Allende el Ebro, la parte civilizada de España

nabarra-catalunyaManifiesto de Tudela

 

106. Cataluña y Navarra

«En la mañana de este día, ha amanecido la lápida de la Constitución con dos balazos. El ayuntamiento, pasmado de tan horrendo crimen…” Así comenzaba el declaración oficial del ayuntamiento de Corella el 18 de noviembre de 1820. La corporación municipal ofreció cien duros de recompensa, un dineral, a quien descubriera a los autores (Florencio Idoate, La merindad de Tudela durante la guerra realista). Fue una señal entre muchas del comienzo de la guerra realista, la primera guerra civil española, que duró hasta 1823. A comienzos de año, el general Riego había proclamado la Constitución de Cádiz de 1812, y la causa de la libertad parecía triunfante, con el rey Fernando VII neutralizado y obligado a marchar, como él mismo dijo, por la senda constitucional.
Las partidas realistas comenzaron inmediatamente a surgir como setas en toda España, y pronto se vio que la causa de los serviles (como les llamaban los liberales) tenía dos plazas fuertes, Navarra y Cataluña. En esta última región se llegó a proclamar la Regencia absolutista en la Seo de Urgel. En Navarra, la Junta realista publicó un manifiesto el 10 de junio de 1822 dirigido a los “valientes y generosos navarros” que explicaba la cuestión general, por qué combatían a la Constitución y a las ideas de libertad, democracia, etc. Entre otras cosas, el manifiesto dice: “están puestas… las aras (los altares) de la impiedad para sacrificar sobre ellas a la vez la Religión, el Rey y la Patria; estais ya viendo ejecutar ese pérfido, infame, impío, atroz y sacrílego sacrificio; veis extinguido el Tribunal de la Fe; autorizado el desorden, el libertinaje y la irreligión…” y continúa: “se trata… de separaros de la obediencia y comunicación espiritual del Vicario de Jesucristo (el Papa)” … “intentan despojaros de la Religión”. Resumiendo: «¡Viva la Religión, el Rey y la Patria!» y «¡Muera la Constitución!».
Se sabe que la mayor parte de los navarros comulgaban (nunca mejor dicho) con estas ideas, como prueban las raquíticas cifras de voluntarios de la Milicia Nacional liberal. Que tanta gente estuviera de acuerdo en restaurar la Santa Inquisición, por ejemplo, indicaba que había razones ultra-profundas para el levantamiento anticonstitucional, que también actuaron en las dos o tres guerras carlistas que siguieron. Se suele decir que toda la farfolla de la defensa del Rey y la Religión encubría un miedo muy real (y bastante justificado) a perder el antiguo mundo de derechos comunitarios bien trabados, jerarquías naturales, paisaje de grano fino y agricultura ecológica de caserío.
Tras innumerables escaramuzas entre las fuerzas liberales y las serviles, la situación la resolvió un cuerpo expedicionario francés enviado por la Santa Alianza europea, los cien mil hijos de San Luis. Los gabachos fueron recibidos como libertadores por las juntas realistas navarra y catalana (la navarra debía andar por Ochagavía, no lejos de la frontera). La batalla final se dio en el fuerte del Trocadero (el mercado) a la entrada de Cádiz, de donde la bonita plaza de París tomó su nombre. Restaurado Fernando VII en el trono, comenzó la represión de los constitucionalistas. Murieron miles de ellos y el primero fue Rafael del Riego, que tuvo una muerte atroz en la plaza de la Cebada de Madrid, pero quedaron semillas para el futuro, como el mismo himno de Riego, que fue creado como La Marsellesa, por una tropa de soldados levantiscos muy lejos de la capital de su país. Aparte de matar a mucha gente, la guerra realista inauguró el mito de las dos Españas, que ha dado mucho juego durante demasiado tiempo.
Más de un siglo después del fin de la guerra realista, “… el Sr. Campalans empezó su conferencia pronunciando la frase que sigue: «Amigos castellanos, hermanos en República.» Campalans era consejero de Instrucción pública de la recién creada Generalitat de Catalunya. El episodio lo recogió La Voz del 15 mayo de 1931, en un artículo titulado significativamente Aquende y allende el Ebro.
Navarra y Cataluña son los dos goznes del Transebro, el país más civilizado que el resto de España situado en la margen izquierda del gran río. La segunda República, democrática y con su punto federal, creó la falsa esperanza de que las tierras allende el Ebro podrían vivir en armonía con las regiones aquende el Ebro, pero aquello no acabó bien. Con el tiempo, la defensa del Trono y el Altar se transformó en rastrera defensa de privilegios económicos, en una vulgar cuestión de dinero. Hay una gran envidia catalana por el concierto económico foral navarro, y es popular en Cataluña un concepto que tuvo mucho éxito hacia 2010: Espanya ens roba, exactamente igual al de Roma ladrona que esgrimía la Lega Nord en Italia. Es un caso muy parecido, un bello país montañoso y verde que no quiere saber nada de las tierras resecas más allá del Arno… o del Ebro. Esta idea se ha traducido en un cierto pirineísmo político (el Pirineo es el eje de dos interesantes Eurorregiones, Pirineos-Mediterráneo y Euskadi-Aquitania), como se ve en el Manifiesto de Tudela por la independencia de las naciones pirenaicas, Navarra y Catalunya, firmado el 22 de febrero de 2014, que dice entre otras cosas: “Partimos de la base de que navarros-vascos y catalanes, junto con riojanos, aragoneses, gascones, occitanos y otros, compartimos el viejo solar geográfico y humano de la cordillera pirenaica y sus cuencas fluviales hacia el Atlántico y hacia el Mediterráneo, incluidas las del Garona y del Ebro”.

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