Fragmento de un anuncio del Sindicato Siderometalúrgico CNT de Barcelona publicado en 1938 (clic en la imagen para verlo completo)
Un rincón de la fábrica aprovechado. –En una sala donde los accionistas contaban sus negocios incontrolados y sucios, los trabajadores, con gran acierto y esfuerzo, han montado una Biblioteca, la cual encierra gran número de libros de economía, donde estudian los hombres de la nueva sociedad.
De cara a un mundo libre. La transformación social en las industrias catalanas
El Sindicato de la Industria de la Edificación, Madera y Decoración de Barcelona y su obra revolucionaria
Mi Revista, 1 de mayo de 1937
El relámpago libertario resplandeció en Barcelona en julio de 1936. En una emotiva ceremonia, Lluis Companys, presidente de la Generalitat, admitió que las milicias anarquistas habían derrotado a la sublevación en Catalunya y tenían por lo tanto el poder, y se ofreció humildemente a colaborar con la CNT en las tareas de gobierno. Era la culminación de un largo camino que se había iniciado más de medio siglo antes, cuando Giuseppe Fanelli, enviado a España por Bakunin, había transmitido la Idea por primera vez a un puñado de inexpertos revolucionarios de clase media[28].
Los anarquistas de los tiempos de la “propaganda por el hecho” acariciaban una idea que mucho tiempo después esgrimieron los teóricos del bombardeo aéreo estratégico: que las complejas sociedades industriales, como los castillos de naipes, podían ser derribadas instantáneamente mediante un golpe certero en la carta clave. El ataque directo a los centros de poder se podía comparar con un bombardeo de precisión, como arrojar una bomba al patio de butacas del Liceo de Barcelona, fortín de las clases ricas de Cataluña (en 1893), o al paso del colorido desfile de recién casado del rey Alfonso XIII (en 1906). Provistos de pistolas e incluso simples puñales, los vértices de la sociedad opresora también podían ser eliminados limpiamente, y así sucedió con el presidente norteamericano McKinley, el rey Humberto de Italia y el presidente de la República francesa Sadi Carnot. En España, en menos de 25 años, tres presidentes del Consejo de Ministros cayeron bajo las balas de la anarquía (Cánovas en 1897, Canalejas en 1912 y Dato en 1921).
Estos estallidos de violencia, como la violencia “islamista” de un siglo después, demandaban una explicación y despertaban preguntas en la gente de orden del tipo de “¿por qué nos odian tanto?”. La ideología que guiaba la mano de los terroristas, y su objetivo de destruir a una sociedad basada en una jerarquía férrea e injusta, fue dejada de lado a favor de una explicación más sencilla: los anarquistas eran una variante del criminal nato, es decir, de un atavismo tan antiguo como los pelos de las orejas, que destacaba sangrientamente en el seno de la moderna civilización industrial. Lombroso, gran propagandista de la idea del criminal por naturaleza, buscó y halló en los anarquistas detenidos, como en los asesinos, ladrones, violadores e incendiarios en general, toda clase de señales de atavismo criminal, herencia de los primeros tiempos salvajes de la humanidad: orejas desplegadas, frentes estrechas y deprimidas, gruesos arcos óseos sobre unos ojos huidizos, etc.
Se añadieron otras explicaciones de raíz antropológica al asunto. Todo el mundo sabía que el anarquismo no tenía ningún futuro en Alemania ni en Inglaterra. Resultaba claro que el anarquismo era el cauce natural político que adoptaba la tradicional indolencia y afición a los colores vivos de las razas del sur, lo que explicaba su poderosa implantación en España y su extraordinario arraigo en Andalucía.
La acracia se convirtió así, desde el punto de vista de los propietarios de los fusiles, en una variante más de la delincuencia, tal vez la más peligrosa, porque rozaba de manera amenazadora el estallido social. Lo cierto es que el anarquismo –aparte de algunos intelectuales con sueldo fijo atraídos por el movimiento– necesitaba de la desesperación para prender y desarrollarse. La falta de esperanza en el futuro (a no ser que estallara la revolución, que se convertía así en una salida verosímil) era el estado de ánimo natural de la gente más proletaria y más desnuda de España. La Idea (anarquista por antonomasia) no tenía mucho que hacer en las clases trabajadoras que comenzaban a probar las dulzuras de la seguridad social, aun en su versión más atenuada de igualas médicas y módicas pensiones de retiro o invalidez.
Se necesitaba un trabajador que abundaba mucho en España, que era el dejado completamente a merced de los elementos, obreros agrícolas cuyo jornal dependía de un sí o un no del amo, temporeros que hacían cientos de kilómetros siguiendo la aleatoria sazón de las cosechas, obreros sin ninguna cualificación, y en general todos aquellos que entraban en la antigua y exacta definición española de no tener donde caerse muertos (lo primero que hacía un trabajador cuando empezaba a cobrar un sueldo regular era comenzar a pagar las cuotas de un entierro decente en una mutua funeraria). Se ha hablado mucho de rebeldes primitivos, milenaristas y así, pero lo cierto es que para mucha gente la revolución súbita y violenta era una opción política muy realista, desde el momento en que no tenían otra.
Se ha insistido también mucho en la espantosa incultura de los afiliados anarquistas, bien lejanos de los líderes del movimiento, verdaderos sabios como Eliseo Reclús y Piotr Kropotkin. Es cierto que la mayoría –sobre todo en Andalucía- no sabían leer ni escribir, pero también es cierto que los libros y folletos anarquistas tenían una gran difusión, a través de lectores que transmitían su contenido a los compañeros y compañeras iletrados. La conquista del pan, obra maestra del Kropotkin, vendió muchos millares de ejemplares en España. Fue en Cataluña donde el estilo de vida anarquista adquirió una definición más acabada. Los afiliados tenían a su disposición buen número de libros, revistas, locales –como los Ateneos Libertarios– tiendas, diversiones y en general cauces para la vida cotidiana, paralelos u opuestos a los cauces generales de vida determinados por la gente de orden.
La fase terrorista individual acabó en los primeros años del siglo XX. Lo que sucedió a continuación en España fue la creación del movimiento libertario más fuerte del mundo, que culminó en tiempos de la Guerra Civil, por primera y única vez en la historia, en la llegada al poder de unos cuantos ministros anarquistas. Tras duras negociaciones, pudieron conseguir cuatro ministerios, tres de ellos de nuevo cuño (Sanidad, Industria y Comercio) y solo uno tradicional (Justicia). El ministerio más interesante fue el de Sanidad, que dirigió Federica Montseny durante unos meses. Los anarquistas tenían mucho que decir en materia de sanidad pública y en general de estilos de vida saludables: las ideas nuevas y chocantes del anarquismo iban desde la limitación voluntaria de nacimientos al vegetarianismo, las energías renovables, el aprendizaje del esperanto, la ciudad-jardín, el pacifismo, el naturismo, la escuela no-autoritaria y el amor libre. Era un estilo de vida alternativo completo, solo rivalizado por el más minoritario y pesado de los socialistas, con sus Casas del Pueblo y sus sólidos mamotretos de teoría marxista.
Los anarquistas, no sin polémicas internas, eran neomalthusianos y partidarios de la limitación voluntaria de nacimientos, con el fin de no proporcionar carne de cañón al ejército ni esclavos baratos a la industria. Fueron ellos los que introdujeron la procreación voluntaria en España, mediante la creación de secciones locales de la Liga por la Regeneración Humana (llegó a haber medio centenar, todas ellas en localidades no muy alejadas de la costa). Las secciones repartían miles de folletos, panfletos y libros sobre la limitación voluntaria de nacimientos y distribuían “conos preservativos” que la policía solía confundir con fulminantes para bombas explosivas. Con el tiempo, se llegó a disponer de un importante arsenal de anticonceptivos y de un red de distribución bastante regular, a través de las farmacias. Toda esta actividad inspiró directamente la ley del aborto eugenésico de Cataluña, promulgada en enero de 1937.
Los anarquistas eran al mismo tiempo acérrimos pacifistas en el caso de guerras entre naciones, y enemigos declarados del darwinismo social. Su visión de la historia era completamente dinámica y evolutiva: las clases inferiores debían triunfar gracias a una brusca mutación social y construir a continuación un mundo más justo. Su otro esquema del mejoramiento de la especie humana,consistía en la eliminación de los parásitos de la sociedad, considerando como tal a la oligarquía en general, y a cualquier persona “que chupara la sangre del pueblo”, incluyendo explotadores diversos, intermediarios de abastos, caseros sin escrúpulos, comerciantes sin entrañas, industriales ávidos de beneficios, al clero en su totalidad y a los militares de oficial para arriba. Este afán de purificación social provocó buen número de asesinatos y muchas ceremonias como ésta, en Híjar, Teruel, a comienzos de agosto de 1936: “Las iglesias ardían. Después se hizo un gran montón con todos los documentos del Archivo Municipal, y aún está ardiendo y hay para días. El Registro de la Propiedad ardió también íntegramente. La bandera roja y negra flamea gloriosa presenciando estas cosas tan buenas[29]”.
En los primeros años del siglo XX, el anarquismo funcionó como un enorme despertador de las clases inferiores. Señaló objetivos lejanos y extraordinarios, algunos de los cuales terminarían cumpliéndose tiempo después, y por vías muy distintas a las que imaginaron sus creadores. Estos objetivos se revisaron en el gran congreso anarquista (IV Congreso de la CNT) de 1 al 10 de mayo de 1936 en Zaragoza. En sus actas se puede encontrar todo el manual completo del anarquismo, desde la sustitución de los carceleros por médicos y pedagogos al funcionamiento de las comunas, incluyendo la necesidad de conservar aviones y cañones antiaéreos para la defensa del comunismo libertario una vez que triunfase en España, “pues es en el aire donde reside el verdadero peligro de invasión extranjera[30]”. Menos de tres meses después, ya había aviones italianos y alemanes volando en España y atacando a las unidades armadas anarquistas.
[28] Gerald Brenan: El laberinto español, 1943 (Planeta, 2009).
[29] Solidaridad Obrera, 6 de agosto de 1936, en Julián Casanova, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España (1931-1939) Crítica, 1997.
[30] http://www.cntvalladolid.es/IMG/pdf/congresosCNT/IVcongreso.pdf
Asuntos: Anarquismo
Tochos: La guerra total en España