El desfiladero que pasó de pintoresco a intolerable

Puente del Cabriel en la carretera de las Cabrillas (1867). Biblioteca Digital Hispánica.

Cuando la gente se emborracha en Madrid y le entran ganas de ver amanecer en el mar, no pone rumbo a San Sebastián o a Zahara de los Atunes, sino que enfila la carretera de Valencia. Esta frecuentadísima ruta dio lugar a la famosa ruta del bacalao, uno de los grandes ejes vertebradores de la península Ibérica. Son famosos los atascos de tráfico en los más profundo de la serranía de Cuenca, en la idas y venidas de los madrileños a la Playa del Postiguet en Alicante, un lugar que los alicantinos evitan con horror.

La gran ruta Tarancón – Valencia se había recorrido desde tiempos inmemoriales como camino principal entre Castilla y Levante. Después de diversos avatares como camino carretero fue elevado durante la dictadura de Primo de Rivera a la categoría superior de las carreteras, el Circuito Nacional de Firmes Especiales. Según la guía Michelin de 1936 la ruta era “sinuosa y ondulada, bastante rápida, salvo el paso del río Cabriel, pintoresco y muy sinuoso”. Así que salimos de Tarancón entre trigales ondulados, dejamos atrás Saelices y Olivares, llegamos a Motilla del Palancar entre tierras rojas con viñas y olivos y nos damos de bruces con Minglanilla, la Puerta de Castilla y Levante. Allí están las Cuestas de Contreras, una impresionante bajada en zigzag en el fondo del estrecho desfiladero del río Cabriel. Pasado este tramo, “muy pintoresco”, no hay más que atravesar Utiel, Requena y Chiva para llegar a Valencia capital.

La guía Michelin de 1911 habla de una bajada muy sinuosa y una subida “penosa”, pero sin darle demasiada importancia, y en realidad presta más atención, por ejemplo, a unos badenes “muy peligrosos” a la entrada de Cervera, y se ve obligada a detallar tramo a tramo el estado de la carretera, o más bien del camino, porque no estaba asfaltado, aunque sí “bien afirmado” en algunos tramos y en otros no, como entre Caudete y Utiel, “bastante buen camino, ligeramente ondulado y con mucho polvo”. De manera que en una ruta tan accidentada como la de 1911 las Hoces del Cabriel apenas destacaban, pero ya en 1936 destacaban nítidamente como un obstáculo a la velocidad.

En la década de 1990 se consideró intolerable el obstáculo, y se buscaron soluciones para hacer que la carretera nacional tres, N-III, atravesara el río Cabriel de manera olímpica, sin zig-zags ni curvas. Se podía ensanchar y ampliar la carretera ya existente o se podía abrir una nueva ruta más al sur. Pero al sur había una cosa que existía desde hacía milenios pero que se descubrió en España hacia 1970 –gracias en parte no despreciable al trabajo de Félix Rodríguez de la Fuente: un espléndido paraje natural, una ventana al mundo como debería ser y no como es, el actual Parque Natural de las Hoces del Cabriel. Siguieron forcejeos políticos entre los ayuntamientos de la zona, los gobiernos de Valencia y Toledo y Madrid, pero esta vez la naturaleza ganó, y no se hizo una gran carretera en estos extraordinarios paisajes. Posteriormente se desdobló la N-III para hacer la Autovía del Este, pero dio lo mismo, los atascos continúan cuando la riada de madrileños se pone en marcha hacia Levante a través de Castilla-La Mancha.

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