Un Monocoupe 90 del Aero Club de Andalucía en 1936.
«¿No murió sin testamento nuestro padre Adán? Pues si murió sin testar, la tierra debe dividirse por igual entre sus hijos.» –le decían los gañanes sin tierras a Díaz del Moral, el famoso notario de Bujalance. La frase era la versión andaluza del estribillo inglés del siglo XIV «Cuando Adán cavaba y Eva hilaba, ¿dónde estaba el caballero?» (When Adam dalf and Eve span, who was then a gentleman?).
Si la conquista del valle del Duero fue un paseo militar (figurada y literalmente) la ocupación del valle del Guadalquivir por los nacionales se pareció más a una pesadilla, que requirió grandes cantidades de sangre y fuego. La cabeza de puente, Cádiz, necesitó un desembarco del tropas del Ejército de África para ser asegurada. Sevilla fue al principio una pequeña isla de militares sublevados en el centro de la ciudad, rodeados de un mar de socialistas y anarquistas. En pocos días, la situación se invirtió, y los rojos eran ya un reducto asediado en Triana, al otro lado del río Guadalquivir que tardó muy poco en caer ante los cañones. En Córdoba las cosas fueron bastante bien desde el principio, aunque la lucha por el control del territorio de la provincia tardaría varios meses en resolverse, y su parte noreste quedó hasta el final en manos de la República.
Sevilla era la cuarta ciudad por tamaño de España, y resultó una sorpresa que pudiera caer tan pronto en manos nacionalistas. Una posible explicación, además del momento cumbre que tuvo el general-orquesta Queipo de Llano, está en el gran peso de las clases propietarias en la ciudad, que desde el primer momento se pusieron al servicio del Alzamiento. Los pilotos del Aeroclub de Sevilla (en 1936 no habría más allá de tres o cuatro docenas de propietarios de avionetas en toda España) formaron rápidamente una pequeña fuerza aérea que se dedicó a buscar información sobre la situación en Andalucía Oriental volando sobre los pueblos, y en ocasiones bombardeándolos de manera más o menos simbólica si detectaban actividad hostil debajo. Los famosos caballos andaluces fueron sacados de las cuadras y enjaezados militarmente, en alguna de las unidades de caballistas que se formaron también aquellos días. Una de estas unidades, la Policía Montada de Sevilla, tenía un aspecto extraordinariamente típico, pues su uniforme consistía en traje campero y sombrero cordobés.
Solo algunos de los pilotos del Aero Club de Sevilla llevaban los grandes apellidos de la aristocracia andaluza, pero parece ser que se pusieron en bloque con sus avionetas al servicio de los militares que acababan de declarar la guerra a la República. Según Gomá, entre el 18 de julio y el 31 de diciembre de 1936 las avionetas del Aero Club hicieron más de 2.000 salidas, principalmente de enlace, reconocimiento, aprovisionamiento de posiciones sitiadas y guerra psicológica. De 43 pilotos implicados, 19 murieron en la guerra, lo que da una espantosa tasa de bajas del 44%.
La ausencia de uniformidad reglamentaria, tanto en las personas como en los aviones, durante los primeros días, podía dar lugar a confusiones. Uno de los pilotos, sin tiempo para afeitarse en la primera semana de frenética actividad, recibió la orden de ir a recoger al general Varela en Jerez para llevarlo a Sevilla. Hubo un momento de duda cuando el general vio acercarse a un ser con la barba crecida, atributo clásico de las desarrapadas hordas milicianas en el pensamiento de la gente de orden. «Varela viste riguroso uniforme con dos laureadas sobre el pecho: ¿Creerá el general que se ha embarcado con un piloto rojo?» [1]
——-
[1] José Gomá: La guerra en el aire (1958)
Ecosistemas: 1936-1939 Guerra Civil Española