El gran proyecto para fotografiar España desde el aire

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Probable aspecto del de Havilland Fox Moth de la Compañía Española de Trabajos Fotogramétricos Aéreos (CETFA), a mediados de la década de 1930.

 

El Breguet 14 que utilizó al principio la Compañía Española de de Trabajos Fotogramétricos Aéreos (C.E.T.F.A.) resultaba incómodo y era sucio para el delicado trabajo de la fotografía aérea, pero al menos era un viejo conocido de los aviadores que habían fundado la empresa. En realidad, Julio Ruiz de Alda y sus socios habían aprendido el oficio en Marruecos, haciendo cartografía militar del territorio enemigo a base de la única información posible, que era la obtenida desde el aire. Cuando acabó la guerra de África, los aviadores se dieron cuenta de que los 50 millones de hectáreas de España eran una tierra de promisión para la fotografía aérea.

En primer lugar estaba el Catastro. El Catastro debía definir con precisión la propiedad de cada partícula de tierra del país, pero cuando se fundó CETFA, en 1926, estaba muy incompleto. Una ley de 1906 había establecido un procedimiento de urgencia para su elaboración, simplificando los trámites técnicos y legales y eso había permitido algún avance más rápido. Pero la opinión entre los técnicos era que se necesitaría un siglo para completar el trabajo. El Catastro era (y es) tan importante porque documentaba con exactitud la propiedad, y por ende los impuestos a pagar y todas las medidas imaginables de control del territorio.

En ausencia de Catastro, la contribución territorial quedaba sujeta al capricho de los poderosos: un municipio sin catastrar era opaco al Estado. Muchos regeneracionistas consideraban el Catastro como una de las soluciones panacea para el “atraso” del país, junto con el regadío y “el descuaje del caciquismo”. En realidad todo estaba unido: un país con sus títulos de propiedad en buen orden legal, rico y bien cultivado, e incluso democrático. Las clases propietarias no estaban interesadas en una buena y correcta delimitación de la propiedad, y obstaculizaron el “catastro rápido”, favoreciendo un complejo procedimiento legal que eternizaba los trámites tras la llegada al poder de Primo de Rivera, en 1923.

Tras su constitución, CETFA presentó inmediatamente su plan de elaboración del catastro completo del país con la ayuda de la fotografía aérea, en sólo 10 años. Entre sus variados argumentos para garantizar el éxito de tan arriesgada empresa estaban la experiencia francesa en amillaramientos con ayuda de aviones y las impresionantes fotografías aéreas de Stonehenge, que habían revelado nítidamente la estructura y los caminos prehistóricos que conducían al monumento. Julio Ruiz de Alda, fundador de la empresa y su principal impulsor, señalaba que una fotografía aérea era capaz de detectar cualquier movimiento fraudulento de las lindes de los campos, incluso mucho tiempo después de cometido. Soñaba con proporcionar a cada labriego una fotografía aérea de su propiedad, a un precio entre una o dos pesetas.

La administración del Estado frunció el ceño ante la idea de un Catastro aéreo por la vía rápida. Aunque CETFA hizo varios ensayos por su cuenta muy prometedores, el asunto se encalló en la burocracia oficial. Ya en tiempos de la República, se aceptó la idea, pero siempre que la llevara a cabo el Estado con sus propias fuerzas, es decir, el Instituto Geográfico Nacional y el Servicio de Aviación Militar. El Catastro se completaría por fin, con mucho apoyo aéreo, hacia 1970.

CETFA encontró no obstante un gran campo de actividades en las Confederaciones Hidrográficas. Estas instituciones eran nada menos que las encargadas de poner en marcha la política hidráulica de Joaquín Costa, que consistía en crear grandes extensiones de nueva tierra virtual, capaz de alimentar y dar trabajo a todos los campesinos de España simplemente regando las tierras de secano. El ejecutor de la idea, Manuel Lorenzo Pardo, inventó a su vez el embalse plurianual, un reservorio de agua tan enorme que sería capaz de almacenar agua de un año para otro, proporcionándola a los cultivos en cualquier época del año en que fuera necesario, escapando así para siempre de la amenaza de la sequía. Esto suponía una transformación radical del territorio , y Lorenzo Pardo contrató rápidamente a CETFA para que hicieran la cartografía aérea detallada de un buen pedazo de la cuenca del Ebro. La empresa hizo muchos vuelos por otras partes de España, como las huertas de Murcia (contratados por la Confederación Hidrográfica del Segura) o Madrid (por encargo del Ayuntamiento).

Las imágenes de CETFA de antes de la guerra han alcanzado con el paso del tiempo un valor incalculable. Aunque sus aviones navegaban sin instrumentos, por lo que las pasadas sucesivas eran poco precisas y a veces zigzageantes, la baja altura de vuelo, unos 2.500 metros, una cámara excelente y unos negativos de gran tamaño aseguraron unas fotografías de gran calidad, con una resolución muy aceptable. Lo que muestran es un paisaje “preindustrial” en muchos sitios, un campo explotado y batido hasta el agotamiento, sin dejar ni un palmo sin cultivar, pastorear, aprovechar para leña, setas, caza o lo que fuera menester. Se ven menos árboles que hoy en día, los caminos son mucho más estrechos y sin asfaltar, y el grano general del paisaje es fino, un mosaico de pequeñas piezas más que las grandes teselas que forman nuestro paisaje actual.

Con el tiempo, CETFA amplió y mejoró su flota. A comienzos de los años 30 poseía al menos dos de Havilland: un Fox Moth y un Moth a secas.

 
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