Kursk, la última batalla de la edad media

 

El verano de 1943 fue el quinto de la guerra, si se cuentan las primeras semanas de septiembre de 1939, cuando la invasión de Polonia. A los generales alemanes en el frente del este les gustaba mucho el verano: las carreteras y caminos se secaban, los cursos de agua caudalosos se convertían en riachuelos fácilmente vadeables y hasta algunas marismas se podían recorrer a pie enjuto. Los obstáculos al libre movimiento del ejército desaparecían (1). Por el lado malo estaba la proliferación de la vegetación por el calor tras las lluvias de primavera, que el enemigo y especialmente los partisanos utilizaban para esconderse, el polvo que se levantaba de los caminos, que podía fácilmente detener a los vehículos atascando los filtros de aire, y la disponibilidad de agua potable para la tropa, que necesitaba mucha entre otras razones porque el uniforme reglamentario, de grueso paño de lana de color gris verdoso (feldgrau), hacía sudar la gota gorda a los soldados.

El general von Manstein, por entonces a cargo del Grupo de Ejércitos Sur en el frente del este, tenía 55 años y la consideración de Gran Estratega del Reich, reputación obtenida al diseñar el movimiento de guadaña que derrotó a franceses y británicos en Francia en 1940 y reforzada pocos meses antes, en su hábil maniobra de febrero y marzo que permitió la reconquista de Járkov y salvar los muebles del ejército alemán tras la debacle de Stalingrado. Era un hombre de apariencia sensata, al que siempre fotografiaban tocado con un gorro de cuartel y con su larga nariz sumergida en un mapa de operaciones, muy lejos de la pose heroica habitual de generales prima donna como Guderian o Rommel.

Aquel verano de 1943 el general (oficialmente era mariscal de campo, generalfeldmarschall) tenía un gran problema por delante. Puesto que mandaba el grupo de ejércitos del Sur, le tocaba a él dirigir el ataque sur al saliente de Kursk. Manstein mismo había contribuido a la creación de esta molesta protuberancia del frente al empujar a los soviéticos hacia el este en Járkov en febrero, y había tenido algunas ideas sobre qué hacer a continuación. Su plan inicial, puesto por escrito ya el 13 de marzo de 1943, era explotar la victoria de Jarkov con un rápido movimiento hacia el norte en dirección a Kursk, sin dar tiempo a que los soviéticos establecieran ninguna defensa sólida, secundado por otra desde el norte llevado a cabo por el Grupo de Ejércitos Centro. La maniobra de tenazas habría eliminado el saliente y copado gran cantidad de efectivos del Ejército Rojo, restableciendo así el equilibrio general del frente del Este roto tras Stalingrado.

Después, el general planeaba una enorme maniobra de guadaña o puerta giratoria hacia el sur, parecida a la que funcionó tan bien en el norte de Francia, para derrotar a un puñado de ejércitos soviéticos todavía mayor entre Kiev y las costas del mar Negro. Esta grandiosa perspectiva no se pudo poner en práctica. El agotamiento de los soldados y otras consideraciones pospusieron la ofensiva. Por fin, el 15 de abril Hitler firmó la orden de ataque. En la primavera de 1943, el alto mando alemán había decidido que su tradicional ofensiva de verano sería un ataque directo al saliente de Kursk.

El estado mayor alemán había diseñado un ataque en pinza por los arranques norte y sur del saliente. Tras recorrer unos 100 km cada una, las dos puntas de lanza atacantes se encontrarían en algún punto no muy lejos de la ciudad de Kursk, dejando encerrados en una gran bolsa a cuantiosos ejércitos soviéticos. La operación eliminaría el molesto saliente y proporcionaría una excelente plataforma al ejército alemán para posteriores operaciones en Rusia.

El ataque no pudo ser en abril ni en mayo, la primera fecha en firme prevista. Hubo que dejar pasar junio, entre otras razones, para dar tiempo a que salieran de fábrica los nuevos supertanques alemanes Panther. Por fin se fijó la fecha definitiva: el 5 de julio de 1943. A estas alturas la información militar del Ejército Rojo estaba al cabo de la calle de las intenciones alemanas. Sabían perfectamente dónde y cuándo iban a atacar.

Desde abril a julio, la Wehrmacht (aunque suene raro en una organización tan belicosa, significa simplemente “Fuerza de Defensa”) y el RKKA (Raboche-krestiánskaya Krásnaya armiya, Ejército Rojo de Obreros y Campesinos) reunieron fuerzas, siempre con la mirada puesta en Kursk. El Ejército Rojo puso en práctica una masiva operación de engaño que incluyó la construcción de varios aeródromos simulados con aviones de pega, así como la fabricación de cientos de tanques simulados. Las medidas de decepción alemanas fueron de poca entidad y mal coordinadas. La más importante consistió en enviar a Manstein a Bucarest, para imponer una condecoración en el pecho de Antonescu, el dictador rumano, y hacerlo regresar de tapadillo al frente (2). Pero ni las añagazas soviéticas ni la alemanas iban a conseguir sorpresa de ninguna clase. El Ejército Rojo sabía incluso el día, la hora y el lugar del ataque, gracias en parte a las descifradoras de los códigos alemanes que trabajaban en Bletchley Park, el gran centro de criptografía británico.

Los alemanes sabían que los soviéticos sabían dónde y cómo iban a atacar, y que llevaban tres meses preparándose intensivamente mediante la construcción de varias líneas de defensa sucesivas y la colocación al este, por si acaso, de un grupo de ejércitos completo. Subestimaron la cantidad de fuerzas oponentes, pero en ningún momento dudaron de que les estarían esperando. No habría sorpresa de ninguna clase, como la que causó el cruce de las Ardenas en mayo de 1940 o el ataque a la Unión Soviética en junio de 1941. Tampoco se diseñó ninguna maniobra estratégica de gran estilo como la que arrinconó a británicos y franceses en Dunkerque o las que embolsaban ejércitos soviéticos enteros en el verano de 1941. Iba a ser un ataque frontal contra la posición más densamente defendida del mundo.

El llamado saliente de Kursk tenía la forma de una muela saliendo de una encía y tenía unos 200 km de alto por 150 de ancho, un tamaño algo mayor que la provincia de Badajoz. Era un paisaje agradable de suaves ondulaciones de hierba y campos de labor salpicados de bosquecillos y aldeas, parecido a las planicies del sur de Ohio o del centro de Inglaterra (3). Colinas, aldeas y bosquecillos albergaban ahora agrupaciones de cañones antiaéreos y antitanques, unidades de blindados y divisiones enteras de infantería, flanqueadas por vastos campos de minas. El conjunto parecía una enorme trampa para lobos, una estructura diseñada para hacer entrar a las divisiones blindadas alemanas en campos de tiro donde pudiesen ser aniquiladas.

El dispositivo soviético de defensa era enorme y muy denso. Las minas antitanque se sembraron con prodigalidad, y los cañones se disponían en algunos sectores a pocos metros unos de otros. El ejército rojo también disponía de varios millares de tanques, principalmente del modelo de tonelaje medio T-34, superior a todos los modelos alemanes excepto el Tiger y el Panther, y también carros pesados KV-1 y destructores de tanques, cañones autopropulsados de grueso calibre. Más de un millón de soldados ocupaban la densa red de líneas de defensa, esperando el ataque alemán.

Atacar frontalmente semejante dispositivo era un plan completamente anti-Clausewitz e incluso anti-Sun Tzu, y a Manstein, que se consideraba el legítimo sucesor de la estirpe de grandes generales alemanes de Estado Mayor como Schlieffen o Moltke el viejo, se lo llevaban los demonios. Todavía hoy, los historiadores se preguntan por la razón de semejante decisión del alto mando alemán. El ataque frontal a una posición fortificada anulaba la principal ventaja de la Wehrmacht, su capacidad para mover con rapidez sus efectivos en amplias maniobras que desconcertaban al enemigo. Por ejemplo, el golpe de guadaña hacia las costas del mar Negro que planeaba el general.

En realidad, Alemania no tenía por qué lanzar ninguna ofensiva ese verano, podía limitarse a esperar la arremetida soviética y a continuación torearla al estilo Manstein. Esa opinión estaba bastante extendida entre un sector del alto mando de las fuerzas armadas (OKW). La decisión de hacer la tradicional ofensiva de verano también sonaba razonable, la quinta en la guerra y la tercera en la Unión Soviética. No había ya fuerzas para avanzar en toda la línea como en 1941 o en toda su mitad sur como en 1942, habría que limitarse a un sector más pequeño. Kursk era un objetivo evidente, una espina clavada en el frente alemán, que poco a poco se fue convirtiendo en una fortaleza soviética de tal magnitud que su aniquilación podía hacer pensar en evitar la derrota de las fuerzas del Eje. Esa consideración fue determinante. El verano de 1943 todos los aliados de Alemania estaban olfateando la derrota del Tercer Reich, y planeando medidas para abandonar la averiada nave nazi. Italia era la que estaba en peor situación, con los aliados a punto de desembarcar en su territorio. Había que hacer una gran demostración de poderío, y la operación Zitadelle (Ciudadela, como se llamó el ataque de Kursk) parecía encajar: importante y determinante, pero también rápida y compacta.

De manera que el ataque abandonó toda consideración de habilidad estratégica de tipo clausewitziano o suntuziano (“ataca donde tu enemigo no te espera, ataca en el vacío”) y retrocedió en el tiempo a la era de las batallas rituales en un campo pactado previamente, como en la edad media. El campo sería el saliente de Kursk y el ejército alemán iba a demostrar su tradicional superioridad militar combatiendo tanque contra tanque y cañón contra cañón, sin factor sorpresa ni ninguna maniobra estratégica de altos vuelos.

Muchos generales alemanes y el gobierno nazi en general pensaban que la retirada del invierno de 1941 a las puertas de Moscú se debió a los factores primitivos e incontrolables de un clima que era “una sucesión de desastres naturales”, en el que un mar de barro que inmovilizaba a los vehículos dio paso bruscamente a temperaturas de 40ºC bajo cero que paralizaron toda actividad militar. El completo desastre del invierno de 1942 en Stalingrado se podía explicar sumando a los efectos del salvaje clima ruso la debilidad de los aliados de Alemania, rumanos e italianos que cedieron demasiado pronto a la presión soviética.
Eran dos buenas explicaciones de las derrotas anteriores ante un enemigo considerado como muy inferior desde el punto de vista racial, una especie de subhumano.

Era necesaria por lo tanto una ordalía, una batalla singular que demostrara de manera contundente la superioridad tecnológica, organizativa, militar y racial de Alemania en un medio ambiente sin sorpresas climáticas ni aliados poco de fiar, las onduladas colinas de Kursk en pleno verano. Otra ventaja paradójica de la situación en Kursk era que un campo de batalla tan controlado y tecnológico anulaba el elemento que los nazis llamaban “animal-instintivo” con el que el combatiente soviético daba tantas y tan desagradables sorpresas al civilizado combatiente alemán en las selváticas condiciones del inmenso frente del este, a base de emboscadas y ataques nocturnos en condiciones inverosímiles. La cultura superior alemana podría imponerse por fin, a base de ideología, tecnología, organización y civilización en definitiva.

El ataque comenzó al amanecer del 5 de julio, tras un bombardeo preventivo soviético que cayó sobre las líneas alemanas unos minutos antes que éstas se pusieran en marcha. Cualquiera habría retrocedido prudentemente después de este claro aviso, pero la pesada maquinaria acorazada alemana se puso en marcha. La formación básica era una punta de lanza de tanques Tiger seguida por los demás carros de combate, principalmente Panzer IV y acompañada por soldados a pie encargados de limpiar campos de minas, combatir contra los soldados de a pie del Ejército Rojo y otras funciones auxiliares. Un enjambre de vehículos de apoyo a los tanques avanzaba junto a ellos, siendo el más conspicuo el cazacarros Elephant, que consistía en un gran cañón fijo de 88 mm montado sobre un chasis de cadenas. El ataque por el norte del saliente que mandaba el general Kluge era más débil, con más infantería y menos blindados. Empero el ataque por el sur de Manstein era casi completamente panzer, acorazado (panzer viene de la palabra castellana pancera, la parte de la armadura que protegía el vientre). E incluía dos máquinas singulares, la demostración con ruedas de cadenas de la superioridad de Alemania sobre sus enemigos.

Los Tiger y los Panther eran la gran esperanza alemana, y su presencia justificaba el aparentemente necio ataque frontal en Kursk. El Tiger era un diseño sencillo, una especie de Panzer IV escalado hasta las 60 toneladas, con un espeso blindaje frontal y provisto del cañón de 88 mm. Con semejante cañón, estos blindados podían destruir a los tanques enemigos con tiros de precisión a más de un kilómetro de distancia y no temer nada de sus disparos, que rebotaban en su grueso blindaje frontal. Para acabar con un Tiger los blindados soviéticos debían actuar en grupo y atacarlo de flanco, como los perros de caza se enfrentan a los jabalíes.

El Tiger era la respuesta sencilla al T-34 del Ejército Rojo y el Panther era la complicada. Todo empezó en la primavera de 1941, cuando Hitler y Stalin todavía eran grandes amigos y el primero concedió libre acceso a una comisión militar soviética deseosa de examinar el poderío blindado alemán. Los expertos soviéticos no podían creer que el Panzer IV fuera el tanque más potente disponible para la Wermacht y pidieron ver el supertanque alemán. Aquello preocupó a los expertos alemanes. La experiencia con el Somua francés y el Matilda británico en 1940 había hecho ver la necesidad de un tanque pesado para el ejército y llevó al diseño del Tiger, pero el asunto no era de alta prioridad cuando en el verano de 1941 el T-34 soviético irrumpió en el campo de batalla como una aparición: era evidentemente muy superior al Panzer IV y el ejército alemán no tenía nada que oponerle. A fuerza de técnica, táctica y estrategia, las fuerzas blindadas alemanas superaron a las soviéticas en 1941 y 1942, y mientras tanto el Tiger pudo entrar en acción ya en septiembre de 1942, de modo experimental, en Leningrado.

El Panther fue la respuesta directa al T-34. Se desechó la opción de hacer una copia tornillo a tornillo del modelo soviético, y en su lugar la afamada técnica alemana se reunió para producir el mejor tanque del mundo, el Panzerkampfwagen modelo V Panther. Casi tan bien acorazado como el Tiger y con un cañón casi tan grande, el Panther era más rápido y ágil, pues pesaba solamente unas 45 toneladas. Un poco más de 100 Tiger y 200 Panther formaron en las filas alemanas el día del ataque de Kursk. Los Tiger aguantaron bastante bien, pero los Panther habían quedado reducidos a diez unidades operativas cinco días después del comienzo del ataque. Esta increíble tasa de destrucción se debía sobre todo a las averías, no a los cañones soviéticos. Un problema frecuente era que, tras escupir llamaradas por el tubo de escape, el motor se prendía fuego espontáneamente y hacía arder todo el vehículo, mientras la tripulación intentaba ponerse a salvo apresuradamente. Una semana después ya funcionaban unos 40 Panther, gracias a la dura tarea de los mecánicos.

El caso es que se podía evitar el mal tiempo, la flojera de los aliados y la astucia indígena del soldado soviético, solo para darse de bruces con un problema bastante corriente, la falta de rodaje de una nueva máquina no pulida todavía por el uso. Este es un ejemplo entre miles de la niebla de la guerra (nebel des krieges), un concepto de Clausewitz. Los sucesivos imponderables se acumulan y en breve plazo cambian por completo cualquier planificación militar. En Kursk cualquier esperanza de avanzar con rapidez hasta el punto de contacto de las dos puntas de lanza se esfumó el primer día.

En el lado sur del saliente las dos máquinas de guerra alemana y soviética chocaron de frente y mantuvieron durante dos semanas lo que solo se puede considerar como una pelea de carneros, testuz contra testuz, a escala gigantesca. La escala era la de un campo de batalla de mil kilómetros cuadrados en el que movían millares de vehículos blindados y más de un millón de soldados. Por el lado alemán estaba el IV Ejército panzer del general Hoth y a su derecha la llamada Unidad Kempf por el nombre de su comandante, por el lado soviético los llamados frentes de Voronezh, guiado por el general Vatutin y de la Estepa (Stepnoy), comandado por el general Iván Kóniev. Por encima de ellos estaban sus altos estados mayores, los supergenerales como Manstein y Zhukov y más arriba todavía los líderes supremos, Hitler y Stalin.

Por abajo estaban las pequeñas unidades, pelotones, secciones y compañías, a las que se encomendaban tareas concretas, como ocupar una colina determinada o aniquilar una concreta pieza de artillería enemiga. Como decía el manual táctico del Ejército Rojo de 1942, “La guerra moderna se caracteriza por la participación en masa de la Infantería, Artillería, Morteros, Tanques y Aviones. La infantería desempeña la más básica y dura tarea: la aniquilación del enemigo en combate cercano”. Los alemanes atacaban, por lo que tenían la carga de tomar la iniciativa. A pesar de los relatos de cargas de tanques contra tanques entre nubes de polvo, por lo que se ve en las fotografías y películas era una batalla a larga distancia, en la que los tanques localizaban un blanco muchas veces a un kilómetro de distancia e intentaban acertarle, o bien eran ellos los que sufrían el impacto enemigo. Era un campo de batalla repleto de amenazas para la vida de los soldados: por si no bastaban las densas formaciones de vehículos y cañones, por debajo estaban los campos de minas y por encima una gran densidad de aviones caza-tanques.

La Luftwaffe contaba con la versión cañonera del Stuka (con dos de 37 mm) y con un avión nuevo diseñado específicamente con este fin, el pequeño bimotor Henschel Hs 29, portador de un enorme cañón Pak 40 en la panza que disparaba proyectiles perforantes con punta de tungsteno. La aviación roja disponía del impresionante Sturmovik, que empleaba la técnica nozhnitsi (tijeras). Los Sturmoviks orbitaban sobre el campo de batalla a unos 600 metros de altura disparando salvas de cohetes y luego picaban a unos 200 m para utilizar sus cañones. Encima de estos aviones-tanques pululaban los cazas encargados de protegerles, Me-109 y Fw-190 por el lado alemán y MiG-3 y LaGG-5 por el soviético (4).

En total, contando vehículos de todas clases, cañones, aviones y otros artefactos, había aproximadamente 5.000 máquinas de gran tamaño moviéndose en el campo de batalla sur de Kursk. Estas máquinas dispararon unas contra otras sin cesar guiadas y rodeadas por más de un millón de humanos que manejaban máquinas más pequeñas como fusiles y minas. El campo de batalla de Kursk estaba mecanizado al máximo, pero no estaba robotizado apenas. Tan sólo se usaron algunos vehículos de control remoto como el Goliath alemán, controlado a distancia por cable telefónico. Los soviéticos parece ser que empleaban perros condicionados por el método pavloviano para encontrar su comida debajo de los tanques enemigos, aunque es muy dudoso su empleo en Kursk. Las agencias de información alemanas, tímidas al principio, comenzaron a hablar de “gigantescas” batallas de carros blindados y de cómo “el fragor de la lucha se extiende a centenares de kilómetros a la redonda (5)”.

Por fin, después de siete días de batalla, llegó la hora del combate singular, el punto culminante que decide quién gana y quién pierde. En Kursk todo el mundo está de acuerdo en que este punto se alcanzó el 12 de julio en las cercanías de la pequeña localidad de Projorovka. Allí chocaron en un espacio reducido, de unos 8 km cuadrados, unos 400 tanques alemanes contra unos 500 soviéticos. No hay acuerdo sobre la cifra exacta. Ese número de carros de combate apiñados en esa extensión tan reducida fue descrito por los espectadores que vivieron para contarlo como si se tratara de un choque de caballería medieval. Y seguramente hubo incluso alguna embestida y algún lanzazo asestado con el cañón del tanque, pero incluso tantos carros en tan pocos kilómetros cuadrados tocan a casi una hectárea para cada uno de terreno, se puede visualizar como un tanque rodando a sus anchas por el césped de un estadio de fútbol. La sensación de apocalipsis se acentuó por una tormenta veraniega con rayos y relámpagos que se desencadenó en plena refriega.

La llamada “mayor batalla de tanques de la historia” ha tenido recientemente varios ajustes a la baja a medida que aparece más información. Del énfasis en el combate singular de Projorovka se ha pasado a considerar la batalla de Kursk como una compleja maniobra sobre un territorio extenso, en la que la Wermacht demostró superior capacidad militar pero fue superada en conjunto por los vastos recursos del Ejército Rojo. Hay que tener en cuenta que en las dos semanas que duró Kursk las fábricas soviéticas echaron a rodar unos 500 carros de combate, una cifra diez veces superior a la producción alemana. Pero las cifras de contendientes o de producción no explican porqué Kursk fue una batalla tan decisiva.

El significado del choque de Projorovka es completamente moral, se trató del combate singular entre los dos campeones de los dos ejércitos, como en el día de san Crispín en la batalla de Azincourt. En los alrededores de esta pequeña localidad rusa, el 12 de julio, se enfrentaron un cuerpo de élite, el 2º Cuerpo SS Panzer, contra el 5º Ejército blindado de la Guardia. Este último era una unidad regular del ejército Rojo, la denominación “de la Guardia” era una distinción honorífica que llevaron unas cuantas unidades. El cuerpo SS era una unidad completamente ideologizada y fanatizada, el brazo armado del racismo nacionalsocialista, provista además del mejor y más moderno armamento disponible y exhaustivamente entrenada y fogueada. Las tres unidades SS que participaron en el combate de Projorovka se llamaban Das Reich (El Imperio), Leibstandarte (el pendón o el guion de) Adolf Hitler y Totenkopf (la Calavera) y tenían uniformes negros y heráldica siniestra, algo lógico pues descendían de unidades dedicadas a la violencia organizada contra enemigos políticos, desde aporrear a los contrarios en un mítin a torturar prisioneros en Dachau o Sachsenhausen. En combate llevaban modernos uniformes de camuflaje de los que carecía la Wehrmacht. Aunque la calidad se degradó mucho con el transcurrir de la guerra, en principio los SS militares (Waffen SS) eran supersoldados, con el mejor entrenamiento posible y las mejores armas disponibles. También tenían un largo historial de atrocidades contra la población civil que continuó y se agrandó después de Kursk. La historia registró masacres en Italia y Francia cometidas por unidades integrantes del II Cuerpo Panzer SS en 1944 en Marzabotto, Ouradour sur Glane, Tulle, Malmédy, etc. En el frente del Este las masacres de población civil eran tan cotidianas que sólo se recuerdan enormidades como la matanza del barranco de Babi Yar, en Kiev, en septiembre de 1941.

Los soldados del 5º Ejército blindado de la guardia tenían la costumbre, como todos los conductores de maquinaria militar de la URSS, de pintar toda clase de proclamas en la carrocería de sus vehículos, desde los populares ¡Por Stalin! y ¡Muerte al fascismo! a referencias a repúblicas populares de la Unión Soviética y a unidades de trabajadores y del Konsomol que habían pagado el tanque o el avión en cuestión. Estaban bien entrenados y como dijo Nikita Jruschov, por entonces comisario político jefe del Frente de Voronezh, cada unos de ellos debía conocer los puntos vulnerables del tanque alemán Tigre “como aprendimos el padrenuestro” (6). El T-34 era un vehículo muy incómodo, que requería esfuerzos hercúleos para frenar, acelerar y embragar, sobre todo en campo abierto, con una visibilidad muy mala y una torreta diminuta donde convivían el cañón, la munición, el comandante apuntador y el encargado de cargar el cañón. Estos dos último se sentaban en precarios balancines a ambos lados del cañón, el comandante justo encima del conductor, lo que le permitía establecer comunicación con éste a base de talonazos en los hombros para indicarle la dirección a seguir. El ruidoso motor apenas estaba aislado, y al primer disparo el interior del tanque se llenaba de gases, que el sistema de ventilación apenas conseguía disipar.

En Projorovka unos 500 T-34 se enfrentaron a unos 400 tanques alemanes, la mayoría Panzer IV, pero también Tiger y Panther. No fue solamente cuestión de número, la sensación que tenían los alemanes de que aniquilaban a una división soviética solo para ver como salía otra del horizonte avanzando en su dirección. Los tanques del 5º Ejército detuvieron efectivamente a las unidades acorazadas de las SS, utilizando una especie de cuerpo a cuerpo que impedía que la mejor óptica, alcance y blindaje de los nuevos tanques alemanes les diera la superioridad en la batalla. Cuando terminó Projorovka los soviéticos habían tenido terribles pérdidas, pero también los alemanes.

Al terminar la batalla, Hitler pasó de despreocupado conquistador de países a azacanado amo de casa, con muchos gastos y frentes que atender con recursos cada vez más limitados. Ese mismo 10 de julio, por ejemplo, los aliados desembarcaron en Sicilia y el asunto de Kursk reveló su carácter de atolladero sin salida. Prudentemente, al alto mando alemán ordenó el fin de la ofensiva. Pocas semanas después, ofensivas simultáneas soviéticas por el norte del saliente (Orel) y el sur (Belgorod) hicieron retroceder a la Wehrmacht y acabaron con la gran protuberancia del frente. La propaganda alemana se había guardado las espaldas en Kursk, llegando a insistir la agencia oficial D.N.B. en que no se trataba de la ofensiva de verano, sino tan solo de un contraataque para parar los pies a los soviéticos. No obstante, a medida que avanzaba la batalla, los partes oficiales alemanes y agencias comenzaron a hablar de gigantescas concentraciones de blindados e incluso, ya el 10 de julio, de la “mayor batalla de carros de la historia”, término que ha quedado como proverbial para definir Kursk.

Stalin quiso fusilar a Pavel Rotmistrov, el jefe del 5º ejército blindado de Guardias, por las enormes pérdidas que sufrió. Pero luego se vió que Kursk había sido una victoria enorme, sin paliativos. Los alemanes habían atacado la Unión Soviética para construir un imperio colonial, y en Kursk los indígenas habían derrotado a las potencia colonizadora con sus propias armas y en campo abierto. Todos los imperios habían tenido malas experiencias con los nativos de sus imperios, como los británicos en Isandhlwana o los españoles en Annual, pero en este caso no había una larga distancia o un mar de por medio entre la colonia y la metrópoli, sino que el imperio alemán era conjunto, y los potenciales colonizados no iban a parar hasta llegar a Berlín.

 

(1) Effects of climate on combat in European Russia. Center of Military History, U.S. Army (1952)

(2) Pensamiento Alavés, 6 de julio de 1943: “Entrega de una condecoración”

(3) Benjamin R. Simms: Analysis of the Battle of Kursk. Armor, march -april 2003

(4) Alexander Swanston, Malcolm Swanston: Atlas de la Guerra Aérea (2010)

(5) El redactor militar de la agencia D.N.B, en el Diario de Burgos, 10 de julio de 1943

(6) Steven J. Zaloga, James Grandsen: The T-34 Tank. Osprey.

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