Un Boeing B-52 del SAC (Mando Aéreo Estratégico) a mediados de la década de 1950, uno de los primeros en entrar en servicio.
«Una voz, grabada en cinta magnetofónica, sonaba por la radio, mientras la bomba caía silenciosamente desde su nido del B-52. La voz contaba mecánicamente los diez segundos que precedieron a la explosión. Precisamente al oírse el cero, pareció como si un nuevo sol hubiera estallado en los cielos. La luz ultraterrena pareció llenar el espacio, haciendo que los cristales obscuros, que llevábamos ante los ojos, pareciesen claros y diáfanos, y convirtiendo las negras aguas del Pacífico en una masa de plata pulida»(1).
Así describió Joseph L. Myler, de United Press, el lanzamiento de la primera bomba termonuclear desde un avión, al amanecer del 20 de mayo de 1956. La mayoría de los ensayos de bombas nucleares «de nueva generación» que arrasaron el atolón de Eniwetok en 1956 se hicieron desde dispositivos fijos en tierra o en barcos, pero la fuerza aérea deseaba enviar una advertencia directa a la Unión Soviética lanzando una bomba que hacía que la de Hiroshima pareciera pequeña desde su más moderno avión de bombardeo, que había entrado en servicio solo diez meses atrás.
(1) La Vanguardia, 23 de mayo de 1956
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