Los primos braquicéfalos

Izquierda: Labradora de la provincia de Betanzos. Coleccion de trajes de España, tanto antiguos como modernos, por D. Juan de la Cruz Cano y Holmedilla. Tomo primero – 1777-1784. Derecha: Paysanne des Asturies Gaignières, Roger de (1642-1715) (Collectionneur)  Gallica

 

40. Asturias y Galicia

 

Sorprendentemente, hay un cierto mosqueo ancestral entre asturianos y gallegos. Además del efecto vecindario (que hace por ejemplo que sorianos y burgaleses se miren de reojo) debe haber algo más. Ese algo más arranca del famoso refrán “Gallegos y asturianos, primos hermanos”, que resulta medianamente ofensivo para ambas antiguas comunidades humanas. Según Bergua (que escribe en 1934), los gallegos serían equivalentes a los asturianos pero “más dulces, más amables y más sufridos”. Menudo panorama. Alfonso Moreno Espinosa da más detalles sobre las razas gallega y asturiana en su Manual Escolar de 1919: “La raza gallega, de origen céltico, es tan robusta como prolífica”. La gente de Galicia se dedica a trabajar y a reproducirse. Emilia Pardo Bazán insiste en el asunto: el gallego medio no rehusa “la fatiga ni el deber del hombre de bien, el acrecentamiento de la especie, llenando el hogar de hijos y trayéndoles, empapado en sudor, el pan diario”. Moreno Espinosa sigue su descripción: “los vigorosos hijos del Miño se aplican a los trabajos más rudos y ejercen las más humildes profesiones… son de carácter dulce y de patriarcales costumbres”. Mientras que los asturianos tiene fama de pendencieros: “… son los antiguos y belicosos astures, de quienes conservan el valor indómito, la probidad de carácter, la sencillez de costumbres”. En realidad, según reputados antropólogos, era costumbre tanto en Galicia como en Asturias terminar las romerías con peleas de mozos a estacazos y pedradas, en el límite de sus respectivos concellos y parroquias.
José Terrero habla en su Geografía de España del único territorio “braquicéfalo de modo patente”, que es el formado por las provincias de Lugo y Oviedo. Esta información no tiene mucho interés a comienzos del siglo XXI, pero a comienzos del siglo XX podía tener profundas consecuencias. Federico Olóriz había medido en 1894 más de 3.000 cabezas de varones adultos de toda España. Llevando sus datos a un mapa se pudo ver una raza dolicocéfala (es decir, con cráneo largo en forma de melón) repartida por el litoral mediterráneo y otra completamente distinta braquicéfala (con cráneo corto en forma de sandía) en el litoral del noroeste, por ejemplo los asturgalaicos. Los cabeza de melón eran los mediterráneos bajitos y morenos y los cabeza de sandía eran los alpinos (Homo alpinus) más altos y rubios. De lo que había en medio no se podía decir nada concluyente. En 1906, Constancio Bernaldo de Quirós se metió de lleno en los big data disponibles para escribir su Criminología de los delitos de sangre en España y demostró que el promedio de delitos cruentos por 100.000 habitantes en las provincias braquicéfalas era de 5,69, y en las dolicocéfalas de 7,78 ¡una diferencia del 27%!. La frontera entre la España violenta y morena y la más pacífica y rubia (es decir, entre Europa y África) era, según Enrico Ferri, un discípulo de Lombroso, una línea entre Lisboa y Barcelona.
El clima se unía a la raza para explicar la diferencia: el ambiente “húmedo y sedante” del norte era poco propicio al crimen, mientras que el clima seco y ardiente del sur lo estimulaba, con gran contento de los fabricantes de navajas de Albacete, cuyas hojas llevaban a veces grabada la leyenda “Que Alá me permita matar a mis enemigos”, en árabe, según descubrió el gran erudito Pascual de Gayangos (lo cuenta Richard Ford, en su Manual para viajeros por España y lectores en casa). El diseño se había conservado siglo tras siglo mucho después de que se olvidara su significado.
Hay un motivo de fricción entre Oviedo y Santiago de Compostela, de carácter religioso. Se resume en esta cuarteta:

Quien fue a Santiago
y no vio el Salvador
visitó al criado
y no vio al señor.

Se refiere a la imagen medieval de Jesucristo que se puede ver en la catedral de San Salvador en Oviedo, a cuatro minutos andando de la plaza del Fontán.

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