limitado intercambio de material genético, y que los humanos actuales tenemos aproximadamente un 2% de genes neandertales.

Además, algunos científicos cautos y armados de ordenadores han tomado cartas en el asunto, al caer en la cuenta que un intervalo vital de 500 generaciones, 10.000 años, da para muchas opciones además de la coexistencia pacífica y la guerra. Esta línea de investigación proporciona artículos repletos de ecuaciones que demuestran cómo una población reducida de humanos anatómicamente modernos (es la denominación oficial, HAM) pudo sustituir paulatinamente a una población autóctona mayor de neandertales, suponiendo alguna ventaja decisiva de la población invasora.

La versión paloma de la extinción neandertal recurre ahora a la existencia de un período de cambio climático muy rápido y fluctuante, que diezmó las ralas poblaciones de neandertales al provocar condiciones a las que su cultura no podía enfrentarse, por ejemplo al sustituir los bosques por praderas abiertas en las que la caza se hacía mucho más difícil. Esta teoría se usa como complemento, pues parece indudable que hubo coexistencia entre modernos y neanders, y que los primeros avanzaron mientras que los segundos retrocedieron. Por lo que el debate se pone en términos de cuál era la ventaja decisiva de los HAM: ¿eran más listos, simplemente? ¿vivían vidas más largas, lo que les permitía aprender mejor de la experiencia social? ¿Se trataba del lenguaje? Desde luego, a diferencia del exterminio tasmanio, no había fusiles por un lado y hachas de piedra por otro.

Los humanos modernos, al menos en Europa, no dieron señales de superioridad tecnológica hasta después de haber pasado por aquellos diez mil años misteriosos en que, al parecer, compartieron el paisaje con los neandertales. No se observa nada parecido a un pueblo realmente listo, pintor y hábil tallador de finas hojas de piedra, avanzando hacia otro carente de tales habilidades. En realidad se sospecha que el gran salto adelante de los cromañones, que les llevó por ejemplo a ser capaces de pintar imágenes realistas de los animales que les rodeaban, tuvo lugar precisamente cuando se pusieron en contacto con otra comunidad de seres muy parecidos a ellos mismos, pero distintos en algo importante que todavía hoy se nos escapa. La necesidad de diferenciarse provocaría un efecto multiplicador de las artes e industrias de los cromañones. Es algo así como cuando alguien dice “Hay que ver lo brutos que son” aludiendo a los vecinos del tercero derecha, y de paso toma conciencia de su propia agudeza mental.

¿No existió algo parecido a un legado neandertal explícito? ¿No tenían nada que aprender los gráciles de los robustos? La posible extinción de los neandertales es muy incómoda de pensar porque, a diferencia de otras variedades humanas extintas que nos precedieron, y de las cuales conservamos rasgos útiles e interesantes, los neandertales eran una parahumanidad, no una prehumanidad, y persiste la sospecha de que ellos poseían determinadas habilidades de las que su extinción ha privado a nuestra (sub)especie. Según John Darnton, en su best-seller Neanderthal (1996) la telepatía era una de ellas. Durante algunos meses pareció que Spielberg iba a hacer un peliculón con este material, pero el proyecto no siguió adelante.

Klaatsch hace un siglo, con su creciente estima de las habilidades neandertales, está siendo superado actualmente por un diluvio de estudios que están demostrando que esta parahumanidad no se privaba de nada, ni siquiera del arte. “Arte neandertal” fue un oxímoron clásico durante muchos años, pero trabajos como los de Alastair Pike parece que están demostrando, gracias a nuevas técnicas de datación que han hecho retroceder la fecha de ejecución de las pinturas varios milenios, que imágenes ya conocidas de cuevas del Cantábrico, como una especie de escalera en La Pasiega y las famosas manos de las cuevas del monte Castillo, podrían haber sido hechas por neandertales, y no por humanos modernos. Cada vez se hallan más rastros de abalorios y adornos corporales diversos made in Neandertalia, y la última cultura neandertal conocida, llamada chatelperroniense (Francia sigue teniendo la sartén por el mango en materia de nomenclatura prehistórica) parece indiscutiblemente indígena, y tan eficaz y capaz de producir finas herramientas como la auriñaciense de los invasores.

Los años iniciales del siglo XXI, breados con incesantes admoniciones sobre la necesidad de recuperar el equilibrio perdido entre cultura y naturaleza, no hacen sino echar más leña al fuego. Poco a poco se infiltra la sospecha de que los humanos anatómicamente modernos o HAM, es decir, nosotros, somos una variedad humana parásita, caracterizada por su afán de rapiña y por su incapacidad de vivir en paz con el planeta. No obstante, los neandertales serían todo lo contrario; sabios y reposados cazadores y recolectores, que mantuvieron un estilo de vida sostenible y de muy baja huella ecológica durante 100.000 años. Como dice Duilio Garofoli en su tesis acerca de las habilidades neandertales (1), “Desde que llegaron al registro arqueológico, los restos dejados por los neandertales no satisfacen las expectativas de investigadores educados en un contexto de país occidental industrializado”.

En realidad, el parasitismo de los cromañones, aplicado directamente sobre los neandertales, puede ser una buena explicación de la extinción de éstos. Un grupo recién llegado a un territorio, suponiendo que su modo de vida sea la caza y recolección, que es un oficio muy estrechamente ligado al conocimiento del territorio –los australianos muestran hasta qué punto es intenso e implicador este conocimiento– debe encontrarse en desventaja si penetra en tierras desconocidas con respecto a otro grupo humano que las lleva ocupando incontables generaciones. ¿Dónde suelen abrevar los bisontes por aquí? ¿Le importaría decirme la época de migración de los ciervos? Lo que podría haber ocurrido es que los cromañones parasitaron a los neandertales, y les arrebataron sus presas siempre que pudieron. Se emplearon a fondo con el engaño, la sorpresa y la distracción, que un pueblo recto y puro como el neandertal no podía ni sabía controlar. Es posible que la fenomenal capacidad fonética de los cromañones tuviera un papel muy importante en el proceso. A quien le parezca disparatada esta teoría, se le sugiere la lectura de la literatura sobre el asunto creada en los últimos 100 años.

(1) Since their emergence within the palaeoanthropological record, Neanderthal remains did not fit with the expectations of scholars educated in a Western-country industrial context. Duilio Garofoli: Neanderthal cognitive equivalence: epistemological problems and a critical analysis from radical embodiment, Tübingen, 2015.

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