El incomprendido Euskomadrid

132. Madrid y el País Vasco

El 14 de julio de 1950 comenzó a funcionar el Talgo entre Madrid e Irún, nueve horas justas entre la capital y Hendaya. La “g” del acrónimo Talgo, Tren Articulado Ligero Goicoechea Oriol, escondía el apellido de uno de los ingenieros vascos que pasaron los planos del Cinturón de Hierro de Bilbao a los nacionales, aunque en realidad no hacía falta, pues la boyante fortificación era tan perfectamente visible a distancia como una atracción turística. Una versión estrafalaria que circuló por Euskadi traducía así las siglas Talgo: “Traicionó al Gudari. Odiarlo”. El gudari es el soldado del ejército vasco. Alejandro Goicoechea se fue a Madrid y desarrolló allí el resto de su carrera. La conexión tálgica entre Madrid y Euskadi se unió a la tradicional y frecuentadísima ruta de la carretera de Francia, luego ferrocarril de la Compañía del Norte, usado principalmente por los emigrados para escapar de España a París y por los clandestinos y extranjeros en general para entrar en España. De esta forma, el País Vasco se convirtió en el primer trozo de tierra española que veían los guiris, que se hacían el siguiente esquema mental: a) un país verde y civilizado, con luz eléctrica y bien cultivado (Euskadi) b) una sucesión inacabable de desiertos y páramos polvorientos, con algunos pueblos tan pardos como la tierra, claramente incivilizados (Castilla) y c) la capital de toda esta incuria, Madrid, con algunos hoteles buenos pero en general una ciudad poco europea. El Talgo y el avión, que iba de Barajas a Sondica y a Fuenterrabía, eliminaron el incómodo pasaje intermedio castellano y junto con la mejora de las carreteras facilitaron el intercambio de visitas. Luis Carandell cuenta algunos chascarrillos sobre los vascos en Madrid, la manera en que los comerciantes de Bilbao se afanaban por imitar el gracejo de los señoritos andaluces, o “cuando se ve llegar a los ministerios a los industriales vascos, serios y seguros de sí mismos, a menudo acompañados de un padre jesuita”. Franco tenía el palacio de Ayete en San Sebastián, con vistas a La Concha y a veces pasaba allí unos días de descanso entre montería y montería. En general, la gente de orden de Madrid seguía veraneando en San Sebastián.
A comienzo de la década de 1960 se creó una organización dedicada a combatir al Estado español basada en una enorme equivocación geográfica. En el folleto Insurrección en Euskadi, de 1963, de Julen Madariaga, uno de los fundadores de ETA, el autor anota con cierto pesar algunas diferencias entre Euskalerria y los grandes ejemplos de lucha guerrillera anticolonial, Argelia y Vietnam, como la abundancia de industrias en el País Vasco y la notable densidad de tráfico en sus carreteras (John Sullivan, El nacionalismo vasco radical, 1986). La fuerza aérea española tampoco atacaba con napalm los pueblecitos vascos. Estas enormes diferencias no se tuvieron en cuenta y una organización pseudomilitar, bastante ridícula comparada con el VietCong o el FLN, comenzó a ponerse en marcha. Hubo bombas y tiroteos sobre todo en el País Vasco y en Madrid, los dos principales escenarios de esta guerra. Madrid era la cabeza del enemigo, el Estado español opresor. Los madrileños empezaron a oír explosiones, generalmente de madrugada, en la plaza de Callao o en la plaza de Ramales. El sonido de la explosión de una bomba nunca se olvida, hay algo maligno entre la sacudida y la detonación.
ETA, que significa País Vasco y Libertad, ambos conceptos por separado, evolucionó por gemación, escindiéndose una y otra vez en organizaciones cada vez más atascadas en la violencia que eran descabezadas una y otra vez. El gobierno de Madrid nunca utilizó el Ejército para combatirla, a diferencia de lo que hizo el gobierno británico en el Ulster, aunque llegó a organizar una guerra sucia con mercenarios. Al final, más de 120 muertos por ETA en la capital y más de 500 en Euskadi. Había otros muertos, los de la guerra sucia, y gente inocente atrapada en fuego cruzado, torturas y palizas y gasolina ardiendo. Pero ETA siempre llevaba la delantera, mataba más que que sus enemigos, había adquirido una gran profesionalidad.
La imagen del País Vasco se deterioró gravemente en Madrid. El llamado conflicto vasco era el único tema que podía acabar en segundos con el buen rollo en el despreocupado Madrid, que se ríe de todo. Incluso la manera de llamar a ese pequeño país del oeste del Pirineo era peliaguda, casi tanto como elegir decir Londonderry o Derry para llamar a la segunda ciudad del Ulster. Se podía decir: Vascongadas (usado por la derecha españolista), Vasconia (poco utilizado, por nacionalistas vascos de derechas), País Vasco o CAPV (Comunidad Autónoma del País Vasco), denominación oficial, Euskadi (nacionalismo vasco moderado) o Euskalerria, actualmente Euskal Herria (no coincide con la CAPV, empleado por los patriotas (abertzales). Hegoalde (la parte del sur, el territorio español de Euskalerria) es un término técnico, muy poco usado. Todas estas facciones políticas, desde la derecha nacionalista al abertzalismo, conseguían votos en las elecciones generales y por consiguiente actas de diputados en Madrid.
Desde hace más de un siglo, cada varios años se celebra una ceremonia en la actual CAPV: la tradicional despedida de los representantes electos vascos en el Parlamento español, que tenían y tienen que irse a Madrid a “hacerse oír”. Mientras que el resto de los representantes electos del Estado cogían el tren o luego el avión sin muchos aspavientos, aunque se solía ir a despedirlos a la estación, el tono del adiós a los diputados en Euskadi era decididamente heroico. Antonio Pildain, elegido diputado en las primeras elecciones parlamentarias de la República (en junio de 1931), causó sensación al declarar, en el mitin celebrado en Guernica para despedir a los nuevos cargo electos de camino hacia la Carrera de San Jerónimo –la coalición carlistas-PNV había obtenido nada menos que catorce escaños– que África empezaba en Madrid. Se refería a las hordas afromadrileñas que habían quemado varias iglesias unas semanas antes. Pildain era canónigo de la catedral de Vitoria y diputado en Cortes por Guipúzcoa y terminó su carrera como obispo de Canarias.
Un cartel en una manifestación monstruo a finales de septiembre de 1978, simultánea en Bilbo, Donostia y Gasteiz, pro restauración de los fueros, convocada por el PNV, decía: “Madrid, los millones son de aquí”. El País Vasco siempre fue más rico y más fuerte que el resto de España, incluso literalmente: todavía en 1958, los reclutas de la zona antropodemográfica vasca (delimitada por el antropólogo Luis de Hoyos Sáinz) pesaban más (un 18,2% pesaban más de 75 kilos, contra un 6,4% de la media nacional) y eran más altos (20,4% de los reclutas vascos medían más de 1,75 metros, contra 8,8 % en el total del país). El 20,9% de los soldados andaluces pesaban menos de 55 kilos y el 4,6% de los gallegos medían menos de 1,54 metros. Las notables diferencias en nivel de vida y tonelaje corporal entre Euskadi y el resto de España se atenuaron mucho hasta casi desaparecer en las décadas siguientes, ahora mismo los madrileños o los andaluces son tan altos como los euskos.
Madrid no entendía ni entiende a los vascos. Esa especie de Sodoma y Gomorra manchega, que se considera el centro del mundo y trata de tú a tú a París y a Nueva York, no se da cuenta de que Vasconia es un país donde los niños cantan (o cantaban al menos) canciones como esta:

Illargi amandra
Serna se barri?
Sernan berri onak
orañ eta beti.

Luna abuela, ¿qué hay de nuevo en el cielo? En el cielo hay buenas noticias ahora y siempre.
(Una canción de los niños de Ataun y Ormaiztegui, según Bergua, 1934)

Y donde la gente habla (o hablaba) con los animales:

“Hay una historia referida por Dolores Baleztena que tiene a la
vez algo de delicioso y de conmovedor. En su infancia, cuando alguien moría en Leitza, un pariente próximo se dirigía a las colmenas de su propiedad y decía a las abejas: «Erleak: Etxekojauna hil da: lan egin berarentzat» (Abejas: el Señor de la casa ha muerto, trabajad para él). Hoy esa anécdota nos parece extraída de un documental sobre alguna tribu perdida de África.” (En La importancia de llamarse Unax. Arana, Campión y los signos externos del vasco, por Iñaki Iriarte López).

La revista National Geographic envió a sus reporteros a Euskadi en 1995. Lo primero que hicieron fue comprobar cómo los pastores vascos manejan su ganado en Urbia, al pie del macizo de Aitzkorri, “surrendering to a seasonal rhythm unbroken since Neolithic times” (plegados a un ritmo estacional intacto desde el Neolítico). Los vascos pueden ser muy cautelosos: Atzerri, otserri (“The alien’s land is a land of wolves”, la maldad anida en el extranjero). Pero, una vez roto el hielo, se muestran “infatigablemente hospitalarios”. Hasta aquí todo va bien, pero lo que sigue pone el dedo en la llaga: “A través de los siglos, oleadas de Romanos, Visigodos, Árabes, Franceses y Españoles les invadieron. Pero los vascos resistieron”. Una característica importante del mito vasco es que es inmemorial: ellos han modelado su tierra y han sido modelados por ella “since time began”, desde el comienzo de los tiempos. Esta diferenciación es genética: “Los tipos sanguíneos y otros estudios genéticos muestran que los vascos son un pueblo distinto de todos los demás en Europa, enraizado en los Pirineos y las montañas Cantábricas antes de la llegada de las tribus indoeuropeas”. Es el mito de los vascos como la humanidad originaria: el título del reportaje –Europe’s First Family– es una referencia a un lema acuñado por el antropólogo Donald Johanson en la misma revista unos años atrás, The First Family, referido al descubrimiento de un yacimiento repleto de huesos de parientes de Lucy, la famosa australopiteca.  «Actualmente la bandera vasca, tantos años prohibida, ondea en cada balcón. Los colores rojo y amarillo de España han desparecido casi por completo. En San Sebastián, vi únicamente una pequeña bandera, en el puesto local de la Guardia Civil, la fuerza nacional de policía española. Estaba guardada por un joven tirador en uniforme de combate. Bajo el casco de acero, dirigía nerviosas miradas a la calle, como si estuviera cubriendo una retirada» (1) (En Abercrombie, T.J. & Pinneo, J.B.: “Europe’s First Family. The Basques”. National Geographic Magazine, Nov. 1995).
No tan importante como el de Coruña, hay otro pescadoducto Euskadi-Madrid: las merluzas y el bacalao del Gran Sol y las costas de Terranova llegaban a Madrid en grandes cantidades, se pueden ver los datos en la página web de Mercamadrid.

(1) “Today the long prohibited Basque flag flies from every balcony. The red and yellow colors of Spain have all but dissapeared. In San Sebastián I passed only one small flag, at the local office of the Guardia Civil, Spain’s national police force. It was guarded by a young rifleman in full combat gear. From under his steel helmet, he eyed the street nervously, as if covering a retreat”.

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