Aeronáutica, marzo – abril de 1938
VUELOS SUSPENDIDOS
Madrid. – Anoche deberían haber reanudado los vuelos de prácticas nocturnas las escuadrillas de aviación militar sobre Madrid, pero el ministro de la Guerra teniendo en cuenta las perturbaciones y alarmas que causan en el vecindario en estos momentos los mencionados vuelos, ordenó la suspensión de los mismos sin prejuicio de que sean reanudados en fecha más oportuna.
El Día (San Sebastián), 11 de junio de 1936
El gran rascacielos de acero y cemento se estremeció como un barco golpeado por una ola cuando tres grandes bombas impactaron casi simultáneamente en sus proximidades, y una lluvia de pequeños proyectiles incendiarios cayó sobre la ciudad como diminutos meteoritos.
Un corresponsal de Times en el edificio de Telefónica, Madrid, noviembre de 1936 [165]
Los masivos bombardeos de Barcelona por los aviones italianos del general Franco comenzaron a las 10 de la noche del 16 de marzo de 1938. Según el corresponsal del Times, las peores destrucciones no fueron destinadas a objetivos militares, sino al casco viejo y a los bulevares y espacios abiertos usados para el esparcimiento de los barceloneses. Se informó oficialmente de 815 muertos y varios millares de heridos.
Cuando se desataron los terribles bombardeos aéreos de Barcelona, Giulio Dohuet había muerto hacía ocho años, mientras que Amedeo Mecozzi era general de brigada, pero sin mando. Giuseppe Valle también era general, estaba en activo, y dirigía el estado mayor aéreo italiano. Valle ordenó a la Aviación Legionaria, la fuerza aérea italiana la servicio de los nacionalistas, que experimentara tanto la estrategia dohuetiana como la mecozziana [166]. La primera es con mucho la más famosa y la más siniestra, y propone ataques aéreos a los centros vitales del enemigo, como sus grandes ciudades, para hundir su moral y forzarle a la rendición. Mecozzi, por el contrario, era el profeta de la aviación de asalto, y preconizaba un uso intensivo de los aviones contra el ejército enemigo en estrecha coperación con las fuerzas de tierra, como la manera más eficaz de ganar la guerra.
La experiencia de la guerra de España convenció a Valle de que el asalto aéreo preconizado por Mecozzi era mucho más efectivo para derrotar a la República, y aquello estaba muy claro en marzo de 1938, pero el poderoso grupo de presión dohuetiano insistió en que había que seguir probando los bombardeos terroristas.
La gran ofensiva de Aragón que terminaría cortando en dos el territorio republicano había comenzado pocos días atrás, por lo que parecía lógico complementar el ataque de las tropas a los bordes de Cataluña con un golpe directo a su capital, Barcelona. Fue un ensayo a gran escala, que implicó a muchos aviones –principalmente trimotores Savoia Marchetti SM.79– que durante dos días atacaron a intervalos de entre dos y cuatro horas, para no dejar respirar a la población. La población barcelonesa no solamente no sucumbió al pánico, sino que su voluntad de resistencia salió amargamente fortalecida. Aquello había ocurrido antes en Madrid, y ocurriría después en Londres, Berlín y muchas otras ciudades.
Lo más extraordinario es que nadie se atribuyó el bombardeo ni se hizo responsable de él. Un chiste de L’Esquella de la Torratxa[167] lo explica muy bien: Un grupo de aviadores italianos lee la descripción del bombardeo en el Diario de Burgos exclamando “¡Qué salvajes son estos aviadores de Franco!, mientras que el Generalísimo lee la misma noticia en Il Pópolo d’Italia preguntándose ¿De quién serán esos aviones italianos?
Franco disponía así de poder sin responsabilidad: tanto la Legión Cóndor como la Aviación Legionaria se usaron durante toda la guerra intensivamente contra las ciudades republicanas, en cuya población civil hicieron unas 10.000 muertes en total, pero el Caudillo podía mantener el tipo argumentando que las peores atrocidades aéreas se habían hecho sin su permiso, y echando las culpas a sus incontrolables aliados alemanes e italianos. Esto se usó mucho después de la guerra para lavar la imagen del supremo líder, con escenas en que Franco recibe la noticia de un bombardeo “lívido de ira”, etc.
La aviación era a la altura de 1936 el arma definitiva indiscutible. Significativamente, una parte muy grande de los esfuerzos tanto nacionales como republicanos dirigidos a conseguir armas, y también mucho dinero, fueron a parar a los aeroplanos de guerra. Todo el mundo sabía que una flota aérea podía bombardear y destruir una ciudad en cuestión de horas, y provocar una mortandad espantosa, especialmente si se usaban bombas de gas. Había otra razón para buscar aviones con desesperación. Era un arma con grandes efectos psicológicos, mucho mayores que la cantidad física de explosivo o de balas que podía lanzar. En los primeros días de la guerra, ocurrió a veces que un solo avión podía detener una columna de soldados bastante numerosa, como ocurrió al parecer con las fuerzas anarquistas en ruta hacia Zaragoza. Los soldados tendían a agazaparse asustados ante la vista de un solo avión enemigo, tal vez presas del pánico ancestral que sentimos los primates ante las grandes aves de rapiña. Lo cierto es que nadie estaba seguro con un aeroplano evolucionando sobre la cabeza de uno.
Entre los bombardeos de calles y plazas, mujeres y niños y los ataques con bombas y ametralladoras a las trincheras enemigas se desarrolló la guerra aérea de España. Fue sin duda la parte de la guerra que más evolucionó. Comenzó con unos 200 aviones biplanos, en su mayoría modelos franceses diseñados al comienzo de los años 20 como el Breguet 19 y el Nieuport-Delage Ni-D 52, y terminó con bastante más de 2.000, entre ellos Moscas y Chatos soviéticos, Messerschmitt Me-109 y Heinkel He-111 alemanes y Savoia Marchetti SM.79 y Fiat CR-32 italianos. En total participaron unos 3.000 aviones de 150 modelos distintos, la mayor tasa de “aerodiversidad” de la historia de la guerra.
La Gloriosa aviación republicana era una fuerza dual: tenía por un lado un bloque compacto de cuatro tipos de aviones soviéticos (dos cazas, un bombardero ligero y un tipo de avión de asalto) y por otro una increíble colección de aviones de todos los orígenes posibles: británicos, canadienses, norteamericanos, franceses, letones, checos, holandeses e incluso alemanes. Este museo aeronáutico no servía de gran cosa en la guerra, de manera que el peso de las operaciones lo llevaba el bloque soviético, con las correspondientes servidumbres políticas del tirano del Kremlin.
La aviación nacional era en realidad tres, completamente independientes. Una de ellas era la Legión Cóndor, que llevó a España una representación muy completa de todos los modelos que se estaban fabricando en Alemania por entonces, dedicados a toda clase de misiones (bombardeo, ataque al suelo, caza, reconocimiento, enlace, etc.). Los aviones de la legión Cóndor compitieron unos con otros en condiciones de guerra “real” y de ahí salieron, además de varios millares de pilotos muy bien entrenados, unos cuantos modelos ganadores que luego darían gran juego en la segunda guerra mundial: el Stuka, el Me-109 y el He-111, por ejemplo, en las categorías de avión de asalto, caza y bombardero. Italia envió una buena parte de sus fuerzas aéreas, pero no testó ni hizo evolucionar a sus tipos de aviones en España como lo hizo Alemania. Las dos principales aportaciones italianas eran el caza CR-32, columna vertebral de la defensa aérea nacionalista, y gran cantidad de bombarderos pesados SM-81 y SM-79. Restaba la que se solía llamar Aviación Hispana, que tenía una colección variada de aviones supervivientes de pre-guerra, junto con otros italianos y alemanes cedidos por sus aliados y algunos comprados en el extranjero, singularmente a Polonia.
La aviación triple nacionalista y la doble republicana evolucionaron durante la guerra en paralelo a la marcha general de los acontecimientos. Hasta noviembre de 1936, los aviones nacionales dominaban los aires gracias al nutrido aporte italiano, pero desde entonces hasta la primavera de 1937 la fuerza aérea de la República disfrutó de seis meses de cierta superioridad, que se demostró falsa en julio de ese año en Brunete. A partir de entonces, fue cuestión de resistir como se podía los ataques aéreos nacionalistas, con un material cada vez más mermado hasta el derrumbe final. El modo de uso fue también diferente. La fuerza aérea nacionalista funcionaba apoyando estrechamente el modo franquista de hacer la guerra, lanzando masas compactas de aviones para apoyar los ataques a los frentes rojos. La republicana, por el contrario, siempre dispersó mucho sus efectivos y no tenía fuerza real en ningún punto. La última vez que puso reunir gran cantidad de aviones fue en la batalla del Ebro, una densa batalla aérea que reunió cientos de aparatos de ambos lados.
Una de las razones por las que la aviación republicana dispersaba tanto sus efectivos era por la necesidad de defender sus ciudades de los bombardeos nacionalistas. Uniendo los bombarderos alemanes e italianos, los nacionales tenían una respetable fuerza de bombardeo “estratégico” de cerca de 400 aparatos, y la usaron una y otra vez contra las ciudades de sus enemigos. En comparación, la Gloriosa tenía unos 90 bombarderos ligeros Tupolev SB y unos pocos Potez franceses que no dieron buen resultado. Esta disparidad se reflejó en el número de víctimas, unas mil en la España nacional y diez veces esa cantidad en la España republicana.
[165] Aviones para España II: la guerra civil.
[166] Sqn Ldr Brian Armstrong: Through a Glass Darkly: The Royal Air Force and the lessons of the Spanish Civil War 1936-1939. Air Power Review, spring 2009.
[167] L’Esquella de la Torratxa, 8 de abril de 1938.
Asuntos: Aviación, Bombardeos
Tochos: La guerra total en España