El modo franquista de hacer la guerra

avionesnacionalessobreteruelAviones nacionales sobre el frente de Teruel – El avance sobre el Alfambra y la cuenca de su río, por El marqués de Santa María del Villar – A.C.G. : revista mensual ilustrada del Auto-Aero Club de Galicia, afiliado al Automóvil Club de España – Año IX Num. 92-93 (Enero-Febrero 1938) (Galiciana)

 

En el Ebro, El Ejército de Operaciones llegó a tener en su poder 200.000.000 [de cartuchos de fusil] , cantidad que fué reduciéndose por excesiva y mandato expreso de S.E. el Generalísimo.

General García Pallasar: Progresos de la Artillería. Ejército, nº 7, agosto de 1940.

 

En 1938 la policía republicana arrestó a un hombre bajo la acusación de derrotismo, porque había dicho que “un médico nunca le podría ganar la guerra a un militar”. El médico era Juan Negrín, presidente del gobierno republicano. El general, Francisco Franco, Caudillo y Jefe del Estado y del Gobierno nacionalista. No le faltaba razón al detenido, teniendo en cuenta que el doctor Negrín debía dedicar gran parte de su tiempo a agotadoras y bizantinas cuestiones de disensión política en la República, mientras que el general Franco podía dedicar gran parte del suyo a la guerra, reservando el imprescindible a la gestión política nacionalista.  Franco hacía de todo en cuestiones militares: lo mismo ordenaba el movimiento de un grupo de ejércitos que dibujaba de su propia mano un modelo de granada lanzaseñales. Se conservan muchas páginas de los reglamentos e instrucciones sobre cuestiones concretas del uso de los elementos militares, como cañones, morteros, tanques u hombres que escribió durante la guerra.

El modo franquista de hacer la guerra era metódico y minucioso. Fue así desde el invierno de 1936-1937, cuando se comprendió que el ejército republicano había alcanzado una sazón que era ya imposible de vencer con un puñado de soldados profesionales actuando con rapidez, como había ocurrido en la marcha desde Sevilla a Madrid entre agosto y noviembre de 1936. Era pues necesario reunir enormes recursos y aplicarlos metódicamente a la destrucción del poder militar republicano, lo que llevó algo más de dos años a continuación.  El ejército nacional actuaría como una enorme bomba de succión, fortaleciéndose continuamente mediante las aportaciones extranjeras, la producción nacional y el material arrebatado al ejército republicano, que llegó a ser cuantioso. La República apenas pudo seguir el paso de esta formidable –en comparación– máquina militar.

La base de la estrategia nacionalista consistía en dominar progresivamente terreno enemigo mediante sucesivas “operaciones de limpieza”. Se aplicaba una energía muy superior a la disponible por los rojos en puntos concretos de la zona de contacto, lo que se llamaba ruptura del frente. A partir de la ruptura, se progresaba ocupando territorio enemigo, hasta que las líneas de defensa se endurecían de nuevo y era necesario empezar de nuevo. La otra parte de la estrategia era el dominio de las ofensivas republicanas. Regularmente el EPR conseguía aplicar energía suficiente en un punto como para penetrar en terreno nacionalista. El EN actuaba entonces en dos fases. En la primera se practicaba una resistencia a a ultranza en puntos fuertes que detenía el ataque republicano tras unos kilómetros de recorrido. En la segunda se recuperaba el terreno perdido y en ocasiones se rompía a su vez el frente enemigo y se penetraba profundamente en su territorio.

La cantidad de energía que el EN podía aplicar en puntos concretos del frente creció constantemente a lo largo de la guerra. En noviembre de 1936, el general Varela ni siquiera pudo conseguir los 27.000 proyectiles de 75 mm que creía que necesitaba para completar toda la operación del asalto a Madrid, pero en la primavera de 1938 esa cantidad era la que se lanzaba diariamente sobre las líneas republicanas en la cabeza de puente de Balaguer (Lérida) [147]. Eso quería decir que la guerra se hacía cada vez más penosa para los soldados, que se veían expuestos a verdaderas tormentas de fuego. Aumentaba la mortalidad en una curva creciente a medida que avanzaba la guerra, a medida que aumentaba el número de hombres enfrentados y la cantidad de armas de que disponían para masacrarse mutuamente.

Aplicar enormes cantidades de energía destructiva sobre el enemigo exigía disponer de muchos explosivos. Como decía Ezra Pound, la diferencia entre un árbol y una pistola es de tiempo. Un árbol explota cada primavera. Una bomba lo hace en una fracción de segundo, liberando una onda de choque que lo destruye todo en un radio determinado. El problema desde el punto de vista militar, como recordará cualquiera que haya hecho un curso de cabo, se reducía a colocar proyectiles sobre el campo enemigo con una densidad tal que acabasen con todo vestigio de vida o al menos con toda resistencia organizada.

Los explosivos se podían lanzar empleando cañones o bien aviones. En ambos casos el método nacionalista de hacer la guerra preconizaba una alta densidad y una súbita furia en el ataque. El sistema se ensayó a escala limitada en el asalto a la República de Euzkadi en la primavera de 1937, cuando se concentraron varios cientos de cañones y de aviones para romper la línea de defensa vasca en un sector bastante reducido. El método exigía poder concentrar masas importantes de cañones en un punto dado y un momento dado, lo que planteaba enormes problemas de transporte, pues un cañón mediano puede pesar varias toneladas.   Se requisaron todos los tractores agrícolas disponibles para remolcar la artillería y más adelante gran numero de camiones, entre los más de 10.000 Studebaker y Ford importados de USA. Parece ser que apenas se usaron animales de tiro, excepto en los terrenos de montaña[148].

La creciente necesidad de explosivos se solucionó cortando la trilita base (TNT) con cantidades variables de nitrato amónico, aluminio y carbón.  La materia prima de la trilita, el tolueno, resultaba difícil y caro de fabricar. El amonal (para bombas de aviación) y el amatol resultantes de la mezcla de TNT con otros componentes conservaban casi todo el poder destructivo del producto original y resultaban mucho más baratos. Se instaló una gran fábrica de nitrato amónico en Valladolid. La fabricación de explosivos está muy relacionada con la de fertilizantes, pues usan las mismas materias primas, y pocos años después entró en funcionamiento en la misma ciudad la gran fábrica de fertilizantes de Nitratos de Castilla (Nicas) cuyos humos ennegracieron los pulmones de los pucelanos durante décadas.

Los cañones lanzadores de explosivos se obtuvieron en gran número de la ayuda italiana y alemana, que se unieron a los supervivientes de la artillería reglamentaria del ejército de antes de la guerra y a las piezas cogidas a los republicanos. Toda esta Masa artillera se movía de un lado a otro en un tremendo convoy de camiones, tractores y otros vehículos que cargaban o arrastraban las piezas y sus municiones. El movimiento más aparente de esta muchedumbre tuvo lugar en la navidad de 1937, cuando el Cuartel General del Generalísimo ordenó dar media vuelta a la densa concentración de cañones que se estaba preparando en Guadalajara para atacar Madrid. Los cañones se movieron en cambio en dirección a Teruel, poca distancia en línea recta pero una verdadera hazaña teniendo en cuenta el estado de las carreteras y lo sinuoso de la ruta.

Los cañones de Franco en Teruel contribuyeron a destruir la efímera victoria republicana, y luego tomaron un papel determinante en el avance hacia el mar de las semanas siguientes, que partió en dos territorio republicano. Ya no se moverían del ángulo noreste de España durante el resto de la guerra, hasta que la conquista de toda Cataluña acabó definitivamente con las esperanzas republicanas en febrero de 1939. La otra artillería volante también recibió mucha atención del mando nacionalista. Contaron con una cantidad mucho mayor que su oponentes de lo que se llamaba aviones de asalto: Heinkel He 51, Breda Ba.65, Henschel Hs 123 y el famoso Junkers Ju-87 Stuka, que hizo sus pruebas de desarrollo en España a costa de la infantería republicana.

 

[147] General García Pallasar: Progresos de la Artillería. Ejército, nº 7, agosto de 1940.
[148] Coronel de Artillería Nicasio de Aspe: Acción artillera. Proceso y conclusiones sobre la eficacia artillera en nuestra guerra. Ejército, nº 4, mayo de 1940.

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