El bombardero de Madrid

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Un Ju-52 bombardero durante el invierno de 1936.

 

El puente aéreo del Estrecho no fue el único cometido de este avión providencial para la victoria del franquismo. En Alemania, la fiebre del rearme había obligado a la compañía Junkers a ofertar una versión militar del Ju-52 al ejército del aire (Luftwaffe), en la forma de un bombardero. La Legión Cóndor fue a España a probar su material, y llevó consigo algunos ejemplares. El Ju-52 así reconvertido se utilizó para el bombardeo de Madrid durante los últimos meses de 1936 y tuvo su momento histórico sobre Guernica, en abril de 1937. El Junkers Ju-52, llamado familiarmente Pava por las fuerzas nacionales, utilizó entre otros el aeropuerto de Garray (Soria) en el invierno de 1936-1937, a unos 200 km en línea recta de Madrid. Antonio Machado, que decidió compartir el destino de la República y tuvo por ello un fin lamentable, escribió unos versos lamentando esa fea sombra sobre los místicos campos sorianos.

Siguiendo el procedimiento clásico de la aviación colonial, la aviación nacionalista utilizó primero las amenazas, y luego las bombas. Una octavilla arrojada sobre Madrid en agosto de 1936 decía: “Hasta ahora, los bombardeos han sido dirigidos contra los aeródromos militares, las fábricas de material de guerra y las fuerzas combatientes. Si se persistiese en una suicida terquedad, si los madrileños no obligan al Gobierno y a los jefes marxistas a rendir la capital sin condiciones, declinamos toda responsabilidad por los grandes daños que nos veremos obligados a hacer para dominar por la fuerza esa resistencia suicida. Sabed, madrileños, que cuanto mayor sea el obstáculo más duro será, por nuestra parte, el castigo [1].” Castigar Madrid u otra gran ciudad desde el aire tenía un significado profundo para el nacionalcatolicismo. En opinión del general Mola, se trataba de emplear un arma de alta tecnología para la destrucción de ciudades industriales, semilleros de corrupción.

Noticiarios y periódicos fueron alimentados con terribles descripciones de lo que pasó a continuación: «Esta tarde (8 de noviembre de 1936), siete bombarderos insurgentes, escoltados por cuatro cazas, volaron bajo sobre Madrid y soltaron alrededor de 10 bombas. Pude ver claramente las bombas, parecidas a balas de plata, cayendo de los aviones. Todas cayeron en la la parte antigua de la ciudad, entre la Plaza Mayor y el río Manzanares» (Corresponsal del Daily Telegraph).

Un corresponsal del Times describía así sus experiencias de un bombardeo, del que fué testigo desde la terraza del edificio de Telefónica: «El gran rascacielos de acero y cemento se estremeció como un barco golpeado por una ola cuando tres grandes bombas impactaron casi simultáneamente en sus proximidades, y una lluvia de pequeños proyectiles incendiarios cayó sobre la ciudad como diminutos meteoritos». Un corresponsal de Reuter, 9 de noviembre: «Puntualmente a las ocho de la mañana, los primeros proyectiles de artillería y la primera sirena de alarma de bombardeo aéreo sonaron simultáneamente. Los principales blancos eran los edificios del Gobierno en las calles principales, incluyendo la Puerta del Sol (el Piccadilly Circus de Madrid), la Gran Vía, la calle de Alcalá, los alrededores del Ministerio de la Guerra y el Paso de Recoletos, el popular bulevar en el lado Este de la ciudad. Contemplé el bomabardeo desde una azotea».

La identificación de los lectores se conseguía con el empleo de homologías adecuadas –como Puerta del Sol /Piccadilly– y también por fotografías del metro con pies de fotos como este: «El sufrimiento de la población madrileña bajo el continuo bombardeo: Familias sin hogar viven como zíngaros (living gipsy lives) en la estación de metro de Gran Vía, con un fondo de estridentes carteles de propaganda marxistas y del gobierno». En realidad, la mayoría de los carteles que parecen en la foto son anuncios comerciales, incluyendo uno de alquiler de automóviles de lujo, y el único poster político que aparece destacado es de la CNT (Confederación Nacional de Trabajadores, anarquista).

La web oficial del Ejército del Aire [2] proporciona esta descripción de la organización de uno de los bombardeos de Madrid por los Ju-52, que considera especialmente interesante «desde el punto de vista aeronáutico»:

«[L]a compleja misión de bombardeo […] se inició el 19 de noviembre de 1936, a las 14:00 horas, en Matacán, desde donde despegaron 12 trimotores Ju 52 “Negritos” del grupo de “Pedros y Pablos” (unidad de bombardeo alemana, anterior a la Legión Cóndor, mandada por Von Moreau) armados con bombas de 250 y 50 Kg. Recogen su escolta de 9 cazas Heinkel He 51-A alemanes mandados por Knüpel sobre su aeródromo de Avila a las 14:45 y 16 Fiat Cr 32 en dos formaciones de 9 y 7 aviones, mandados por Nobili y Salas, sobre Torrijos a las 15:15 horas. Sobre este último campo se reúnen también 4 trimotores Savoia 81 mandados por Llorente y Tasso y 12 bombarderos ligeros Romeo Ro 37 mandados por J. Muñoz “el Corto”.
Los objetivos, situados en Madrid, son el Aeródromo de Cuatro Vientos, una batería del 15,5 situada en el Paseo de Carruajes del Retiro, los Ministerios de Guerra, Comunicaciones, Marina y Gobernación, el aeródromo de Barajas y Guadarrama en la salida».

El bombardeo del 19 de noviembre, en el que se utilizaron 53 aviones en total, causó al menos un centenar de muertos, la mayoría civiles [3]. La «idea general» de estos ataques, que implicaban hacer desfilar sobre el cielo de la capital en formación cerrada a los Junkers Ju-52, la describe así una orden de operaciones de esos días: «Producir un gran efecto moral en Madrid, centro vital del enemigo, con la presentación de una fuerte masa aérea que les dé la impresión de la fortaleza, disciplina y superioridad técnica [4]». El desfile aéreo era tan importante como las 3.500 bombas incendiarias que debían dejar caer los aviones sobre la ciudad en ese ataque.

Los informes aseguraban que, el día 1 de diciembre, entre un tercio y un cuarto de las casas de Madrid habían sido destruídas. En la primavera de 1937 el corresponsal del Times escribía amargamente: «Madrid ha sufrido 33 bombardeos aéreos en 10 semanas, un record unico y poco envidiable para una gran ciudad». El corresponsal también anota: «Madrid no ha sido, y esperemos que no lo sea nunca, (bombardeado con) gas. Las modernas bombas hienden edificios de siete plantas como si fueran queso… se han utilizado grandes cantidades de bombas incendiarias».

La privilegiada posición de los corresponsales de prensa sobre la terraza del edificio de Telefónica, el más alto de Madrid en aquel tiempo, les daba una visión engañosa de la situación en términos de destrucción física. Las coloridas descripciones del apocalipsis encubrían una realidad más seca pero más atroz: Madrid era la primera gran ciudad bombardeada metódicamente, día tras día, durante muchas semanas seguidas, para aterrorizar a la población; pero los madrileños, como harían los habitantes de muchas otras ciudades en los años por venir, se adaptaron a la nueva situación en poco tiempo. Los rieles de los tranvías se volvían a tender en los puntos en que habían sido arrancados por las explosiones, y la gente simplemente sorteaba los cráteres de las bombas en la Puerta del Sol camino de su trabajo.

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[1] Federico Bravo Morata, Historia de Madrid.
[2] www.ejercitodelaire.mde.es
[3] SOLÉ I SABATÉ, J.M Y VILARROYA, J.: España en llamas. La guerra civil desde el aire. Temas de Hoy ( 2003)
[4] SALAS LARRAZÁBAL, J.: La batalla aérea de Madrid. Aeroplano (nº5 1987)

 

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