White Australia

El Pulpo Mongol – su dominio de Australia. Una caricatura de Phillip May, publicada en The Bulletin Magazine, 1886. National Museum of Australia. El pulpo representando a un insidioso enemigo que domina un país, con cada tentáculo representando una maldad, es un elemento típico de las representaciones racistas y nacionalistas.

 

La naturaleza baja y delincuente de buena parte de la primitiva población europea de Australia –que se traduce todavía hoy, por ejemplo, en un uso inmoderado de juramentos en su inglés vernáculo– puede hacer creer que el estado australiano, fuera de algunos disculpables excesos con los aborígenes, fue benéfico y acogedor de todas las variedades humanas. Nada más lejos de la realidad. Durante más de un siglo, el ideal de una Australia Blanca y Anglosajona fue una de las principales prioridades de los gobernantes. Australia utilizó todos los medios a su alcance, desde la violencia organizada a la legislación tramposa, para mantener lo más incontaminada posible su pureza racial.

Hacia mediados de siglo XIX la necesidad de mano de obra en Australia planteó la cuestión de qué gentes podían ser admitidas, y en función de qué criterios. Se suponía que existía una institución oficial en Inglaterra responsable de enviar a la colonia el mejor material humano posible, es decir, familias honradas de agricultores deseosas de labrarse un porvenir en la nueva tierra. Las cosas no eran tan fáciles en la práctica. La metrópoli utilizaba Australia para deshacerse de los elementos considerados indeseables de su población, como “niños de las escuelas gratuitas, huérfanos pobres, muchachas irlandesas asiladas y aun a los mozos del reformatorio de Parkhurst” (1). La mano de obra escaseaba, entre otras razones, por el fin del sistema de deportación de presos, que redujo rápidamente su número en Australia.

Un intento de sustituir a los penados por trabajadores chinos tropezó con la enérgica oposición del ministro de Colonias, Grey, quien declaró en 1847 que la población de Australia debía seguir compuesta por “toda clase de personas de raza europea”, sugiriendo implícitamente que un convicto inglés era un ser humano de mejor calidad que un coolie honrado, pero chino. En realidad, la solución Grey consistió en reverdecer la deportación de penados a Australia, pero ahora bajo la fórmula ligeramente distinta y más piadosa de “destierro para la rehabilitación”. No obstante, las nuevas ínfulas morales de los nuevos australianos no veían con buenos ojos esta inmigración, y en 1849 un barco cargado de desterrados fue expulsado de Melbourne y más tarde de Sidney sin permitir el desembarco de su pasaje. Pocos años después, coincidiendo con el comienzo de la autonomía política australiana, las deportaciones cesaron por completo salvo en Australia Occidental, la más pobre y menos independiente de las colonias.

La inmigración china quedó restringida legalmente entre 1855 y 1878 en Victoria, Australia del Sur, Nueva Gales del Sur y Queensland, en abierta contradicción con los términos de los tratados concertados entre el Imperio Chino y el Imperio Británico. Los chinos comenzaron así su carrera como amenaza cultural y demográfica para los países (europeos y dependencias) poco previsores que les permitían asentarse. En 1892, el Acta de Exclusión de Geary, que prohibía tajantemente el desembarco de chinos en los Estados Unidos, fue objeto de un debate político tan enconado que nunca llegó a ponerse en práctica, al menos en su formato original. El gobierno chino debía soportar esta y otras humillaciones en pleno auge de la diplomacia de la cañonera, en que las potencias occidentales exigían de continuo la apertura de puertos y concesiones comerciales, que incluían la absoluta extraterritorialidad para su súdbitos. Una pequeña venganza consistió en impedir el acceso de los duques de Connaught a la corte de Pekín (hoy Beijing) en el curso de su visita oficial de China en 1890, pero por lo general el margen de maniobra de China en sus relaciones con las potencias occidentales era muy limitado.

Una vez formalizada la Commonwealth de Australia, el 1 de enero de 1901, las medidas para la conservación de una “Australia blanca” –”un país de raza sin mezcla”– pudieron partir ya de una base más sólida. En realidad, una de las primeras leyes federales fue la de Restricción de la Inmigración. Ante la prudente recomendación del Ministerio de Colonias de no acudir a ningún criterio racial explícito, el deseado filtro de calidad estaba basado en una prueba de selección que se practicaba a cada inmigrante candidato a entrar en el país. Los considerados indeseables eran excluídos fácilmente apelando a su insuficiente dominio de la lengua inglesa, a su deficiente salud o incluso, en último término, a su moral dudosa.

Uno de los países de los que no se quería gente era Japón. En este caso, la negativa resultaba todavía más difícil de justificar que en caso de China, pues Japón era un aliado explícito del imperio británico, y de hecho combatió a su lado contra las potencias centrales en el curso de la primera guerra mundial. Japón pensaba así haber conquistado definitivamente el derecho a ser tratado como país occidental honorario, pero pronto se llevó una amarga desilusión. William Morris Hughes, (laborista) primer ministro de la Commonwealth of Australia, reconoció que Australia y Japón habían sido buenos aliados durante la guerra precedente, pero se negó obstinadamente a cambiar las leyes de inmigración de la Commonwealth en el sentido de abrir la mano a tan útil aliado pero evidente estorbo racial. El proceso mantenga limpia Australia siguió bajo la política del sucesor de Hughes, Stanley Melbourne Bruce, que soñaba como sus antecesores con una Australia (con 10.000.000 de habitantes) poblada por la raza blanca.

Australia House, en Londres, se encargaba del reclutamiento de los inmigrantes británicos, muchos de los cuales disfrutaban de pasajes gratuitos. Los inmigrantes italianos no gozaban de esta ventaja, y de hecho eran mirados con alguna reticencia por el gobierno, que llegó a amenazar con limitar la entrada de los migrantes italianos que no pudieran demostrar solvencia económica. Tras la segunda Guerra Mundial, Australia empezó a recibir por primera vez refugiados, enviados allí por la OIR (Organización Internacional para los Refugiados, agencia de las Naciones Unidas, creada en 1946) , junto con muchos exsoldados británicos, que tenían derecho a pasaje gratuito, británicos en general con pasaje asistido y ciudadanos de otros países europeos. Australia se consolidaba como un ejemplo de lo que puede hacer un decidido grupo de colonos de raza blanca para dominar una naturaleza indómita.

Muchos años después, en agosto de 2001, un pequeño pesquero abarrotado con más de 400 afganos embarrancó en las cercanías de la isla Christmas, territorio australiano. Los pasajeros, muchos de ellos mujeres y niños, fueron rescatados por el carguero noruego MV Tampa. Se negaron a regresar a Indonesia, de donde procedía su barco, y el capitán decidió declarar emergencia general y poner proa a territorio australiano. El gobierno australiano reaccionó enviando a una unidad de boinas verdes a ocupar el barco, intentando promulgar con efectos retroactivos una ley totalitaria de defensa de las fronteras de la nación, que no coló (afortunadamente) a través del Parlamento, y por último excluyendo a las islas del concepto de territorio australiano de pleno derecho, ergo de cualquier responsabilidad sobre la gente que pusiera tierra en cualquiera de ellas.

El ataque a las torres gemelas del 11-S enterró el asunto, que había generado considerable atención internacional. Los refugiados fueron trasvasados a un buque de guerra australiano y desembarcados en Nauru. Irónicamente, la página oficial de requisitos de inmigración del gobierno australiano incluye como “historia de éxito” el caso de Imtiyaz ‘Minty’ Saberi, un emigrante afgano que no aprendió a nadar hasta muy mayor, y que hoy es el primer afganoaustraliano con título de salvavidas, amén de haber recibido muchos otros títulos y distinciones. Saberi es un inmigrante ejemplar, pero una ojeada a la intrincada jungla de visados (se puede ver en www.immi.gov.au) deja claro que, a no ser que seas rico o habitante de un país rico, no lo tendrás fácil ni barato para conseguir una visa. Y como deja claro esta web oficial, ya sea para pasar un solo día de turismo o para pasar el resto de tu vida, debes tener un visado australiano en regla.

1-Douglas Pike: Australia, continente tranquilo, Labor (1968).

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