El avión que no pudo defender la democracia en Guatemala

 

Un Boeing P-26 de la Fuerza Aérea Guatemalteca en 1954.

 

El golpe de estado exterior que derribó el gobierno de Jacobo Arbenz en junio de 1954 fue simbolizado por el enfrentamiento de dos aeroplanos, el Republic P-47 Thunderbolt (tronada) y el Boeing P-26 Peashooter (cerbatana). Ya la diferencia de los nombres da una pista de sus grandes diferencias, aunque ambos aviones llevaron la P de Pursuit en la aviación militar estadounidense. El Cerbatana había volado por primera vez en 1932 y fue una especie de arqueópterix de los aviones de guerra desde el principio. El Cuerpo Aéreo del Ejército de los Estados Unidos no se atrevía a volar su primer avión moderno y compacto de verdad y obligó al constructor a retener características arcaicas, como los dientes y garras del protopájaro jurásico. Así el P-26 era metálico y monoplano, pero tenía tren de aterrizaje fijo, algunos gruesos cables para sujetar las alas y la cabina abierta, a pesar de que Boeing sabía perfectamente como fabricar aviones con tren retráctil, alas autoportantes y cabinas cerradas. Voló por primera vez en 1932 y equipó sin mucho entusiasmo algunos escuadrones. Para 1938 ya estaba siendo enviado a las colonias, dejando sitio en la metrópoli para los aviones modernos de verdad. Así terminó el Cerbatana en Hawaii, Filipinas y la zona del Canal de Panamá.

La carrera de dictador del general Jorge Ubico comenzó más o menos al mismo tiempo que la del P-26, en 1931. Ubico estableció un régimen fascista que bebía directamente de las fuentes italianas y nazis de la época, pero en 1941 volvió la espalda a sus mentores y declaró la guerra sucesivamente a Japón y a Alemania. Los P-26 volaban en Guatemala como parte de la fuerza aérea norteamericana que protegía Centroamérica de cualquier amenaza nazi y de hecho algunos estaban estacionados en la misma Ciudad de Guatemala.

Siendo Guatemala una semicolonia era lógico que el P-26 terminase allí. Parece ser que el ejército vio una oportunidad de remozar su pobremente equipado Cuerpo de Aviación, que contaba con una colección heterogénea de aviones obsoletos, con un modelo que, si bien era tecnología de la primera mitad de los años 30, tenía un aspecto adecuadamente militar y agresivo. La prohibición legal de vender aviones de guerra a Latinoamérica se salvó rebautizando a los aviones como PT-26, Primary Trainer nº 26. Los aviones (una media docena) fueron entregados en 1943, en los meses de la batalla de Kursk. Por entonces la dictadura de Ubico daba sus últimos compases. El país era el más pobre de América después de Haití. Una élite muy reducida poseía la gran mayoría de la tierra, con sus intereses perfectamente imbricados con los de La Frutera (United Fruit Co.), gran poder fáctico en Guatemala.

Entre 1944 y 1954 Guatemala vivió una experiencia inédita en su historia, cuando una revolución terminó la dictadura de Ubico y colocó en su lugar una serie de gobiernos reformistas elegidos en las urnas que culminó en el mandato de Jacobo Arbenz Guzmán (1951-1954). En 1947 el Cuerpo de Aviación Militar fue rebautizado Fuerza Aérea Guatemalteca (FAG), pero ese fue el cambio fundamental: la colección de aviones era más o menos la misma, y los únicos aviones de guerra seguían siendo los Peashooter, reducidos pronto a tres ejemplares mantenidos en funcionamiento por un grupo de oficiales nostálgicos. La FAG necesitaba equipo moderno, pero el gobierno estadounidense abortó todas las tentativas de compra de aviones en el extranjero. Lejos de dotar a la FAG con el kit habitual para Latinoamérica de la época (que incluía Thunderbolts y Mustangs como aviones de guerra), el gobierno de los Estados Unidos consideró a Guatemala como un ejemplo peligroso, con un régimen político que hacía cosas que no debían hacerse.

El gobierno de Jacobo Arbenz, siguiendo la idea general de la revolución de 1944, se había impuesto la tarea de elevar el país por encima de la posición de neocolonia, lo que implicaba chocar contra los terratenientes y contra la United Fruit. En esencia el plan consistía en repartir las inmensas posesiones de estos dos grandes poderes guatemaltecos entre los centenares de miles de campesinos sin tierras, jornaleros que trabajaban casi por nada y que, bajo el régimen de Ubico, estaban obligados a hacerlo, en términos parecidos a la corvea colonial. La idea central estaba acompañada por grandes programas de obras públicas, carreteras, hospitales, escuelas, y todo el equipo del estado moderno. Prueba de la extraordinaria moderación del gobierno de Arbenz es que las tierras en reserva de la United Fruit no fueron expropiadas, sino tasadas de acuerdo con la propia valoración de la compañía, que naturalmente rechazó indignada el precio ofrecido.

La compañía había iniciado un programa de beneficios sociales para sus empleados de tipo paternalista y en general comprendía que ya no podía actuar como tres décadas atrás, en los tiempos de las Banana Wars. En un mundo mejor, Guatemala podría haberse convertido en un mejor país para vivir, una especie de Costa Rica de mayor tamaño. Pero entonces todo el asunto cayó en la sartén de la guerra fría. El experimento guatemalteco molestaba de gran manera a los países vecinos, casi todos ellos dictaduras de terratenientes sin ninguna intención de emprender ni la reforma agraria ni ninguna reforma de ninguna clase. Aprovechando que había un pequeño partido comunista en Guatemala con representación parlamentaria, las fake news comenzaron a rodar. Paulatinamente el reformismo de Arbenz se transformó en un peligroso foco de infección comunista en Centroamérica. La revista Life investigó el asunto en un reportaje publicado en octubre de 1953. Titulado “The red outpost in Central America – Guatemala’s Communists thrive under fellow-traveler government”, el extenso reportaje termina con una foto impresionante –marca de la casa– que muestra a dos campesinos descalzos bebiendo champagne en copas Pompadour, en una ceremonia para celebrar sus logros académicos. Life, un formidable poder mediático en su época, no vio nada exageradamente preocupante en Guatemala. Pero el reportaje comienza con estas palabras: “In Guatemala, only two hours bombing time from the Panama Canal…”. Eso lo decidió todo.

En mayo de 1954, tras una accidentada travesía, llegó a Puerto Barrios el barco de bandera sueca Alfhem, cargado con armas ligeras. El gobierno de Guatemala, ante el bloqueo armamentístico de los Estados Unidos, había cometido el error de comprar una gran partida de armas en Checoslovaquia. Nasser de Egipto hizo lo mismo en las mismas fechas, provocando la invasión de su país por las fuerzas combinadas de los imperios británico y francés en octubre de 1956. El pedido egipcio incluía MiG-15, no así el guatemalteco, que era mucho más modesto. Pero el Departamento de Estado norteamericano pulsó el botón de alarma y el operativo de la CIA –deseosa de repetir su éxito en Irán un año antes, cuando acabó con el gobierno de Mossadeq, que había nacionalizado la petrolera Anglo-Iranian– se puso en marcha.

Los elementos del golpe de estado se reunieron con rapidez. El embajador de los Estados Unidos John Peurifoy ya llevaba meses en Ciudad de Guatemala, y quería repetir el trabajo anticomunista que había realizado en su cargo anterior de embajador en Grecia, recién terminada la guerra civil. El opositor coronel Carlos Castillo Armas fue activado, equipado y pertrechado con algunos cientos de hombres a modo de Ejército de Liberación, que debían penetrar en Guatemala desde Honduras. La fuerza invasora fue dotada de una aviación bastante importante, desde luego mucho más potente que la FAG, consistente en unos cuantos P-47 Thunderbolt y otros modelos de cuando la segunda guerra mundial.

El papel de los P-47 fue muy importante. Las fuerzas de tierra de Castillo Armas no eran rival para el ejército de Guatemala –realmente el golpe no habría triunfado si unos cuantos generales no hubieran sido sobornados o convencidos por el hábil embajador Peurifoy. Pero en el aire era otra cosa. Los Thunderbolt comenzaron a sobrevolar las ciudades de Guatemala, principalmente la capital, soltando octavillas conminando a la rendición y también ametrallando y bombardeando instalaciones militares y centros de poder. Cuando las bombas volaron un depósito de municiones en Ciudad de Guatemala, la explosión sacudió la ciudad entera. La situación en tierra no estaba clara, pero en el aire no ofrecía dudas: el enemigo era omnipotente, y eso gracias a un puñado de cazabombarderos ya obsoletos.

La FAG intentó reaccionar como pudo. Se montaron patrullas aéreas con los entrenadores Texan armados, y además se desempolvaron los únicos aviones de guerra del país, los P-26 Peashooter, ya reducidos a dos ejemplares, y se los envió a volar sobre Ciudad de Guatemala a gran altura, con la esperanza de que pudieran picar sobre algún Thunderbolt pillado por sorpresa y ametrallarlo. Increíblemente, algunas patrullas de este tipo se realizaron, pero los aviones enemigos cambiaron sus rutas y tiempos de acceso a la capital, la guerra terminó en doce días y nunca llegó a darse un combate aéreo entre Cerbatanas y Tronadas. El P-47 pesaba seis veces más que el P-25, era casi el doble de rápido y podía llevar diez veces más armamento.

Arbenz dejó el país agobiado por la presión –una decisión que lamentó toda su vida– y tras alguna negociación entre generales Carlos Castillo Armas entró triunfante en Ciudad de Guatemala. Sobre su cabeza voló uno de los Thunderbolts de la fuerza invasora y tras él los dos Peashooters, formando su escolta como dos moscas avergonzadas. La reforma agraria y otras fueron paradas en seco. Castillo Armas fue asesinado en 1957. En 1960 comenzó una cruenta guerra civil que duró hasta 1990 y que provocó cerca de 200.000 víctimas, la inmensa mayoría campesinos, una proporción similar a las pérdidas humanas de Polonia en la segunda guerra mundial. La FAG participó activamente en la guerra, ametrallando y bombardeando poblados insurgentes y columnas guerrilleras. Nunca se sabrá qué habría pasado si en 1954 la fuerza aérea del gobierno reformista hubiera podido detener a los aviones al servicio del golpe de estado.

 

Para más información:

The Guatemalan Peashooters

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Un comentario en «El avión que no pudo defender la democracia en Guatemala»

  1. Muy buen artículo! Felicitaciones al editor. Lamentablemente para nuestro país, esa artera zancadilla que nos metieron los gringos, a mas de 65 años, aún manifiesta sus graves consecuencias, con los bajos índices de desarrollo humano que actualmente mostramos como país, con unos de los índicadores mas bajos de América Latina en salud, educación y cultura… Mis padres, fallecidos hace tiempo, cuando me relataban sus jóvenes vivencias durante esa «abortada primavera», me contaban que la población capitalina (con esa jocosa chapinería que nos caracteriza) cuando por el horizonte se empezaba a escuchar el ronroneo de los potentes motores de los P-47, gritaban a los cuatro vientos: allí vienen los SULFATOS!! en relación directa al tremendo efecto que causaba en la población, tan conocido laxante…

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