Hostigamiento aéreo en El Salvador

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Un Dragonfly de la FA Salvadoreña a mediados de la década de 1980.

 

En 1982 la Fuerza Aérea Salvadoreña comenzó un programa de bombardeo de los pueblos ocupados por el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en Chalatenango y Monte Guazapa. Se trataba de “pequeños ataques de hostigamiento en los cuales los aviones bombardeaban y ametrallaban regularmente las áreas rebeldes de un modo inconexo” El Ejército salvadoreño era incapaz de ocupar las zonas dominadas por la guerrilla, de manera que el “hostigamiento aéreo” era la única opción disponible para mantener la presencia del estado en todo el país. El coronel Ochoa, comandante del distrito de Chalatenango, declaró una docena de zonas de fuego libre libre en su distrito, dentro de las cuales cualquier cosa que se moviera sería atacada desde el aire. Los civiles que vivían en las zonas de fuego libre se adaptaron con rapidez a su papel de blancos del ataque aéreo: “Cavaron refugios de bombardeo, aprendieron a camuflar sus hogares, y se protegían tan pronto como un helicóptero, un A-37 o un avión de reconocimiento O-2 eran divisados”.

El avión más importente utilizado en este programa, que duró hasta 1986, era el Cessna Dragonfly A-37, que había comenzado a ser suministrado en cierta cantidad a la Fuerza Aérea salvadoreña, como parte de un programa masivo de ayuda militar estadounidense que duró 12 años y gastó mil millones de dólares (una cuarta parte fue invertida en los medios aéreos). Construir una fuerza aérea de contrainsurgencia en un país pobre y pequeño como El Salvador costó grandes esfuerzos a los Estados Unidos, no por el suministro de aviones y equipo, sino por la necesidad de entrenar pilotos y mecánicos en cantidad suficiente, y asegurar un mantenimiento correcto. El gobierno de El Salvador veía a su Fuerza Aérea como una especie de póliza de seguros: podía no ganar la guerra al FMLN –efectivamente no lo hizo– pero evitaría que se perdiera. En caso extremo, podía ser utilizada de manera contundente contra la propia capital del país, cuyos barrios populares fueron bombardeados durante la gran ofensiva del Frente de noviembre de 1989 que ocupó parte de San Salvador. La guerra causó en total unos 100.000 muertos, en su inmensa mayoría civiles desarmados; las pérdidas mayores estuvieron en el lado habitual. No se sabe cuantas de estas víctimas fueron causadas por los bombardeos aéreos.
 
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