La vista lateral del McCready Gossamer Albatross muestra la configuración general pero no le hace justicia: el avión tiene casi 30 metros de envergadura, más o menos como un Boeing 727. La firma Du Pont era el patrocinador, interesado en la propaganda de las virtudes de los plásticos y composites ultraligeros que suponía el vuelo.
70 años después de la hazaña de Louis Blériot, un frágil aeroplano despegó de Folkestone, Inglaterra y puso rumbo al Cabo Gris Nez, en Francia. Blériot había contado con un motor Anzani de 25 hp, pero este avión no tenía motor, era el piloto (Bryan Allen, ciclista aficionado) el que tenía que proporcionar al energía necesaria para hacerlo volar. Tras casi tres horas de pedaleo, el avión llegó a su destino, a menos de 40 kilómetros de distancia. Era el cumplimiento del viejo sueño de volar, la reivindicación de tantos aeronautas frustrados que habían intentado echar a volar con la esperanza de mantenerse en el aire con sus propias fuerzas. Lo del vuelo con motor parece de fuerza bruta en comparación.
Paul McCready diseñó un aeroplano capaz de proporcionar una cantidad enorme de sustentación con un peso de apenas 30 kilos. Se usaron intensivamente materiales composites para la estructura y básicamente poliespán para el resto, con alguna cobertura de un derivado del polietileno. Algunos cables (como en el avión de Blériot) daban rigidez al conjunto. La hélice fue cuidadosamente diseñada para proporcionar el máximo de impulsión con cada golpe de pedal que diera el piloto y se situó detrás para reducir la fricción aerodinámica, por lo que el avión tenía configuración canard, como el modelo A de los hermanos Wright. McCready acarició la idea de una versión más compacta del Gossamer Albatross que se pudiera vender en un kit de autoconstrucción a un precio razonable, pero parece que ningún inversor se interesó por la idea.
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Ecosistemas: Aviones de servicio público
